Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor

De CEBES Perquín

Fecha: Domingo 19 de diciembre de 2021.

Ciclo Litúrgico: Ciclo C - 4° domingo del Tiempo de Adviento

Evangelio Según San Lucas (1, 39-45)

En aquellos días, María se levantó y puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz exclamó:

«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

Homilía

Sobre la situación de la mujer en el día de hoy dice el Papa Francisco: “hay un ensañamiento contra la mujer, un ensañamiento feo, incluso latente. Y sin medios términos añadió: ¿Pero cuantas veces las chicas para tener un puesto de trabajo deben venderse como objeto de usar y tirar? ¿Cuántas veces? Y esto sucede aquí en Roma. No es necesario ir lejos. En las oficinas, en las empresas. He aquí que, continuó Francisco, rechazar a la mujer entra en esa cultura de descarte y la mujer se convierte en material de descarte: se usa y se tira.”

Por lo que sabemos la situación de la mujer en tiempos de Jesús era igual o peor. Dice en su librito ABC de la Biblia, Miguel Cabada, de grata memoria: “Las mujeres, en tiempos de Jesús, valían menos que los hombres. Era muy fuerte el machismo. Las mujeres no debían salir de la casa. Y cuando salían tenían que cubrirse la cara. Era muy mal visto hablar con mujeres en la calle. La mujer a su marido tenía que decirle Señor. Y si cometía adulterio la apedreaban. Si el hombre descubría algún defecto a su esposa podía despedirle de la casa y buscarle otra mujer. Las mujeres no podían entrar al lugar donde se hacían los sacrificios, tenían que quedarse en el atrio del templo.”

En este contexto tan deprimente para la mujer es sorprendente cuando el evangelio de hoy pone en primera plana a dos mujeres encintas: Isabel y María. María que había venido en plan de visita, se quedó con su prima durante los tres meses que faltaban del embarazo. No fue una visita de médico o de cortesía, como decimos. Fueron tres meses de compartir, de asistencia mutua, de tratar de entender mejor juntas lo que les estaba pasando, de unirse en oración para expresar su profunda gratitud.

Los hombres, Zacarías y José, ni de lejos se asomaban. Toda la escena está ocupada por dos mujeres. Son estas dos mujeres, llenas de fe y de Espíritu, que mejor captan lo que les está sucediendo.

Los escritores José Ignacio y María López Vigil de “un tal Jesús” transformaron el evangelio de hoy en una pequeña novelita, conservando en su totalidad lo que el evangelio nos quiere transmitir.

La novela termina así.

María: Nunca se me olvidará esa fiesta. Los vecinos brindaron a la salud del recién nacido, Juan, el hijito de Isabel y Zacarías, y le echaron coplas de buena suerte y bailaron en el patio hasta el amanecer

Isabel: ¿Ves María? ¿Ves cómo Dios hace las cosas bien? No tenga miedo muchacha… Si Dios se fijó en ti, si bendijo el fruto de tus entrañas, él se las arreglará para sacarte adelante. Y un día muchos te felicitarán.

María: Si Dios fue grande con tía Isabel, y ha sido grande conmigo, muy grande, esa es la verdad, y no me canso de darle gracias, porque miren ustedes en quién se vino a fijar. Así son las cosas de Dios. A los poderosos los derriba del trono y a los humildes nos levanta del polvo. A los ricos los deja vacíos y a los hambrientos nos da de comer. A Isabel que era estéril le regaló un hijo y conmigo hizo una maravilla aún más grande. Y yo a veces pienso que todo esto que ha pasado ahora es lo que Dios le había prometido a Abraham y a nuestros padres, lo que nosotros hemos estado esperando de generación en generación”.

José Antonio comentando el evangelio de hoy, saca la siguiente conclusión: la vida cambia cuando es vivida desde la fe.

Esto nos debe animarnos para compartir, teniendo presente el ejemplo de María e Isabel, algunas ideas respecto a la fe.

1. La fe es una opción. Yo decido vivir mi vida desde la fe, como también lo hicieron Isabel y María. Y con los días voy experimentando que fue una buena opción. Mi vida, impulsada desde la fe cobra cada vez más profundidad y sentido.

El ver la fe como una opción personal y libre me ayuda a convivir respetuosamente con quienes no toman esta opción. Y esto es importante porque Dios lo que quiere es que todos y todas, no importando las opciones que vamos tomando y que puedan ser diferentes, sepamos vivir como hermanos y hermanas.

2. La fe hace que voy insertando mi vida en el plan de Dios. Esto lo resaltan María e Isabel. Lo que podría ser visto como común y natural, el embarazo, es visto por ellas como invitación para poner sus vidas al servicio del plan de Dios

Así también la lectura que hacemos nosotros y nosotras de lo que sucede en nuestra vida, desde la fe resulta diferente y muy ligada al plan de Dios.

3. La fe, lo que también manifiestan Isabel y María, debe ser entendida como confianza.

El término fe nos pueda hacer pensar que lo más importante sería una adhesión firme a una serie de verdades. Lo más importante no es esto. Más bien se trata de una profunda confianza en el amor infinito que Dios nos tiene. Él nos ha acompañado a lo largo de nuestra vida y en ningún momento nos va a defraudar.

Esta confianza se percibe de manera abundante en la práctica y las palabras de Isabel y María.

4. La fe es también ver a Dios como nuestro mejor aliado en la búsqueda de la felicidad. Estas dos mujeres igualmente demuestran una profunda felicidad, y que su mejor aliado es el Dios de la Vida.

Para no pocos la religión suele ser un estorbo para vivir la vida de manera intensa, pues empequeñece a la persona dicen, y mata el gozo de vivir. Además, por qué va a preocuparse un creyente por ser feliz. ¿No es ser cristiano fastidiarse siempre más que los demás? ¿No es seguir un camino de renuncia y abnegación? ¿No es, en definitiva, renunciar a la felicidad?

Es evidentemente un pensamiento equivocado. El Dios que se nos ha revelado en Jesús nos quiere ver felices y plenamente realizados. Todo lo que podría poner obstáculo para alcanzar esa meta, no viene de Dios. Quien recorre el camino de Dios está construyendo la felicidad de él y de todos los que le rodean.

“Dichosos los y las que creen”.

Padre Rogelio Ponseele

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