Mabel Romero.

De CEBES Perquín

“Era muy triste ver que mucha gente desaparecía, sus cuerpos aparecían mutilados”

Mabel con Yaneth, 1988

Nací en 1971, en Jocoaitique, en un caserío, en el campo, en un lugar que se llamaba El Totolico. Vengo de una familia de siete hermanos hombres, y yo fui la única mujer. Después de mi hay tres varones. Mi papá trabajaba en el campo, hacía la milpa y sembraba frijoles, sacaba mezcal, henequén para vender y mis hermanos mayores le ayudaban. Jocoaitique era entonces un pueblo muy bonito, donde había mucho comercio. Recuerdo que mis hermanos me traían chineada hasta Jocoaitique, porque estaba lejos de donde vivíamos y además yo tenía un problema en los pies, una alergia que no me dejaba casi caminar, y no podía llevar zapatos. Me ponían calcetines y cuando llegábamos a la casa y me los quitaba la piel se había pegado a los calcetines y el pie se me llagaba, así que no podía salir mucho de casa. Cuando empezó la guerra mis papás se organizaron, durante la noche teníamos que salir a dormir fuera. Eso era en el 78 0 79, yo tenía entonces 7 o 8 años. Mi mamá andaba con mi hermanito menor en brazos y como no tenía mucha leche tenía que darle atol. Lo más triste era ver, desde la loma donde dormíamos, las casas quemadas. A nosotros no nos la quemaron, pero muchos vecinos se quedaron sin casa porque los soldados se las quemaban. Ya en el año 80 cuando comenzó el operativo de “Tierra arrasada” nos tuvimos que ir a refugiarnos a Villa del Rosario y allí

había una multitud de gente. Los soldados nos dijeron que teníamos un día para desaparecernos. Llegamos hasta San Fernando y allí nos encontramos con mi papá, que ya estaba con los compas. Era muy triste ver que mucha gente desaparecía y después aparecían los cuerpos por cualquier lugar, mutilados. Recuerdo que era espantoso cruzarse la calle negra, era una de las situaciones más difíciles. Tuvimos que salir para Honduras y mi papá nos acompañó una parte del trayecto.

Éramos una gran multitud de gente que fuimos llegando a los cinco asentamientos que se construyeron cerca de Colomoncagua. Se llamaban: Copinoles, Las Vegas, Callejones, Limón 1, Limón 2. Allí fuimos construyéndolos poco a poco. Vivíamos en tiendas de campaña. Allí estuve cinco años, desde el 80 al 85.

En esos años aprendí a leer, a escribir, a coser, a bordar... Pero después de eso empecé a trabajar en la Clínica, me enseñaron a inyectar, a curar y a suturar...Pero sin haber estudiado de manera empírica, descuartizaban conejitos y así aprendíamos a suturar.

El personal sanitario que había era de Médicos sin Fronteras. La convivencia era bonita, porque estábamos organizados por colonias, íbamos a cocinar con señoras que no eran mi mamá y me enseñaban a hacer tortillas.

Acupuntura

Recuerdo los grandes perolazos de maíz y de frijol que se cocían y allí la gente hacia fila y se les daba la comida. Teníamos que hacer turnos rotativos cada ocho días y para traer agua eran colas porque los yacimientos eran pocos. Llegaba el agua por cañerías, aunque eran puntos y en esos puntos había que hacer cola. Nos podíamos ir a bañar a las quebradas o a los yacimientos cercanos, pero siempre en grupo, porque los soldados hondureños siempre estaban ahí para hacer daño. Por la noche nos organizábamos para hacer turnos, mientras unos dormían otros cuidaban para evitar que entrasen a hacer daño. Así era la vida en los refugios. Lo increíble es que hacíamos guardias con un palo, porque era lo único que teníamos.

Éramos sobre todo mujeres, niños y ancianos porque la mayoría de los hombres estaban en la guerra. Allí solo estaban los que se enfermaban o salían heridos en combate. Esos tenían que pasar clandestinos, porque si el ejército hondureño se enteraba de su presencia entraba en el campamento a hacer cateo. Recuerdo que una vez llegaron muchos heridos y el ejército hondureño entró y se llevó a muchos de ellos. Después los trasladaron a Canadá, pero tuvieron que pasar por todo un proceso cruel para llegar hasta allá.

“Yo no quería venir a la guerra, dos de mis hermanos habían muerto...”

A mí me tocaba curar a los heridos y así fue como fui aprendiendo, pero yo no entendía porque estaba yo allí trabajando como enfermera empírica. De repente me dijeron que tenía que venir a la guerra, pero mi mamá no quería, porque como era su única hija y se fue a hablar con los jefes para tratar de convencerlos, eso era en el año 85. Lo triste fue que estando en el refugio nos informaron de la muerte de uno de mis hermanos mayores en combate. Se habían ido los cuatro mayores con mi papá a combatir. Recuerdo que estaba con mi mamá de buena mañana, estábamos sentadas en una hamaca y esperando que el café hirviera, pero vimos que llegaba gente de Morazán, de hacer misiones. Uno de ellos se acercó y le dijo a mi mamá: “Udelia tengo que contarte que a tu hijo lo mataron”, lo dijo así de frío, entonces mi mamá preguntó: “¿Qué estás diciendo? ¿A quién?”, “A Estradas” le dijo.

Trabajando

Mi mamá en ese momento cayó desmayada, no se acordó del café ni de nada, yo en ese momento traté de ayudarla, pero a mi edad no era mucho lo que yo podía hacer. A los pocos días nos dijeron que habían herido a otros de mis hermanos, al segundo. Le habían dado un balazo en el hombro, y no lo pudieron sacar a Cuba, medio se recuperó y siguió combatiendo. Después de eso mi mamá empezó a enfermarse y de eso es que hoy en día padece de la tensión, ha tenido varios pre-infartos. Pero después de eso le dicen que había muerto otro de mis hermanos, volvió a ponerse mal y medio recuperándose estaba cuando dan la orden de que yo me tenía que venir a incorporarme en la guerra. Mi mamá les dijo que no era justo que me viniese, que aquí ya estaban su esposo y sus hijos, pero le respondieron que no había escapatoria y que me tenía que venir. La amenazaron que si no me dejaba ir la iban como a aislar, que significaba no darle ninguno de los beneficios que tenían en el refugio.

Allí les daban la ración alimenticia, todo lo básico, y las involucraban en los distintos talleres, aislarla significaba darle la comida, pero nada más y no dejarla participar en nada, así que a mi mamá no le quedó otra opción que dejarme venir. Yo tampoco quería venirme después de haber visto tantas cosas terribles, y además sabía que no iba a estar con mi papá sino con gente desconocida. Pero tuve que venir. Vinimos unas treinta niñas, las mayores tenían 16 años y yo venía empezando los 15 años, pero algunas tenían 14.

Caminamos toda la noche hasta San Fernando, con mochilas y botas. Allí estuvimos como un mes y de allí nos llevaron a la Escuela militar que estaba en el Mozote. Nuestros mandos militares eran Marisol Galindo, Manolo Mena Sandoval y Altagracia. Ellos nos daban clases sobre ideologías, las clases sociales... Y por la mañana nos levantábamos a hacer ejercicio. Nos daban diez minutos para bañarnos, eso fue uno de los cambios drásticos en nuestras vidas. Teníamos que bañarnos en público, en un pozo y sólo en blúmer, delante de todos, eso fue algo espantoso, pero había que hacerlo.

“Había respeto de los compas, a excepción de una vez...”

Lo triste fue cuando tuve por primera vez el periodo, yo me asusté, nadie me había hablado de ello, pero Andresón fue como mi papá. No había cotex y lo que nos daban era ropa vieja, calcetines y camisetas bien lavados, eso era lo que usábamos como toallas sanitarias. Éramos 30 mujeres, pero había respeto de los hombres, eso siempre lo hubo, a excepción de una vez que me acosaba Juan Ramón Medrano, el comandante conocido en la guerra como “Balta”. Cuando sabía que yo estaba haciendo turno de noche se levantaba y me decía: “Vos no me querés porque yo soy viejo, si a tu novio a saber si lo vas a volver a ver porque el anda combatiendo.” Yo le decía que no le quería, que para mí era como mi papá y me amenazaba con sancionarme. Como no sabía qué hacer, aunque me daba pena, fui donde Andrés y se lo conté, y él lo comprobó una noche, durante mi turno de guardia, y le denunció. Balta fue sancionado, pero me lo gané de enemigo, no me hablaba, pero me lo quité. Excepto esa experiencia había un gran respeto de los compas.

Yo salí de la escuela militar como brigadista, como enfermera, ya curaba e inyectaba. Al principio lo pasaba mal, recuerdo experiencias terribles. Como la primera vez que llegué a una casa a Perquín donde había muchos heridos, y en aquella oscurana yo entré y empecé a ver gente sin ojos, sin brazos, sin piernas… Recuerdo que había un compa en muy mal estado y yo me quedé horrorizada, no quería volver a llegar allí, pero tenía que hacerlo.

Por la noche no podía dormir, porque cerraba los ojos y me imaginaba a todos esos heridos y me daba mucho miedo. Tres meses después ya andaba en una clínica móvil, que era la fase antes de llegar al hospital. Entonces llegó un herido de mina, a ese compa, que se llamaba Arsenio, le faltaba una mano, un ojo, estaba bañado en sangre, lleno de piedras, de todo... Allí andaba una médica que se llamaba Cristina, que creo era ecuatoriana, y me encargó que lo curase. Yo solo recuerdo que agarré una pinza y ya no recuerdo más, caí desmayada. Luego me hacían chistes, pero la impresión fue demasiada para mí, con el tiempo me fui familiarizando con eso y ya podía curar heridos, pero cuando sentía que me iba a poner mal me retiraba.

Yo sentía que realmente no era mi vocación, pero no tenía otra alternativa y tenía que hacerlo. En ese tiempo estábamos en Raíces. La compa me decía: “Mabel que no me quiten la pierna” Después ya me mandaron al hospital, en la montaña, y allí pasé todo el tiempo hasta la Ofensiva. Unos de las cosas feas que me pasaron fue que una de las compas, que volvió conmigo, desde el refugio, sufrió heridas y tuvieron que amputarle una pierna y ella me decía: “Mabel que no me quiten la pierna.” Nos movíamos entre Carrizal, Nahuaterique y Llano Verde. Veníamos a traer heridos en el lomo a Río Negro, otras veces los traíamos en camilla, caminábamos durante horas.

Para la Ofensiva tuve que salir en un puesto móvil, anduvimos moviéndonos por distintos lugares: Guachipilín de Jocoro,Candelaria de Sociedad... El problema es que la guardia estaba en Jocoro, que era uno de los lugares por donde nos movíamos. Nosotros teníamos que llegar de noche hasta el cuartel de la guardia, tirar unas bombas y salir. Yo llevaba un fusil M-16, pero nunca lo había disparado, pero en ese tiempo nos tocó disparar, no sé cómo lo pude hacer. Recuerdo que en Guachipilín de Jocoro sentíamos que nos iban a matar, en ese lugar había más gente a favor de la guardia que de la guerrilla. Éramos un grupo de quince, de mujeres estábamos la radista y yo.

Recuerdo que llegamos a un cruce de calle donde había una casa, tenían un perol de huevos duros hirviendo y les pedimos que nos vendiesen comida, nos dijeron que volviésemos en un rato, porque realmente la comida la estaban haciendo para los soldados, pero nosotros no sospechamos. Nos sentamos en un cruce de calles, y de repente vi pasar a alguien con un uniforme de un verde que no era el de nosotros. Advertí a los compas, pero cuando se dieron cuenta ya nos tenían encañonados. Salimos corriendo y ellos empezaron a tirarnos morteros, nosotros íbamos delante y el mortero caía por donde habíamos pasado, pero conseguimos librarnos y dejarlos atrás. Yo no sé cómo hice con mi estatura, pero conseguí saltar los piñales que separaban unas fincas de otras.

“Vi a los compas torturar a un soldado y ejecutar a dos compañeros...”

Y otra vez, también en Guachipilín de Jocoro, había dos compas haciendo posta, pero se despistaron porque habían ido a buscar comida, y el responsable decidió ir a ver cómo estaban y ya nos tenían encañonados con un M-60, tuvimos que salir corriendo. Esa vida en ese Guachipilín de Jocoro fue terrible. En otra ocasión viví otra experiencia que me hizo ver que la tortura se daba en ambos lados. En esa zona había comandos y una vez capturaron a un miembro de las fuerzas especiales de las fuerzas armadas, y vi como lo torturaron, y no me gustó. Era un hombre alto, chele, lo amarraron, le dieron duro, después le dejaban caer piedras en la cabeza. Yo me sentía mal, me daba cosa, era un ser humano, y aquel hombre no se moría, y le dejaban caer otra piedra... Yo pensé que ya no debía andar acá. Fue espantoso, de ahí nos fuimos y no sé qué fin tuvo el hombre.

Se cometieron injusticias en ambos lados, conocí a un compa, que se llamaba Aomar, su historia era similar a la mía, los cuatro hermanos se organizaron, quedó él solo vivo y pidió permiso para irse donde su mamá, que estaba sola en el refugio. Le dijeron que se lo iban a dar, pero le pidieron primero que cavase un hoyo y cuando terminó de cavar le dispararon y le enterraron en el hoyo que había cavado. Efraín era otro compa que por haber expresado miedo, y por expresar que quería dejar la guerrilla lo mataron, está enterrado en Sabaneta. Recuerdo que yo pasé a traer heridos y él estaba haciendo fosa, pasé de regreso y le hablé, mientras él seguía haciendo la fosa, y cuando todavía no había llegado yo al campamento escuché el balazo y me asusté. Después ya pasaron el aviso de que habían ajusticiado a Efraín, así lo llamaban ajusticiamiento, pero para mí no es justo.

Tampoco lo que le hicieron a mi madre después de perder tres hijos me obligan a venirme a mí. Y tantas compas que se vieron obligadas a someterse a un legrado, porque nos daban anticonceptivos para que no saliésemos embarazadas. Éramos combatientes y no podíamos ser madres. Recuerdo el caso de una compa que después de la guerra tuvo dificultades para salir embarazada, porque le habían hecho un legrado con cuatro meses de embarazo.

Teníamos miedo a esa intervención y a las consecuencias. Pero si eras la compañera de un jefe entonces no había problema. Eso tampoco era justo.

“Me alcanzó una bala en el brazo”

Después de la Ofensiva del 89 regresamos a Joateca y comenzó el retorno de los refugiados de Colomoncagua. Yo no había visto a mi mamá desde el 85, y pedí permiso para ir a verla. Me dijeron que antes iban a inspeccionar la zona para comprobar que era segura. Mandaron a cinco compas que encontraron la zona despejada, pero enviaron a otros cinco que cayeron en un campo minado y murieron los cinco, se armó una gran balacera. Así que nos enviaron de refuerzo, recuerdo que era el doce de Febrero, y como a eso de las cinco de la tarde nos dijeron que había habido un enfrentamiento en el desvío del Bramadero. Cuando llegamos hasta el desvío el primero que iba se encontró de frente con un soldado, porque los soldados no se habían movido de allí. El compa lanzó una granada y comenzó la balacera, a mí me alcanzó una bala en el brazo, que entró y salió.

Yo solo sentí caliente en la pierna y vi que tenía sangre, entonces comenzamos a caminar para atrás, pero yo no sentía dolor. El jefe me mandó a sacar con dos compas para que me llevasen a una hora de allí por una quebrada y como no sentía dolor me fui andando, pero al tratar de agarrarme a unas piedras el hueso se torció, yo todavía no tenía conciencia de que lo tenía quebrado.

Ya una cipota que andaba con nosotros, que estaba aprendiendo a ser brigadista me dijo: “¡Mabel te hirieron!”. Comenzamos a caminar por la quebrada a salir a un desvío, vimos que venían los helicópteros y esa misma noche desembarcaron tropas donde me habían herido. Esa noche mataron a otros dos compas más, a los dos que me fueron a dejar a mí. Ese día fue terrible, mataron a ocho compas y a mí que me hirieron. Nosotras conseguimos llegar donde estaban otros compas, que me pusieron una tablilla que hicieron de un árbol. Nos subimos a un cerro y nos acostamos y me tomé una ampolla para el dolor porque no había nadie que pudiese inyectármela. Me desperté llena de hormigas, quizá por la sangre, y me trasladaron a un lugar entre Cacaopera y Joateca, y la gente de la población me curaba. Hasta 20 días después no vine a ver al médico, y ya tenía la herida cicatrizada. Mi mamá vino a verme a Joateca.

“Fui a Cuba a tratarme la herida, estaba embarazada de mi primer hijo”

Y ya finalizando la guerra yo salí embarazada de mi primer hijo y me vine con mi mamá al asentamiento, a la Segundo Montes, donde se habían instalado los refugiados. Y mientras me tramitaron la posibilidad de irme a Cuba por ser herida de guerra. Yo no quería porque me habían dicho que si tenía el niño allí, tenía que quedarse, pero no fue cierto, yo pude volver con mi hijo. La experiencia en Cuba fue muy bonita, el trato para nosotros fue especial. Como llegué embarazada tuve que esperar a que naciese mi hijo y después ya me puse en tratamiento para la herida del brazo. Yo iba para una operación, pero tal y como había quedado el brazo no era posible, así que me pusieron a hacer ejercicios y conseguí recuperar bastante. El doctor me dijo que había perdido el ligamento de la articulación y si me operaba me iba a quedar rígido, así que decidí que no me operaba. Ya volví con mi hijo de quince meses y mi esposo bien contento, él era también compa.

Cuando llegue me pusieron un pin por herida de guerra, y yo estaba muy contenta porque fue una gran alegría estar en casa de nuevo con la familia y con mi hijo, y entonces se firmaron los acuerdos de paz. Mientras estuve en Cuba no tuve noticias de ellos, no teníamos cómo ponernos en contacto.

Cuando volví comencé a trabajar con Médicos sin fronteras de promotora, me pagaban trescientos pesos. Había un plan de educación acelerada por los programas de los Acuerdos de Paz.

Empecé a estudiar de noche y saqué de sexto a noveno. Después pude estudiar el bachillerato. Cuando terminé, Médicos Sin Fronteras nos daba una beca, pero resulta que PADECOM nos la quería quitar. Era una ONG en la que había gente que había andado en la guerra, pero muchos de ellos no tenían relación con el conflicto. Al final nos fuimos a San Salvador y se decidió que la Fundación 16 de Enero administrase las becas, pero al segundo año se cambiaron de dirección sin decirnos nada. Conseguimos encontrarlos y todo salió bien, pude terminar mi carrera de licenciatura en enfermería. Pasé con un promedio de 8 y terminé mis cinco años de estudio.

“Éramos felices, aunque tuviésemos que comer zacate tierno con dulce”

Realmente yo me he sentido muy decepcionada porque, hoy, hay mucha gente que dice ser del Frente y no anduvo en la guerra. Gente que, hoy, está de diputada, y que envían a sus familias a estudiar a Cuba, mientras que muchos de los lucharon no ha obtenido beneficios. Por ejemplo cuando yo terminé la Universidad vine a hacer el año social a mi pueblo, a Jocoaitique, y como era honorem no me pagaban, y el alcalde que estaba entonces era del FMLN y yo le pedí que me colaborase, por lo menos con cien pesos, pero no quiso. No encontré el apoyo que yo esperaba, pero ahí vamos. Creo que a pesar del sufrimiento, de los riesgos, de las injusticias, fue bonito y hubo una convivencia muy linda, solidaria y fraterna. En esos operativos móviles yo tenía que dormir entre hombres y siempre me respetaron... Eso, hoy, ya no se ve. En los operativos nos daban una bolsa de maíz tostado y leche, para hacer un refresco y pan francés, latas de sardina y una laja de dulce. Hasta llegábamos a comer zacate tierno con dulce y hojas de jocote con dulce, pero a pesar de eso nos sentíamos bien, éramos felices.

Recuerdo que los fines de año eran muy bonitos, en Perquín nos juntábamos todos, había baile, cantaban los Torogoces, éramos felices bailando, y por tener la oportunidad de reunirnos todos, porque como nosotros trabajábamos en el hospital no nos veían. Del 94 al 98 estudié enfermería en San Salvador. Me iba los domingos y volvía a casa los viernes o lo sábados, tenía ya mi primer hijo y durante esos años salí embarazada del segundo, pero me fue muy bien y fue el ciclo que mejor saqué, con un ocho y medio. Ya en el dos mil salí embarazada de mi última hija, que tiene 16 años, y ya tengo un nieto de mi hijo, el que nació en Cuba.

Trabajé con una ONG y en el 2003 comencé a trabajar con el Ministerio de Salud y ya en 2005 me dieron la plaza en el centro de salud de Perquín. A mi encanta mi trabajo, es muy bonito. Viene gente de Honduras de Colomoncagua, de Yarula, y atendemos a todo la gente que llega. Mi primer hijo se graduó de ingeniero en Sistema, el segundo estudia Sociología y mi hija quiere estudiar idiomas, ya este año va para la universidad.

“Creo que para las mujeres fue un gran avance”

Yo me siento orgullosa de haber sido parte de ese FMLN, esa convivencia, ese respeto y esa solidaridad, fue muy bonito. Yo creo que para las mujeres fue un gran avance y creo que eso se mantiene. Hoy creo que hay oportunidades para que las mujeres se superen. Yo salí de la guerra sin nada, pero mi compañero y yo nos hemos apoyado siempre. Conseguí estudiar, él también, hoy es policía, tenemos nuestra casa propia.

Mabel con su hija

Yo tuve trauma hasta el 2008, recuerdo que soñaba que iba corriendo y que los soldados me perseguían y ahí me despertaba, otras veces soñaba que iba campo travieso y ya no podía más y ahí me despertaba. En ese año vinieron unas psicólogas de la OPS (Organización Panamericana para la Salud) a dar un programa de intervención en crisis y fui afortunada que me mandaron a ese taller. Era como dar atención ante casos de catástrofes como un terremoto, un deslave... Durante ese taller había que hacer los simulacros como que yo era la víctima. El ultimo día dijeron que dibujáramos una historia de algo que habíamos vivido y que nos hubiese afectado.

Entonces yo como soñaba con helicópteros y que me seguían los soldados dibujé, a mi manera, el campo, con árboles de guayabo y el helicóptero arriba, el cielo bien azulito y me dibujé con una blusa amarilla y un pantalón verde. Lo curioso fue que cuando entregamos todos sacaron el mío y la psicóloga me pidió permiso para interpretarlos. Me dijo que allí había un gran dolor por algo terrible que había vivido y que lo celeste era como tapar una herida que estaba latente. Yo me quedé sorprendida porque aparentemente yo no me sentía dañada, pero cuando empezaron a describirme yo empecé a llorar y a llorar... Después estuvieron hablando conmigo y desde entonces no volví a tener un sueño, siento que me ayudaron muchísimo.

Sin embargo el año antepasado, en noviembre, estuvimos en una capacitación para dar seguimiento a la atención a víctimas de la guerra. Se hablaba mucho del desahogo, hacer círculos con personas que fueron víctimas, de alguna forma, y darles el espacio para que hablasen de las personas que perdieron en la guerra. Fue muy duro, yo no pude hablar y empecé a llorar, y nos decía la psicóloga que el llorar es una forma de desahogarse, pero que si no puedes hablar trates de escribir porque lo importante es sacarlo.

Yo creo que para atender a la gente tiene que prepararse una primero, pero entonces yo sentí que no estaba preparada, aunque la terapia me ayudó mucho.