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, 19:04 12 mar 2022
'''Fecha:''' Domingo 30 de enero de 2022.
'''Ciclo Litúrgico:''' Ciclo C – 4° Domingo del Tiempo Ordinario
'''<big>Evangelio Según San Lucas (4, 21-30)</big>'''
En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga: ''«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».''
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.
Y decían: ''«¿No es este el hijo de José?».''
Pero Jesús les dijo: ''«Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún».''
Y añadió:
''«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».''
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
== Homilía ==
Jesús, como escuchamos el domingo pasado, acaba de presentar su programa a realizar. Se trata de comunicar liberación, esperanza, luz y gracia a los pobres y desgraciados. Es el programa de un profeta.
Sus oyentes en la sinagoga de su pueblo natal (paisanos, vecinos, amigos de infancia) aprecian sus palabras, pero no están conformes. Más que a un profeta, esperaban a una especie de mago o curandero que dé prestigio a su pequeña aldea y le presionan a que haga las mismas curaciones que, según se dice, ha realizado en Cafarnaún.
Jesús no suele sorprenderse y les recuerda un dicho fácilmente aplicable a lo que está sucediendo: “Les aseguro que ningún profeta está bien acogido en su pueblo”. Y les recuerda igualmente dos pasajes de la sagrada escritura que ratifican lo que expresa el dicho.
“Aunque había muchas viudas en el pueblo de Israel a causa de algunas desgracias naturales, en tiempos de Elías, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón.” (fuera de Israel)
Y “aunque había muchos leprosos en Israel, en tiempos de Eliseo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio.” (un extranjero)
Al oír esto, todos se volvieron furiosos e intentaron matarlo, empujándole hasta un barranco.
Los que tuvimos la dicha de conocer y de escuchar a menudo a hombres y mujeres como P. Octavio, La hermana Silvia Maribel, P. Rutilio Grande, Padre Spesotto y San Romero sabemos un poco como es un profeta.
El profeta nos enfrenta con la verdad de Dios y pone en descubierto nuestras mentiras y cobardías y nos llama a un cambio de vida.
Frente al mensaje de un profeta solo tenemos dos alternativas, la de rechazarlo como hizo el pueblo de Nazaret frente al profeta Jesús y su mensaje o bien, y a esto estamos todos llamados, dejar que penetra en nuestra vida, acogiendo su palabra, dejándonos transformar por su verdad y siguiendo su estilo de vida.
Muchas, demasiadas veces, nos acomodamos a lo que la sociedad en general nos dicta y hacemos oídos sordos ante el mensaje del profeta.
Nuestra iglesia a menudo pierde la dimensión profética. Se acomoda, decimos, es decir, se mueve según sus conveniencias, como una institución que, antes que nada, tiene que mantener su nivel de poder a nivel mundial. Su mayor interés se orienta a sostener el orden, la tradición, y se aleja de la novedad que, en todo momento, Dios representa.
Y al decir esto respecto a la iglesia tengamos presente lo que decía San Romero: “El profeta también denuncia los pecados internos de la iglesia. ¿Y por qué? Si obispos, papas, sacerdotes, nuncios, religiosas, colegios católicos, estamos formados por hombres y los hombres somos pecadores y necesitamos que alguien nos sirva de profeta también a nosotros para que nos llame a conversión, para que no deje instalarnos en una religión, como si ya fuera intocable. La religión necesita profetas y gracias a Dios los tenemos.”
Los hombres y mujeres en general, también los y las cristianos tendemos a acomodarnos a lo es común decirlo y hacerlo. Tenemos miedo a ser diferentes o pasar por anormal o extraño. Nos parece más fácil hablar y actuar y asumir posiciones tal como la moda nos dicta.
Sin embargo, los cristianos y cristianas debemos ser diferentes. Recuerden, hablando con sus discípulos decía Jesús: “así actúan los poderosos de este mundo, pero ustedes deben ser diferentes”.
Debemos tener el coraje suficiente para mantener una conducta coherente con el evangelio, aún cuando todo el mundo se acomoda y se adapta a lo que se lleva.
Otro punto a tratar, un tanto delicado: es bueno en todo estar atento al pueblo para después no estar hablando o haciendo cosas totalmente desconectadas con el sentir y las necesidades reales del mismo. Pero también es cierto que un pueblo, por el mero hecho de serlo, no es automáticamente infalible. Los pueblos también se equivocan. Los pueblos también pueden ser injustos.
Es entonces cuando los pueblos necesitan hombres y mujeres movidos por un amor leal al pueblo se atrevan a levantar una voz, quizá molesta y discordante, pero que este pueblo necesita escuchar para no deshumanizarse más.
Todas estas reflexiones nos indican de que el error más grande que se puede cometer a nivel de la sociedad, a nivel de los gobernantes, a nivel de los pueblos es “ahogar la voz de los profetas”. Un error que una y otra vez se ha cometido a lo largo de nuestra historia humana.
Quedando sin profetas, sin estas voces críticas, estamos condenados a precipitarnos al fracaso.
No podemos menos que agradecer todos aquellos que tuvieron el valor de asumir y de llevar a la práctica su vocación profética.