Gregoria Pérez Hernández(Vilma).
“El refugio era como otro frente de guerra”
Nací en Cacaopera, en el caserío Flor Muerto, que perteneceal cantón de Agua Blanca. Cuando yo era pequeña mi familia vivía de la jarcia. Se sacaba el mezcal y después se hacía la pita para hacer las hamacas y los matates. Pero mi papá quedó inválido en 1.965 y ya no podía trabajar, se le quedó muerta una mano y un pie. Murió después de la guerra, el 30 de Noviembre de 1.994, mi mamá murió un año antes.
Antes de la guerra tenía que trabajar, pero recuerdo que tenía dos amigas con las que podía jugar. Jugábamos con papeles de dulces y envolvíamos los elotes de maíz y decíamos que era nuestro hijo. ¡Como es la mentalidad, que ya desde niñas teníamos ese deseo de chinear!, de tener hijos. También jugábamos con las tusas, y decíamos que eran platos, y nos comíamos la vaca gorda, que era una p enca pequeñita.
Con la abuelita de una de mis amigas cambiaba la tortilla por cuajada, porque nosotros no teníamos y mi mamá me decía que le pidiese salmuera, que era el agua de la cuajada. Son los buenos recuerdos que tengo de la infancia.
Yo me incorporé a las milicias en 1980, tenía 13 años. Más tarde estuve en la oficina de La Radio Venceremos, estaba asignada a la cocina. En el 83 salí embarazada de mi primer hijo, que era una niña, y me fui a Colomoncagua. La niña se murió en el parto, pero decidí quedarme en el refugio porque mi mamá estaba enferma y tenía a su cargo a varios niños, entre ellos a sus nietos y a varios sobrinos. Para poder quedarme tenía que hacer guardias de noche, era peligroso porque allá estaba siempre el ejército hondureño hostigando.
Sentía que era como estar en la guerra, pero la convivencia era buena, aunque no había igualdad, siempre había unos que vivían mejor que otros. Cuando yo llegué mi mamá dormía encima de un tapesco, con sus cuatro nietos, y eso no era humano, mientras que otros dormían en camas. De eso se habla poco, parece que todo fue bonito, eso es lo que cuentan, pero mi mamá no tenía ni ropa para tapar a los niños, ni nada de nada. Eso fue lo primero que me llevó a decidir quedarme, tenía que ayudarla.
Yo además de ver eso no quería dejar a mi hija, que estaba a punto de nacer, porque veía que los niños que estaban sin sus madres andaban mal cuidados, nadie se preocupaba de ellos.
Había un niño, que era el hijo de una cuñada, que lo había dejado con su papá, y el viejito no podía cuidarlo. El niño, que ya tenía 4 años, siempre estaba con diarrea y nadie se ocupaba de él. Se habla bonito, pero la realidad era otra cosa. A mí se me murió mi niña en el parto, pero me hice cargo de un bebé de pocos días, que ya se quedó conmigo como mi hijo, y hoy ya es padre.
Trabajé en el Campamento de Quebrachitos, a mí me tocaba repartir la comida por colonias. Se repartía lo que había, a veces el arroz se ahumaba y así había que comerlo. Después se formaron comités de madres y yo participaba. Yo no pude ir a la escuela antes de la guerra, solo un tiempito, pero allá, en Colomoncagua, iba a estudiar en las noches y saqué el segundo grado, además
trabajaba con manualidades con los niños.
“Siempre hemos permanecido organizadas”
Pero a mí siempre lo que más me gustado ha sido la costura. Aprendí en Honduras, aunque luego he seguido aquí. Después de la guerra estuve enseñando costura a un grupo de mujeres, y gracias a CEBES, a Carmen Elena y al Padre Rogelio, que nos dieron la oportunidad, hemos seguido aprendiendo más.
Realmente nosotras siempre hemos permanecido organizadas, durante la guerra, después de la guerra y todavía seguimos en CEBES. Desde el año 2010, cuando ganó Funes, y se inició el programa para facilitar uniformes a los estudiantes de secundaria, conseguimos formar parte de los talleres y encargarnos de hacer los uniformes, aunque también hacemos otras cosas, como mantas, arreglos y hasta bordamos.
Tenemos mucho que agradecer a CEBES, porque nos ayudaron con los papeles y con todo para poder presentarnos al programa. Nosotras teníamos experiencia para hacer ese trabajo, aunque no, nos acompañaban los estudios, pero la experiencia sirvió y fue posible.
Antes trabajé haciendo pan, y también tuve la oportunidad de ir a Nicaragua a hacer una capacitación de cría de conejos, fue muy bonito, porque era la primera vez que salía del país. Estuvimos en la ciudad de Sandino.
Yo tengo cuatro hijos de mi compañero actual, que también fue guerrillero, como el anterior. El mayor trabaja como jornalero, la segunda sacó un técnico en hostelería y turismo, está acompañada y tiene dos hijos, la otra muchacha trabajó en el Hotel Perkin Lenca, después se fue a trabajar a San Miguel, el más pequeño trabaja en la madera.
Yo creo que la guerra y lo que vivimos no se olvida nunca, por eso nos entendemos mejor con los compañeros que vivieron lo mismo que nosotras. Además la convivencia con los compas, durante la guerra, fue muy buena y de mucho compañerismo, y
sobre todo de mucho respeto, y eso se queda, no se olvida. Yo no olvido que antes de la guerra nuestra vida transcurría en ese constante trabajar con la piedra, haciendo las tortillas, y eso seguiría igual ahora si no hubiese habido guerra.