Abrir menú principal

Cambios

10 bytes eliminados ,  16:09 12 nov 2020
sin resumen de edición
“Era muy triste ver que mucha gente desaparecía, sus cuerpos aparecían mutilados”[[Archivo:Mabe.png|miniaturadeimagen|''Mabel con Yaneth, 1988'' ]]Nací en 1971, en Jocoaitique, en un caserío, en el campo, en un lugar que se llamaba El Totolico. Vengo de una familia de siete hermanos hombres, y yo fui la única mujer. Después de mi hay tres varones. Mi papá trabajaba en el campo, hacía la milpa y sembraba frijoles, sacaba mezcal, henequén para vender y mis hermanos mayores le ayudaban. Jocoaitique era entonces un pue blo pueblo muy bonito, donde había mucho comercio. Recuerdo que mis hermanos me traían chineada hasta Jocoaitique, porque estaba lejos de donde vivíamos y además yo tenía un problema en los pies, una alergia que no me dejaba casi caminar, y no podía llevar zapatos. Me ponían calcetines y cuando llegábamos a la casa y me los quitaba la piel se había pegado a los calcetines y el pie se me llagaba, así que no podía salir mucho de casa. Cuando empezó la guerra mis papás se organizaron, durante la noche teníamos que salir a dormir fuera. Eso era en el 78 0 79, yo tenía entonces 7 o 8 años. Mi mamá andaba con mi hermanito menor en brazos y como no tenía mucha leche tenía que darle atol. Lo más triste era ver, desde la loma donde dormíamos, las casas quemadas. A nosotros no nos la quemaron, pero muchos vecinos se quedaron sin casa porque los soldados se las quemaban. Ya en el año 80 cuando comenzó el operativo de “Tierra arrasada” nos tuvimos que ir a refugiarnos a Villa del Rosario y allí
había una multitud de gente. Los soldados nos dijeron que teníamos un día para desaparecernos. Llegamos hasta San Fernando y allí nos encontramos con mi papá, que ya estaba con los compas. Era muy triste ver que mucha gente desaparecía y después aparecían los cuerpos por cualquier lugar, mutilados. Recuerdo que era espantoso cruzarse la calle negra, era una de las situaciones más difíciles. Tuvimos que salir para Honduras y mi papá nos acompañó una parte del trayecto.
Éramos sobre todo mujeres, niños y ancianos porque la mayoría de los hombres estaban en la guerra. Allí solo estaban los que se enfermaban o salían heridos en combate. Esos tenían que pasar clandestinos, porque si el ejército hondureño se enteraba de su presencia entraba en el campamento a hacer cateo. Recuerdo que una vez llegaron muchos heridos y el ejército hondureño entró y se llevó a muchos de ellos. Después los trasladaron a Canadá, pero tuvieron que pasar por todo un proceso cruel para llegar hasta allá.
“Yo no quería venir a la guerra, dos de mis hermanos habían muerto...”
A mí me tocaba curar a los heridos y así fue como fui aprendiendo, pero yo no entendía porque estaba yo allí trabajando como enfermera empírica. De repente me dijeron que tenía que venir a la guerra, pero mi mamá no quería, porque como era su única hija y se fue a hablar con los jefes para tratar de convencerlos, eso era en el año 85. Lo triste fue que estando en el refugio nos informaron de la muerte de uno de mis hermanos mayores en combate. Se habían ido los cuatro mayores con mi papá a combatir. Recuerdo que estaba con mi mamá de buena mañana, estábamos sentadas en una hamaca y esperando que el café hirviera, pero vimos que llegaba gente de Morazán, de hacer misiones. Uno de ellos se acercó y le dijo a mi mamá: “Udelia tengo que contarte que a tu hijo lo mataron”, lo dijo así de frío, entonces mi mamá preguntó: “¿Qué estás diciendo? ¿A quién?”, “A Estradas” le dijo.
Recuerdo que llegamos a un cruce de calle donde había una casa, tenían un perol de huevos duros hirviendo y les pedimos que nos vendiesen comida, nos dijeron que volviésemos en un rato, porque realmente la comida la estaban haciendo para los soldados, pero nosotros no sospechamos. Nos sentamos en un cruce de calles, y de repente vi pasar a alguien con un uniforme de un verde que no era el de nosotros. Advertí a los compas, pero cuando se dieron cuenta ya nos tenían encañonados. Salimos corriendo y ellos empezaron a tirarnos morteros, nosotros íbamos delante y el mortero caía por donde habíamos pasado, pero conseguimos librarnos y dejarlos atrás. Yo no sé cómo hice con mi estatura, pero conseguí saltar los piñales que separaban unas fincas de otras.
“Vi a los compas torturar a un soldado y ejecutar a dos compañeros...” Y otra vez, también en Guachipilín de Jocoro, había dos compas haciendo posta, pero se despistaron porque habían ido a buscar comida, y el responsable decidió ir a ver cómo estaban y ya nos tenían encañonados con un M-60, tuvimos que salir corriendo. Esa vida en ese Guachipilín de Jocoro fue terrible. En otra ocasión viví otra experiencia que me hizo ver que la tortura se daba en ambos lados. En esa zona había comandos y una vez capturaron a un miembro de las fuerzas especiales de las fuerzas armadas, y vi como lo torturaron, y no me gustó. Era un hombre alto, chele, lo amarraron, le dieron duro, des-
pués Y otra vez, también en Guachipilín de Jocoro, había dos compas haciendo posta, pero se despistaron porque habían ido a buscar comida, y el responsable decidió ir a ver cómo estaban y ya nos tenían encañonados con un M-60, tuvimos que salir corriendo. Esa vida en ese Guachipilín de Jocoro fue terrible. En otra ocasión viví otra experiencia que me hizo ver que la tortura se daba en ambos lados. En esa zona había comandos y una vez capturaron a un miembro de las fuerzas especiales de las fuerzas armadas, y vi como lo torturaron, y no me gustó. Era un hombre alto, chele, lo amarraron, le dieron duro, después le dejaban caer piedras en la cabeza. Yo me sentía mal, me daba cosa, era un ser humano, y aquel hombre no se moría, y le dejaban caer otra piedra... Yo pensé que ya no debía andar acá. Fue espantoso, de ahí nos fuimos y no sé qué fin tuvo el hombre.
Se cometieron injusticias en ambos lados, conocí a un compa, que se llamaba Aomar, su historia era similar a la mía, los cuatro hermanos se organizaron, quedó él solo vivo y pidió permiso para irse donde su mamá, que estaba sola en el refugio. Le dijeron que se lo iban a dar, pero le pidieron primero que cavase un hoyo y cuando terminó de cavar le dispararon y le enterraron en el hoyo que había cavado. Efraín era otro compa que por haber expresado miedo, y por expresar que quería dejar la guerrilla lo mataron, está enterrado en Sabaneta. Recuerdo que yo pasé a traer heridos y él estaba haciendo fosa, pasé de regreso y le hablé, mientras él seguía haciendo la fosa, y cuando todavía no había llegado yo al campamento escuché el balazo y me asusté. Después ya pasaron el aviso de que habían ajusticiado a Efraín, así lo llamaban ajusticiamiento, pero para mí no es justo.
Ya una cipota que andaba con nosotros, que estaba aprendiendo a ser brigadista me dijo: “¡Mabel te hirieron!”. Comenzamos a caminar por la quebrada a salir a un desvío, vimos que venían los helicópteros y esa misma noche desembarcaron tropas donde me habían herido. Esa noche mataron a otros dos compas más, a los dos que me fueron a dejar a mí. Ese día fue terrible, mataron a ocho compas y a mí que me hirieron. Nosotras conseguimos llegar donde estaban otros compas, que me pusieron una tablilla que hicieron de un árbol. Nos subimos a un cerro y nos acostamos y me tomé una ampolla para el dolor porque no había nadie que pudiese inyectármela. Me desperté llena de hormigas, quizá por la sangre, y me trasladaron a un lugar entre Cacaopera y Joateca, y la gente de la población me curaba. Hasta 20 días después no vine a ver al médico, y ya tenía la herida cicatrizada. Mi mamá vino a verme a Joateca.
“Fui a Cuba a tratarme la herida, estaba embarazada de mi primer hijo”
Y ya finalizando la guerra yo salí embarazada de mi primer hijo y me vine con mi mamá al asentamiento, a la Segundo Montes, donde se habían instalado los refugiados. Y mientras me tramitaron la posibilidad de irme a Cuba por ser herida de guerra. Yo no quería porque me habían dicho que si tenía el niño allí, tenía que quedarse, pero no fue cierto, yo pude volver con mi hijo. La experiencia en Cuba fue muy bonita, el trato para nosotros fue especial. Como llegué embarazada tuve que esperar a que naciese mi hijo y después ya me puse en tratamiento para la herida del brazo. Yo iba para una operación, pero tal y como había quedado el brazo no era posible, así que me pusieron a hacer ejercicios y conseguí recuperar bastante. El doctor me dijo que había perdido el ligamento de la articulación y si me operaba me iba a quedar rígido, así que decidí que no me operaba. Ya volví con mi hijo de quince meses y mi esposo bien contento, él era también compa.
Empecé a estudiar de noche y saqué de sexto a noveno. Después pude estudiar el bachillerato. Cuando terminé, Médicos Sin Fronteras nos daba una beca, pero resulta que PADECOM nos la quería quitar. Era una ONG en la que había gente que había andado en la guerra, pero muchos de ellos no tenían relación con el conflicto. Al final nos fuimos a San Salvador y se decidió que la Fundación 16 de Enero administrase las becas, pero al segundo año se cambiaron de dirección sin decirnos nada. Conseguimos encontrarlos y todo salió bien, pude terminar mi carrera de licenciatura en enfermería. Pasé con un promedio de 8 y terminé mis cinco años de estudio.
“Éramos felices, aunque tuviésemos que comer zacate tierno con dulce”
Realmente yo me he sentido muy decepcionada porque, hoy, hay mucha gente que dice ser del Frente y no anduvo en la guerra. Gente que, hoy, está de diputada, y que envían a sus familias a estudiar a Cuba, mientras que muchos de los lucharon no ha obtenido beneficios. Por ejemplo cuando yo terminé la Universidad vine a hacer el año social a mi pueblo, a Jocoaitique, y como era honorem no me pagaban, y el alcalde que estaba entonces era del FMLN y yo le pedí que me colaborase, por lo menos con cien pesos, pero no quiso. No encontré el apoyo que yo esperaba, pero ahí vamos. Creo que a pesar del sufrimiento, de los riesgos, de las injusticias, fue bonito y hubo una convivencia muy linda, solidaria y fraterna. En esos operativos móviles yo tenía que dormir entre hombres y siempre me respetaron... Eso, hoy, ya no se ve. En los operativos nos daban una bolsa de maíz tostado y leche, para hacer un refresco y pan francés, latas de sardina y una laja de dulce... Hasta llegábamos a comer zacate tierno con dulce y hojas de jocote con dulce, pero a pesar de eso nos sentíamos bien, éramos felices.
Recuerdo que los fines de año eran muy bonitos, en Perquin Perquín nos juntábamos todos, había baile, cantaban los Torogoces, éramos felices bailando, y por tener la oportunidad de reunirnos todos, porque como nosotros trabajábamos en el hospital no nos veían. Del 94 al 98 estudié enfermería en San Salvador. Me iba los domingos y volvía a casa los viernes o lo sábados, tenía ya mi primer hijo y durante esos años salí embarazada del segundo, pero me fue muy bien y fue el ciclo que mejor saqué, con un ocho y medio. Ya en el dos mil salí embarazada de mi última hija, que tiene 16 años, y ya tengo un nieto de mi hijo, el que nació en Cuba.
Trabajé con una ONG y en el 2003 comencé a trabajar con el Ministerio de Salud y ya en 2005 me dieron la plaza en el centro de salud de PerquinPerquín. A mi encanta mi trabajo, es muy bonito. Viene gente de Honduras de Colomoncagua, de Yarula, y atendemos a todo la gente que llega. Mi primer hijo se graduó de ingeniero en Sistema, el segundo estudia Sociología y mi hija quiere estudiar idiomas, ya este año va para la universidad.
“Creo que para las mujeres fue un gran avance”