Relata la leyenda que durante la época del conflicto armado que vivió El Salvador en los años 80s, muchos combatientes de la guerrilla pasaban en la noche por las riveras del río Sapo y específicamente en la zona donde el paso del río divide La Guacamaya y El Zapotal, en Morazán, precisamente ahí se encontraban con una misteriosa mujer. Los que aseguraban haber visto a esta mujer contaban que era de mediana estatura, tenía unos pechos enormes, caderas grandes, el cabello largo, una mirada loca y una risa que resultaba ser muy ruidosa, por lo que se escuchaba desde lejos. Sin embargo decían que eran apariciones rápidas, que duraban solo unos minutos o segundos, incluso, en los que podían verla. Quienes la vieron contaban también que ella vestía únicamente con calzón y se bañaba en las pozas del río por las noches, además tenía la costumbre de correr para esconderse en la maleza. Los días pasaban y los pocos combatientes que se aventuraban a pasar de noche por el río Sapo, seguían escuchando las risas descontroladas de tal mujer. A raíz de esto, la leyenda de la Siguanaba empezó a cobrar vida, pero otros decían que no se trataba de ella.
A finales de 1982, en esta zona también sucedió que repentinamente aparecían varias reses muertas a dentelladas o mordidas de animal fiero. Los logísticos de la guerrilla, preocupados por ello, porque aquellas vacas eran la única reserva de comida que tenían, decidieron comenzaron a cazar a la fiera. Algunos pensaban que eso seguramente era un puma o un tigrillo o tigre, que había llegado hasta ahí proveniente de las montañas selváticas de Honduras. Lo cierto es que las huellas de las garras y los colmillos en las reses daban escalofríos. Varias escuadras guerrilleras, que coordinaban operaciones por radio, le pusieron emboscadas, minas y trampas pero el escurridizo animal no caía. Entonces resultó que a historia de la mujer del río Sapo y de la fiera que mataron a las reses se enredaron a tal punto, que ya no se sabía si es que eran dos cosas distintas o era el mismo ser del demonio que cambiaba de cuerpo a su antojo. Por esto la mayoría de combatientes evitaba pasar por las noches por el río Sapo, porque sentían temor de estos sucesos que estaban ocurriendo. Pasaba el tiempo y las risas de la mujer se seguían escuchando constantemente por las noches y las reses seguían apareciendo muertas. Sin embargo al siguiente verano misteriosamente tanto la misteriosa mujer como los ataques de la fiera desaparecieron y no se volvió a oír más de ella… Pero resultó que dos años más tarde, un grupo de las fuerzas especiales de la guerrilla atrapó por casualidad a la misteriosa mujer del río Sapo. La agarraron desprevenida, pero según sus propios testimonios, no fue nada fácil someterla. Se resistió con gritos, uñas, patadas y mordiscos y con fuerza de varios machos juntos. La llevaron a una clínica guerrillera donde un médico, la calmó con pastillas y un poco de paciencia.
Para entonces esta mujer tenía el pelo todo alborotado, sus dientes estaban ennegrecidos, tenía las manos y los pies llenos de callos, la piel entera llena costras y cicatrices, la mirada perdida, y gritaba constantemente como queriendo no estar ahí. Muchos de los primeros que la vieron encomendaron sus almas al Señor. Otros aseguraban que el puma y la mujer