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, 17:02 14 mar 2022
'''Fecha:''' Domingo 22 de agosto de 2021.
'''Ciclo Litúrgico:''' Ciclo B – 21° Domingo del Tiempo Ordinario
'''<big>Evangelio Según San Juan (6, 60-69)</big>'''
En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen».
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?».
Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
== Homilía ==
Sucede algo entre los discípulos y discípulas que, a menudo, pasa entre los seres humanos: se debilita el entusiasmo del inicio y entran en una crisis, es decir, dudan, vacilan, se escandalizan y piensan en abandonar el camino.
En el caso de los y las discípulos sucede esto a raíz de un discurso de Jesús, en el que revela su verdadera identidad como el pan que ha bajado del cielo e insiste en que, para llegar a ser verdaderos seguidores, será necesario creer en él, asumiendo su espíritu y su estilo de vida.
Dijeron entre ellos: “este lenguaje es muy duro, ¿quién querrá escucharlo? Y muchos se echaron atrás.”
Para nosotros, nosotras, no es nada extraño lo que sucede entre los y las discípulos. Nuestro mundo está siendo invadido por el secularismo, lo cual es una manera de pensar acerca de la vida, en el que lo religioso ya no cuenta. Esta corriente, si así se le quiere llamar, está, sobre todo, presente en Europa y Estados Unidos. Pero, aunque sea en menor grado, está también presente entre nosotros, nosotras. De tal manera que el medio en el que nos toca vivir se va haciendo, cada vez más, pluralista: unos creen y otros no creen, unos optan por tal iglesia, y otros optan por otra iglesia o no optan por ninguna etc. Por consiguiente, ser cristiano se vuelve una opción personal, una decisión de uno, lo cual, de por sí, es positivo. Pero sí supone un mayor esfuerzo. Se trata de, más allá de cualquier duda que pueda presentarse, optar por una vida cristiana asumiendo sus enseñanzas y poniéndolas en práctica por muy exigentes que puedan ser. Esto será cada vez más fácil si vamos en el camino experimentando que esta vida en seguimiento a Jesús da sentido y profundidad a nuestra vida y a la vez nos trae una profunda satisfacción.
Debemos desconfiar de la felicidad que el mundo nos ofrece a bajo precio. La verdadera felicidad exige, así es, un buen precio. Y es esa la felicidad que Jesús nos ofrece y nos hace vivir a plenitud.
Jesús, ante esta situación que se da entre los discípulos, no retracta para nada lo que acaba de decir, mantiene su discurso. Si se preocupa y busca algún consuelo entre los doce, los discípulos de la primera hora y les pregunta: “¿quieren marcharse también ustedes? Y es, de nuevo, Pedro que, en nombre de todos responde y dice: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo, consagrado por Dios.”
Lo que dice Pedro suele ser la opinión compartida por los doce. El largo tiempo que ya han convivido con Jesús ha venido consolidando sus convicciones. No tan fácilmente se echarán para atrás.
Sin embargo, en el momento más crítico, viendo a Jesús muriéndose en la cruz, dice el evangelio, que todos a excepción de Juan, se dieron a la fuga.
Lo bonito es todo lo que el evangelio cuenta a continuación: que luego se reagruparon y después animados por el Espíritu Santo salieron de su escondite para hablar a las multitudes y anunciar a Jesús como aquel que fue masacrado y ahora está vivo.
Fallar alguna vez no es dramático, toda vez que se sabe recapacitar.
Retomando lo del precio que se debe pagar. En relación con este tema quisiera compartir dos textos que se refieren a la entrega a una causa noble y el precio a pagar.
En tiempos de conflicto en muchos campamentos se podía leer en un papelógrafo pegado contra la pared, un pequeño poema que aclaraba en qué consistía la mística que debía tener todo combatiente. Hablaba de entrega y de manera muy clara del precio a pagar.
Este poema, muchos lo conocen y se titula el “partido”. Dice:
“Si no vienes a dar el corazón y la vida no te molestes en entrar porque en tu entrada comienza tu salida.
Si tu vienes a buscar un lecho en la ocasión mullida, no te molestes en entrar donde la flor más bella es una herida.
Este es un lugar propicio, tan solo para el sacrificio.
Aquí tienes que ser: el último en comer, el último en tener, el último en dormir y el primero en morir.
También en la biblia podemos encontrar palabras aún más fuertes que se refieren a la mística que debe tener el cristiano y el precio a pagar. Por ejemplo, Juan 12, 24-26. Dice:
En verdad les digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida la destruye y el que desprecia su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, ahí estará también mi servidor. Y al que me sirve, El Padre le dará un puesto de honor.
Toda entrega a una causa noble tendrá su precio. No todos deberemos pagar el mismo precio. Si acaso nos toca difícil, confiemos en que Dios nos dará la fortaleza y el coraje necesarios para sobrellevar la situación que se nos presenta. Pese a todo siempre habrá un desenlace feliz.
Al concluir esa reflexión quisiera referirme a la primera lectura de este domingo.
Estando ya en Canaán, la tierra prometida, Josué, el líder durante la última fase de la conquista, convoca a todo el pueblo. Había observado que unos adoraban a los dioses de los amorreos en cuyo país habitaban y otros a los dioses de sus antepasados, abandonando a su propio dios, el Dios de Israel.
Ahora los invita a todos a que tomen una decisión y se pone como ejemplo: “Yo y mi familia serviremos al Señor”.
Desafiado por Josué el pueblo recapacita y dice: “Lejos de nosotros abandonar al Señor para ir a servir a otros dioses. Y aclaran por qué: porque el Señor nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto, que hizo ante nuestros ojos grandes prodigios. Por eso también nosotros serviremos al Señor; él es nuestro Dios.”
En todo momento de crisis hay que volver a tomar una decisión, con la mayor honestidad.
La opción cristiana es válida. Y no se le puede cambiar por otra, a no ser que esa otra opción me garantiza una vida con mayor sentido, profundidad, y plenitud. (Karl Rahner)
'''Padre Rogelio Ponseele'''