Anónimo

Cambios

De CEBES Perquín
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<div class="NavHead" style="background-color: #2471A3;">'''A un Viejo y distinguido señor'''</div>
<div class="NavContent" style="display: none; text-align:center;">
Te he visto, por el parque <br />
ceniciento <br />
que los poetas aman <br />
para llorar, como una noble <br />
sombra <br />
vagar, envuelto en tu levita larga. <br />
El talante cortés, ha tantos años <br />
compuesto de una fiesta en la <br />
antesala, <br />
?¡qué bien tus pobres huesos <br />
ceremoniosos guardan!? <br />
Yo te he visto, aspirando distraído, <br />
con el aliento que la tierra exhala <br />
?hoy, tibia tarde en que las <br />
mustias hojas <br />
húmedo viento arranca?, <br />
del eucalipto verde <br />
el frescor de las hojas perfumadas. <br />
Y te he visto llevar la seca mano <br />
a la perla que brilla en tu corbata.
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<div class="NavHead" style="background-color: #2471A3;">'''A un olmo seco'''</div>
<div class="NavContent" style="display: none; text-align:center;">
Al olmo viejo, hendido por el rayo <br />
y en su mitad podrido, <br />
con las lluvias de abril y el sol de mayo <br />
algunas hojas verdes le han salido. <br />
¡El olmo centenario en la colina <br />
que lame el Duero! Un musgo amarillento <br />
le mancha la corteza blanquecina <br />
al tronco carcomido y polvoriento. <br />
No será, cual los álamos cantores <br />
que guardan el camino y la ribera, <br />
habitado de pardos ruiseñores. <br />
Ejército de hormigas en hilera <br />
va trepando por él, y en sus entrañas <br />
urden sus telas grises las arañas. <br />
Antes que te derribe, olmo del Duero, <br />
con su hacha el leñador, y el carpintero <br />
te convierta en melena de campana, <br />
lanza de carro o yugo de carreta; <br />
antes que rojo en el hogar, mañana, <br />
ardas en alguna mísera caseta, <br />
al borde de un camino; <br />
antes que te descuaje un torbellino <br />
y tronche el soplo de las sierras blancas; <br />
antes que el río hasta la mar te empuje <br />
por valles y barrancas, <br />
olmo, quiero anotar en mi cartera <br />
la gracia de tu rama verdecida. <br />
Mi corazón espera <br />
también, hacia la luz y hacia la vida, <br />
otro milagro de la primavera.
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<div class="NavHead" style="background-color: #2471A3;">'''A Miguel de Unamuno'''</div>
<div class="NavContent" style="display: none; text-align:center;">
Este donquijotesco <br />
don Miguel de Unamuno, fuerte vasco, <br />
lleva el arnés grotesco <br />
y el irrisorio casco <br />
del buen manchego. Don Miguel camina, <br />
jinete de quimérica montura, <br />
metiendo espuela de oro a su locura, <br />
sin miedo de la lengua que malsina. <br />
A un pueblo de arrieros, <br />
lechuzos y tahúres y logreros <br />
dicta lecciones de Caballería. <br />
Y el alma desalmada de su raza, <br />
que bajo el golpe de su férrea maza <br />
aún durme, puede que despierte un día. <br />
Quiere enseñar el ceño de la duda, <br />
antes de que cabalgue, el caballero; <br />
cual nuevo Hamlet, a mirar desnuda <br />
cerca del corazón la hoja de acero. <br />
Tiene el aliento de una estirpe fuerte <br />
que soñó más allá de sus hogares, <br />
y que el oro buscó tras de los mares. <br />
Él señala la gloria tras la muerte. <br />
Quiere ser fundador, y dice: Creo; <br />
Dios y adelante el ánima española... <br />
Y es tan bueno y mejor que fue Loyola: <br />
sabe a Jesús y escupe al fariseo.
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<div class="NavHead" style="background-color: #2471A3;">'''A un naranjo y limonero'''</div>
<div class="NavContent" style="display: none; text-align:center;">
Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte! <br />
Medrosas tiritan tus hojas menguadas. <br />
Naranjo en la corte, ¡qué pena da verte con <br />
tus naranjitas secas y arrugadas!. <br />
Pobre limonero de fruto amarillo cual <br />
pomo pulido de pálida cera, ¡qué pena <br />
mirarte, mísero arbolillo criado en <br />
mezquino tonel de madera! De los claros <br />
bosques de la Andalucía, ¿quién os trajo a <br />
esta castellana tierra que barren los vientos <br />
de la adusta sierra, hijos de los campos de <br />
la tierra mía? ¡Gloria de los huertos, árbol <br />
limonero, que enciendes los frutos de <br />
pálido oro, y alumbras del negro cipresal <br />
austero <br />
las quietas plegarias erguidas en coro; y <br />
fresco naranjo del patio querido, del campo <br />
risueño y el huerto soñado, siempre en mi <br />
recuerdo maduro o florido <br />
de frondas y aromas y frutos cargado!
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<div class="NavHead" style="background-color: #2471A3;">'''A orillas del Duero'''</div>
<div class="NavContent" style="display: none; text-align:center;">
Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día. Yo, solo, <br />
por las quiebras del pedregal subía, buscando los recodos <br />
de sombra, lentamente. A trechos me paraba para enjugar <br />
mi frente y dar algún respiro al pecho jadeante; o bien, <br />
ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante y hacia la <br />
mano diestra vencido y apoyado en un bastón, a guisa de <br />
pastoril cayado, <br />
trepaba por los cerros que habitan las rapaces aves de <br />
altura, hollando las hierbas montaraces de fuerte olor <br />
?romero, tomillo, salvia, espliego?. Sobre los agrios <br />
campos caía un sol de fuego. Un buitre de anchas alas <br />
con majestuoso vuelo cruzaba solitario el puro azul del <br />
cielo. Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo, y una <br />
redonda loma cual recamado escudo, y cárdenos alcores <br />
sobre la parda tierra <br />
?harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra?, <br />
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero para <br />
formar la corva ballesta de un arquero en torno a Soria. <br />
?Soria es una barbacana, hacia Aragón, que tiene la torre <br />
castellana?. Veía el horizonte cerrado por colinas oscuras, <br />
coronadas de robles y de encinas; desnudos peñascales, <br />
algún humilde prado donde el merino pace y el toro, <br />
arrodillado sobre la hierba, rumia; las márgenes de río <br />
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío, y, <br />
silenciosamente, lejanos pasajeros, ¡tan diminutos! <br />
?carros, jinetes y arrieros?, cruzar el largo puente, y bajo <br />
las arcadas de piedra ensombrecerse las aguas plateadas <br />
del Duero. El Duero cruza el corazón de roble de Iberia y <br />
de Castilla.<br /><br />

¡Oh, tierra triste y noble, la de los altos llanos y yermos <br />
y roquedas, de campos sin arados, regatos ni arboledas; <br />
decrépitas ciudades, caminos sin mesones, y atónitos <br />
palurdos sin danzas ni canciones que aún van, <br />
abandonando el mortecino hogar, como tus largos ríos, <br />
Castilla, hacia la mar! Castilla miserable, ayer <br />
dominadora, envuelta en sus andrajos desprecia cuanto <br />
ignora. ¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada <br />
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada? Todo se <br />
mueve, fluye, discurre, corre o gira; cambian la mar y el <br />
monte y el ojo que los mira. ¿Pasó? Sobre sus campos <br />
aún el fantasma yerta de un pueblo que ponía a Dios <br />
sobre la guerra. La madre en otro tiempo fecunda en <br />
capitanes, madrastra es hoy apenas de humildes <br />
ganapanes. Castilla no es aquella tan generosa un día, <br />
cuando Mío Cid Rodrigo el de Vivar volvía, ufano de su <br />
nueva fortuna, y su opulencia, a regalar a Alfonso los <br />
huertos de Valencia; o que, tras la aventura que acreditó <br />
sus bríos, pedía la conquista de los inmensos ríos <br />
indianos a la corte, la madre de soldados, guerreros y <br />
adalides que han de tornar, cargados de plata y oro, a <br />
España, en regios galeones, para la presa cuervos, para <br />
la lid leones. <br />
Filósofos nutridos de sopa de convento contemplan <br />
impasibles el amplio firmamento; y si les llega en <br />
sueños, como un rumor distante, clamor de mercaderes <br />
de muelles de Levante, no acudirán siquiera a preguntar <br />
¿qué pasa? Y ya la guerra ha abierto las puertas de su <br />
casa. Castilla miserable, ayer dominadora, <br />
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.
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