Josefina Santiago
“De niña me gustaba estudiar”
Nací en el cantón Agua Zarca, mi padre era agricultor, y mi madre se dedicaba a los oficios de la casa. De niña me gustaba jugar con muñecas y a los siete años fui a la escuela y estudié hasta segundo grado. No pude seguir estudiando porque en el cantón no había más grados, pero a mí me gustaba estudiar.
Fui aprendiendo el oficio que me enseñaba mi mamá y me mandaron a trabajar a casa de la maestra, que era una mujer muy buena. Estando con ella me preparé para hacer la primera comunión. Mi papá era bien católico y yo seguí practicando siempre las cosas de Dios. Iba a misa, a los entierros, a las floreadas, y a las novenas de los primeros viernes.
Después me acompañé y pude criar a mis hijos con muchas dificultades, pero sobre todo cuando se vino la guerra. Me organicé antes del 80, entonces todo era clandestino, y mis hijos, por los menos los más pequeños no se daban cuenta. Tenía 4 hijos, la mayor era Margarita, que tenía unos doce años, y a ella la dejábamos al cuidado de los pequeños cuando yo tenía que salir con otras mujeres a hacer alguna actividad. Entonces el padre Miguel Ventura nos daba charlas, por medio de la biblia, para que tomáramos conciencia de la realidad en la que vivíamos. Al padre Miguel Ventura lo detuvieron y lo maltrataron, pero la gente se rebeló y fueron a buscarlo. Mi esposo también fue, yo no pude porque me tuve que quedar con los niños, aunque estaba enterada de todo. Lo tenía la guardia, pero la gente consiguió que lo liberaran.
Después la situación se puso peor, ya comenzaron a matar gente, muchos desaparecían. Ya no se podía ir al pueblo, a Torola. Nosotros no salíamos de El Tortolico, que era donde vivíamos, y allí hacíamos nuestras actividades. Recuerdo que le aconsejamos a un primo mío que tuviese cuidado, pero él decía que no le iba a pasar nada porque no se metía con nadie. Salió y en Torola lo agarraron, dicen que le iban quitando miembro por miembro.
“Me decían que habían encontrado un lazo para ahorcarme”
Ya en 1.980 decidimos irnos al refugio, caminamos día y noche, fue muy duro porque no conseguimos llegar. Nos echaron, de regreso, los soldados hondureños. Éramos un montón de gente, ancianos, mujeres y niños y muchas mujeres estábamos embarazadas. El ejército de Honduras no nos dejó llegar hasta Colomoncagua y nos obligó a volver. Nos mentaron la “guerra del futbol,” y nos dijeron que teníamos que volver porque La República de Honduras y la de El Salvador no tenían relaciones desde entonces, eso no era cierto, pero no nos querían allá porque decían que todos éramos guerrilleros. Tuvimos que regresar, pero ya no pudimos volver a la casa, aunque nos quedamos cerca, y yo tuve a mi hija en el monte. Mi hija nació a los pocos días de volver de Honduras, nació el 28 de Julio, y el 9 de Agosto llegaron los soldados hicieron otro operativo y los que pudieron se marcharon, pero yo no podía irme. Allí mismo, donde estábamos con varias mujeres, mataron a tres muchachos. Vimos como los mataban y dejaron allí los cuerpos. Pasamos todo el día espantando con piedras a los animales, había muchos perros, gatos y chanchos.
Estábamos varias mujeres con un montón de niños, por lo menos había 12. Fue un día muy triste para nosotras, el operativo duró como tres días. Ya por la tarde vinieron los compas a enterrar a los muchachos. Yo no me quería mover de allí, porque pensaba que ya no iban a pasar los soldados, y no quería ir de un lado a otro.
En Octubre se vino otro operativo, que llamaban de “tierra arrasada” y tuvimos que marcharnos para La Villa del Rosario, nos fuimos con los compas. Por la noche era terrible escuchar la gran balacera... Estábamos en casas, pero los soldados sacaban a la gente, porque ya tenían listas, y mataron a muchos ancianos. Ya no había jóvenes, se habían marchado, la mayoría estaban ya organizados.
Estuve con mi niña, de cuatro meses, sin comer ni beber nada. Hasta que uno de los soldados que estaban en la Villa nos dijo que ya podíamos volver a nuestra casa porque ya estaba limpio todo, que ya no había guerrilleros. Así que nos volvimos, pero a los tres días comenzaron de nuevo a matar gente. Mataron a un cuñado mío, que no se metía con nadie, y a tanta gente, además les robaban todo. Pasaban todo el tiempo, y me amenazaban con matarme, me decían que ya habían encontrado un lazo para ahorcarme. Yo cansada ya de tanta amenaza comencé a decirles que me matasen, pero que también tenían que matar a los cipotes, porque se iban a quedar solos, y los niños se me agarraban asustados de toda esa gente armada. Yo no sé de dónde sacaba la fuerza, creo que es Dios el que le da la fuerza a una.
“Cuando llegamos al refugio pasábamos hambre”
En Diciembre ya nos fuimos para el refugio, a Colomoncagua. Cuando llegamos no había nada, pero nos recibió El ACNUR, y la Iglesia hondureña, que nos ayudó bastante. Al principio fue duro, éramos muchas mujeres, ancianos y niños, y no teníamos nada, ni colchones, ni ropa, ni comida suficiente, pasábamos hambre. Los hermanos de las aldeas nos llevaron un poco de comida. Después ya la Iglesia Hondureña nos enviaba camiones de comida, por medio de un programa de Cáritas. La iglesia hondureña siempre estuvo presente, material y espiritualmente. El padre Celso venía a celebrar y bautizar. También la solidaridad internacional nos traía comida y ropa usada. Poco a poco se fue construyendo una comunidad. Yo trabajaba en la sastrería, cosía ropa, y uniformes para los compas, también organizábamos grupos de reflexión. Recuerdo al Padre Miguel, un sacerdote español que nos apoyaba y ayudaba en esos tiempos difíciles. En ese tiempo, era el año 84, murió mi esposo en un operativo del ejército. Un operativo que llamaron “Torola IV”, murió con 42 años.
Un año después, en 1985, los soldados hondureños hicieron un operativo en el refugio y yo sentí que ese día iba a morir. Mis hijos estaban en la guardería, y me fui a buscarlos, no veía nada por la balacera, los ojos se me llenaban de lágrimas, pero sobreviví.
“La guerra sirvió para que haya menos pobreza y más justicia”
En el refugio hice de todo, además de cuidar a mis tres hijos. Cuidaba también a una niña de una mujer que estaba en el frente, y después vino Margarita, que ya se quedó en el refugio.
En el año 1989 me volví con uno de los grupos que volvió andando, me vine con los cuatro niños. Margarita se quedó en el refugio con sus hijos. Fue el 18 de Noviembre, llegamos hasta lo que es ahora La Segundo Montes, aquello era puro monte, y no me gustó. Decidí volver de nuevo a El Tortolico, donde habíamos vivido, pero aquello estaba muy solo y acabé viviendo aquí, en La Ceiba, donde sigo viviendo. Pero siempre seguí trabajando en la costura, haciendo ropa para los compas. De mis hijos, dos estudiaron y uno trabaja para el estado y la otra es médica y trabaja en el Mozote. Todos viven aquí, en La Ceiba, vivimos muy cerca unos de otros, menos Margarita que vive en Perquín, así que también está cerca. Ya tengo hasta biznietos. Yo sigo todavía pensando, como entonces, que los primero es servir a los demás, a pesar de las dificultades que vivimos como pobres, pero siempre sigo dispuesta a poner mi granito de arena. Continuamos con la Congregación de madres y colaborando con la Comunidad. También con CEBES.
Creo que a pesar del sufrimiento y el dolor que pasamos en esa guerra se han conseguido muchas cosas, hay menos pobreza y más justicia. A mí me dieron tierra, porque a esta colonia se vinieron unos desmovilizados y yo les molía, así que me tomaron en cuenta, como base social. Después de que me diesen la tierra se hizo un proyecto de viviendas con Ayuda en Acción, y ahora hasta tengo ya la escritura de mi casa. Al principio hicimos una champita, que todavía la tenemos, es una forma de no olvidar nuestras raíces. Ahora la ocupan las gallinas y los patos. Yo la verdad es que, hoy, me siento muy feliz, porque aquí vivo rodeada de mis hijos, mis nietos, y mis biznietos. Puedo decir que yo sigo siendo la misma de siempre. He criado a muchos de mis nietos y biznietos.