Jesús era tentado por satanás, y los ángeles le servían
Fecha: Domingo 21 de febrero de 2021.
Ciclo Litúrgico: Ciclo B – 1° Domingo del Tiempo de Cuaresma
Evangelio Según San Marcos (1, 12-15)
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían. Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía:
«Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».
Homilía
En seguida, dice el evangelio, El Espíritu empujó a Jesús al desierto.
Así como Galilea, la región norte de Israel, es fértil y siempre verde, Judea la región sur es zona seca y de escasa vegetación y en algunos lugares de auténtico desierto.
El pueblo de Israel creía que el desierto era terreno maldito por Dios, y por eso era estéril. Ahí solo podían vivir animales salvajes y demonios. Todo esto hace que el desierto se considerara un lugar extremadamente peligroso, donde el hombre era puesto a prueba y podía sucumbir a la tentación.
Pero el desierto no era únicamente un lugar terrible, sino también un lugar privilegiado para el encuentro con Dios y en la soledad y el riesgo, descubrir mejor sus planes.
Entre estos dos sentidos, de enfrentamiento con el mal y de revelación de Dios, se mueve el texto de las tentaciones que los evangelistas nos ofrecen. (Según el libro “un tal Jesús”)
Marcos lo cuenta todo muy resumido. Si queremos saber más sobre este episodio debemos acudir a Lucas y Mateo. Pero aún allí en estos evangelios no encontramos una narración histórica, más bien se trata de un resumen teológico.
Lo que encontramos en cuanto a las tentaciones, colocadas al inicio de los evangelios, no es más que un resumen de lo que le pasó a Jesús a lo largo de su vida.
Como toda persona que toma en serio su compromiso tuvo que experimentar flaquezas y una y otra vez tuvo que elegir el camino de la generosidad.
A diferencia del pueblo que caminó cuarenta años por el desierto en búsqueda de la tierra prometida y que, una y otra vez sucumbió ante las tentaciones, Jesús se mantuvo fiel hasta el final. Cada vez renovó su compromiso y al hacerlo nos dejó un ejemplo de perseverancia y fidelidad a la misión encomendada.
Marcos pasa, de inmediato, a relatarnos cómo Jesús inició el anuncio de la buena nueva. Probablemente para evitar complicaciones en torno a su persona, después de la captura de Juan Bautista, Jesús se traslada a Galilea. Y ahí comienza a proclamar la buena nueva.
En tres cosas enfatiza:
1. El tiempo se ha cumplido.
2. El reino está cerca.
3. Conviértanse y crean en la buena nueva
Los 18 siglos de historia del pueblo elegido presenta algunos momentos exitosos pero sobre todo múltiples fracasos (invasiones, ocupaciones, destierros etc.) En estas circunstancias nace la esperanza en un redentor, liberador o Mesías que traerá a la tierra, la justicia y la paz.
Conocemos la profecía del profeta Isaías que al referirse a ese Mesías dice:
“Con él crece el imperio y la prosperidad no tiene límites, para el trono de David y para su reino; Él lo establece y lo afianza por el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre, si, así será, por el amor celoso de Yavé Sabaot.”
Los años, los siglos iban pasando y ningún Mesías se presentó. Al pueblo le tocó una larguísima espera.
Pero ahora con Jesús, el tiempo se ha cumplido…Las promesas se están realizando.
Aprendamos a tener esperanza…aunque la espera se alarga.
Un sector del pueblo acude a sus prédicas. Siente la novedad de su mensaje y en la medida que el pueblo responda, las cosas van cambiando, transformándose, es decir, el reino de Dios se va haciendo presente. Es lo que Jesús señala cuando dice: “el reino de Dios está cerca”.
El reino de Dios es justicia, cambio estructural, transformación de la sociedad desde sus raíces… Todo esto es cierto. Pero no siempre el reino se hace presente de una manera tan espectacular. Se va haciendo presente también en lo sencillo, en lo cotidiano. Oigamos como lo dice Monseñor Romero…
“El proyecto de Jesús es la sencillez del hombre que por la fe y viviendo su vida ordinaria, se gana la voluntad de Dios, se aviene a Dios
¡Qué hermoso sería nuestro país si todos viviéramos este proyecto de Dios! Cada uno ocupado en su oficio, sin pretensiones de dominar a nadie, simplemente ganándose y comiendo con justicia el pan que necesita su familia. No habría esta tremenda situación…”
En medio de todo lo que dice y hace se escucha una insistente invitación a la conversión: “conviértanse y crean en la buena nueva.” Los oyentes de Jesús para que sean parte y colaboradores de la realización del reino necesitan conversión. Esto sigue vigente también para nosotros y nosotras. Muchas cosas que representamos o arrastramos no caben dentro del reino.
La mentalidad mundana, ni la cultura del descarte caben dentro del reino; tampoco el individualismo o el egoísmo autoreferencial como la búsqueda del propio bienestar, incluso a costo del bien del otro.
Es decir, una vida que busca salvarse en soledad y en el colmo del individualismo, procurándose el bien para sí, sin mirar a los demás, sin tender la mano, sin ayudar, sin escuchar, sin abrazar a la víctima, no tiene cabida en el reino de Dios.
De ahí la necesidad que tenemos todos y todas de convertirnos.
Jesús, con lo que hace, dice, con su modo de ser y de relacionarse, se vuelve para los oyentes de aquel entonces e igualmente para nosotros y nosotras “buena noticia”.
Creer en Jesús es acoger a Jesús y volvernos nosotros y nosotras también, a ejemplo de él, buena noticia para los demás.
Padre Rogelio Ponseele
Referencia