“Yo siento que ustedes son el hilo con que nos van cosiendo a los pedacitos, porque la verdad que solo de retazos no se puede hacer esta obra bien bonita, quizás uno no tiene letras para destacar en algunas cosas, pero pasmados no somos, con que nos empujen y nos vayan platicando, después parecemos pericos contándole a la gente”.
Algunas incidencias “extra-salón”<br />
Como se ha mencionado, una característica muy notoria de la EFAP fue la incorporación de las tareas de la vida cotidiana como parte del aprendizaje y vivencia de la formación como agentes de pastoral. No era poco decir, porque en cada sesión ocurrían cosas divertidas y tristes, sagradas y profanas, de día y de noche. Algunos incidentes fueron memorables por su profundidad y por la sorpresa que significó para algunos (especialmente jóvenes) abordar en sentido de comunidad estas cosas.
La vigencia de los acuerdos grupales - una recurrente situación era la prontitud del sueño para algunos, casi siempre mayores, que preferían arreglar la sala de reuniones bien temprano para poder descansar y el desvelo a altas horas de la noche para los más jóvenes. Al amanecer, una situación similar: quienes madrugaban mucho antes de amanecer para iniciar labores, incluso ir a bañarse a “Los Mangos”, mientras que otras esperaban un poquito más. En una de las noches, ante la bulla desatada dentro y fuera del salón de reuniones, Carmen Elena apareció para pedir orden y descanso general, ocasionando el enojo de los jóvenes protagonistas del bullarango. Como los facilitadores dormíamos en la salida de la casa, a la par del cuarto del padre Rogelio, no escuchamos mucho de todo aquello, pero a la mañana siguiente, una galería de caras largas nos recibió en la sesión. Abordamos la situación preguntando a todos los sectores por sus vivencias y sentires la noche anterior. Algunos decían que los habían regañado por nada y otros que faltaba más disciplina. Descubrimos que una participante estaba con fiebre desde la tarde anterior y no pudo conciliar el sueño por levantarse a cerrar el portón que dejaban abierto cada vez que salían a la calle. Dos jóvenes de la Segundo Montes eran los entusiastas organizadores de la excursión madrugadora a las 2.30 a.m., hacia a Los Mangos, “para no gastar tiempo esperando que se desocupe el baño”; algunos de los mayores no dijeron nada pese a no conciliar el sueño porque pensaron que les habían dado permiso. Una chica de Perquín dijo que ella por eso dormía en su casa, “para no tener que aguantar esos relajos”. Todo lo anterior fue una poderosa oportunidad para reflexionar sobre los grandes discursos ofrecidos durante el día en los plenarios de la escuela y la vida cotidiana, común y corriente, a la vista de todos, pero no siempre publica, con que vamos haciendo la vida y los liderazgos. Para quienes tenían un lugar alternativo donde dormir, el relajo no afectaba, pero para quienes tenían que compartir espacio común una noche toledana podía acabar con la atención durante el día de buena parte del grupo. Aprendimos entre todos que no bastan las buenas voluntades o los discursos, que las diferencias hay que abordarlas con sentido directo y con enfoque de grupo, que los derechos no son leyes, que los criterios que acordamos nos vinculan y hay que hacer esfuerzos para que tengan vigencia. La vigencia de los acuerdos comunes no era solo papel para el día, eran criterios de convivencia que funcionaban para garantizar el bienestar de todos y todas.
El secretario que se graduó como agente de pastoral<br />
Como se ha mencionado, las condiciones de marginación y limitaciones antes y durante el conflicto armado tenían un impacto bien grande en las habilidades de lectoescritura de la mayoría, particularmente en mujeres adultas, madres, de las zonas rurales más alejadas. Por eso, una de las primeras, Perfecta (Agua Zarca, Torola), apareció el primer día de la escuela, bien acompañada por uno de sus hijos al que presentó como su “secretario” para que le anotara todas las letras y después se las leyera en la casa. Aceptada la situación por el equipo pastoral, el secretario se fue convirtiendo no sólo en un escribiente de letras, sino en un verdadero protagonista del proceso, pese a su corta edad y a lo complejo de los temas, que además eran abordados de maneras participativas, poco aptas para el dictado o la copia desde una pizarra. Cuando llego la sesión final, nos dimos cuenta que era uno de lo que mejor guardaba la memoria de los contenidos, de los que más participan y respondía, ayudando a su madre y a otras de la escuela. Cuando enumeramos el listado de quienes se graduaban, no podíamos dejar fuera al secretario y así obtuvimos un joven agente de pastoral. En una edición posterior, se repiten la situación con otra participante, siendo esta vez su nieta la encargada de custodiar las letras. Esto nos hizo reflexionar mucho -y afectar para modificar- las metodologías que muchas veces eran presentadas como asuntos adultos, sin considerar demasiado que las diferentes generaciones aprendían de la convivencia, del trato cotidiano, del participar ya en aquello que queríamos en el futuro para nuestra comunidad.
La niña que vendía fruta<br />
El contexto de posguerra afectaba todo el desarrollo de la escuela. Desde las noticias nacionales o las nuevas obras que día confía iban llegando para la zona, hasta la instalación del tendido eléctrico o el reclamo de los antiguos dueños de las casas abandonadas, todo parecía seguir funcionando en términos de “nosotros y los otros”.