Bibliografia Federico Garcia Lorca
Anduve en la vida preguntas haciendo,
Muriendo de tedio, de tedio muriendo.
Rieron los hombres de mi desvarío...
¡Es grande la tierra! Se ríen... yo río...
Escuché palabras; ¡abundan palabras!
Unas son alegres, otras son macabras.
No pude entenderlas; pedí a las estrellas
Lenguaje más claro, palabras más bellas.
Las dulces estrellas me dieron tu vida
Y encontré en tus ojos la verdad perdida.
¡Oh tus ojos llenos de verdades tantas,
Tus ojos oscuros donde el orbe mido!
Segura de todo me tiro a tus plantas:
Descanso y olvido.
Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
No fuera más que aquello que nunca pudo ser,
No fuera más que algo vedado y reprimido
De familia en familia, de mujer en mujer.
Dicen que en los solares de mi gente, medido
Estaba todo aquello que se debía hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
De mi casa materna... Ah, bien pudiera ser.
A veces en mi madre apuntaron antojos
De liberarse, pero se le subió a los ojos
Una honda amargura, y en la sombra lloró.
Y todo eso mordiente, vencido, mutilado,
Todo eso que se hallaba en su alma encerrado,
Pienso que sin quererlo lo he libertado yo.
Primero había una gran tela azúrea
de rosados dragones claveteada:
muy alta y desde lejos avanzando,
pero recién nacida y pudorosa.
Y más abajo grises continentes
de nubes separaban los azules;
y más abajo pájaros oscuros
bañábanse en los mares intermedios.
Y más abajo aún, ceñudo el bosque
de milenarios pinos susurraba
una canción primera de raíces.
Y estaban, más abajo todavía,
prendidos a la tierra los humanos
rechinando los dientes y herrumbrosos.
Recuerdo el dulce tiempo de sierras cordobesas
Pasado con el alma sin un solo deseo,
Vagando entre las matas de menta y de poleo,
Los cielos deslumbrantes, los días sin sorpresas.
¡Oh, el poblado espinillo de voluptuoso olor!
De noche, en las hamacas, los grupos familiares
Mirábamos los gruesos racimos estelares.
Sonaba, adentro, un tango y se hablaba de amor.
Éramos todos jóvenes, y muchos eran bellos.
Las sierras simulaban jorobas de camellos,
Y a su vera, del brazo, por la senda oportuna.
Volvíamos, cantando, en una sola hilera,
Al caer de las tardes. Y era la primavera.
Y se asomaba a vernos el disco de la luna.
Yo he sido aquélla que paseó orgullosa
El oro falso de unas cuantas rimas
Sobre su espalda, y creyó gloriosa,
De cosechas opimas.
Ten paciencia, mujer que eres oscura:
Algún día, la Forma Destructora
Que todo lo devora,
Borrará mi figura.
Se bajará a mis libros, ya amarillos,
Y alzándola en sus dedos, los carrillos
Ligeramente inflados, con un modo.
De gran señor a quien lo aburre todo,
De un cansado soplido
Me aventará al olvido.
Mañana, bajo el peso de los años,
Las buenas gentes me verán pasar,
Mas bajo el peño oscuro y la piel mate
Algo del muerto fuego asomará.
Y oiré decir: ¿quién es esa que ahora
Pasa? Y alguna voz contestará:
—Allá en sus buenos tiempos
Hacía versos. Hace mucho ya.
Y yo tendré mi cabellera blanca,
Los ojos limpios, y en mi boca habrá
Una gran placidez y mi sonrisa
Oyendo aquello no se apagará.
Seguiré mi camino lentamente,
Mi mirada a los ojos mirará,
Irá muy hondo la mirada mía,
Y alguien, en el montón, comprenderá.
El día que me muera, la noticia
Ha de seguir las prácticas usadas,
Y de oficina en oficina al punto,
Por los registros seré yo buscada.
Y allá muy lejos, en un pueblecito
Que está durmiendo al sol en la montaña,
Sobre mi nombre, en un registro viejo.
Mano que ignoro trazará una raya.
Señor, mi queja es ésta,
Tú me comprenderás:
De amor me estoy muriendo,
Pero no puedo amar.
Persigo lo perfecto
En mí y en los demás,
Persigo lo perfecto
Para poder amar.
Me consumo en mi fuego,
¡Señor, piedad, piedad!
De amor me estoy muriendo,
¡Pero no puedo amar!
Viajero: este ciprés que se levanta
A un metro de tus pies y en cuya copa
Un pajarillo sus amores canta,
Tiene alma fina bajo dura ropa.
Él se eleva tan alto desde el suelo
Por darte una visión inmaculada,
Pues si busca su extremo tu mirada
Te tropiezas, humano, con el cielo.
¿Nunca habéis inquirido
Por qué, mundo tras mundo,
Por el cielo profundo
Van pasando sin ruido?
Ellos, los que transpiran
Las cosas absolutas,
Por sus azules rutas
Siempre callados giran.
Sólo el hombre, pequeño,
Cuyo humano latido
En la tierra, es un sueño,
¡Sólo el hombre hace ruido!