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== '''La otra costilla de la muerte(Grabiel Garcia Marquez)''' ==Sin saber por qué, despertó sobresaltado. Un acre olor a violeta y a formaldehído venía, robusto y ancho, desde la otra habitación a confundirse con el aroma de flores recién abiertas que mandaba el jardín amaneciente. Trató de serenarse, de recobrar ese ánimo que bruscamente había perdido en el sueño. Debía de ser ya la madrugada porque afuera, en el huerto, había empezado a cantar el chorro entre las legumbres y el cielo era azul por la ventana abierta. Repasó la sombría habitación tratando de explicarse aquel despertar brusco, inesperado. Tenía la impresión, la certidumbre ''física'' de que alguien había entrado mientras él dormía. Sin embargo estaba soloy la puerta, cerrada por dentro, no daba muestra alguna de violencia. Sobre el aire de la ventana despertaba un lucero. Quedó quieto un momento como tratando de aflojar la tensión nerviosa que lo había empujado hacia la superficie del sueño, y cerrando los ojos, bocarriba, empezó a buscar nuevamente el hilo de la serenidad. La sangre, arracimada, se le desgajó en la garganta en tanto que más allá, en el pecho, se le desesperaba el corazón robustamente marcando, marcando un ritmo acentuado y ligero como si viniera de una carrera desbocada. Repasó mentalmente los minutos anteriores. Tal vez tuvo un sueño extraño. Pudo ser una pesadilla. No. No había nada de particular, ningún motivo de sobresalto en «eso».
Iba en un tren —ahora puedo recordarlo— a través de un paisaje —este sueño lo he tenido frecuentemente— de naturalezas muertas, sembrado de árboles artificiales, falsos, frutecidos de navajas, tijeras y otros diversos —ahora recuerdo que debo hacerme arreglar el cabello— instrumentos de barbería. Este sueño lo había tenido frecuentemente pero nunca le produjo ese sobresalto. Detrás de un árbol estaba su hermano, el otro, su gemelo, el que había sido enterrado aquella tarde, gesticulando —esto me ha sucedido alguna vez en la vida real— para que hiciera detener el tren. Convencido de la inutilidad de su mensaje comenzó a correr detrás del vagón hasta cuando se derrumbó, jadeante, con la boca llena de espuma. Ciertamente era su sueño absurdo, irracional, pero que no motivaba en modo alguno ese despertar desasosegado. Cerró los ojos nuevamente con las sienes golpeadas aún por la corriente de sangre que le subía firme como un puño cerrado. El tren penetró a una geografía árida, estéril, aburrida, y un dolor que sintió en la pierna izquierda le hizo desviar la atención del paisaje. Observó que tenía —no debo seguir usando estos zapatos apretados— un tumor en el dedo central del pie. De manera natural, y como si estuviera acostumbrado a ello, sacó del bolsillo un destornillador con el que extrajo la cabeza del tumor. La depositó cuidadosamente en una cajita azul —¿se ven los colores en el sueño?— y por la cicatriz vio asomarse el extremo de un cordón grasiento y amarillo. Sin alterarse, como si hubiera esperado la presencia de ese cordón, tiró de él lentamente, con cuidadosa exactitud. Fue una cinta larga, larguísima, que surgía espontáneamente, sin molestias ni dolor. Un segundo después levantó la vista y vio que el vagón había sido desocupado y que solo, en otro compartimiento del tren, estaba su hermano vestido de mujer frente a un espejo, tratando de extraerse el ojo izquierdo con unas tijeras.