Rosa Elvira Moya

De CEBES Perquín
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Mi nombre es Rosa Elvira Moya. Tengo 36 años. Nací el día 18 de mayo de 1962. Mi madre se llama Juana Francisca Iglesias. Tiene 60 años de edad. Mi padre se llama José Luís Moya. Él murió cuando yo tenía ocho años.

Recuerdo fue cuando vivíamos con mi padre, fácilmente podíamos estudiar. Pero cuando él falleció fue bien duro porque mi mamá apenas ganaba para la comida. Pero a pesar de esto que pasó, seguí estudiando en la escuela de San Fernando. Estudié hasta quinto grado con bastante dificultad. Tenía varios com­pañeros muy amigos míos y también era molestona con mis compañeros y com­pañeras.

Después conocí a un muchacho que era de un pueblo lejano de donde yo vivía y me acompañé con él. Pero no pudimos vivir juntos, y a los pocos días nos dejamos. En el año 1980 estaba con mi mamá y de nuevo me acompañé. Quizás lo hice por no saber de consejos. Mi mamá nunca nos abandonó.

En el año 1980 se empezó el conflicto de la guerra. Tuvimos que salir del país. Era muy duro porque apenas comíamos un tiempo al día. Después, a los meses regresamos nuevamente al país. En ese tiempo conocí a mi actual compañero. Empezamos a querernos. A los meses salí embarazada de la primera niña que tengo. Después tuvimos muchos problemas y a pesar de todo seguimos siempre juntos.

En el año 1987 empecé a trabajar en CEBES que quiere decir Comunidades Eclesiales de Base. Conocí a un sacerdote que era bien amable con los pobres. Así ha ido transcurriendo mi vida hasta hoy que estamos con varios grupos cris­tianos.

En el año 1981 tuve mi primera hija, Griselda. Ella tiene 16 años, y está estu­diando en una comunidad cercana. En el año 1982 nació el segundo hijo que se murió. Eso fue muy triste para mí. En el año 1984 nació la tercera hija. Ella se llama Krissia. En 1986 nació el cuarto hijo que se llama Joel, y en el año 1988 nació mi última hija que se llama Florsita. Todos de apellido Moya Amaya. Todos están estudiando, aunque con muchas difi­cultades.

Yo me siento muy importante porque en ese tiempo conocí a estas per­sonas que nos aconsejan mucho, y así nos fueron sacando de la jaula en que vivía. Empecé a sentir mis valores de mujer, y hasta hoy puedo atender jóvenes y niños y participar en todas las actividades. Pero antes era bien tímida. No podía decir lo que sentía. Solo escuchaba. Gracias a Dios que hoy, que estoy de edad, he perdido algo del miedo.