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Eufemia Santiago Iglesias (Margarita)

Margarita y Vilma en la campaña de los uniformes

Estaba tan pequeña que no podía ni con el arma”.

Ya en el 80 mi papá estaba organizado, pero me llevaba con él al monte por temor a que me agarrase la guardia o los soldados. Mis hermanos, que eran más pequeños, se quedaban en casa con mi mamá. Cuando ya comenzó la guerra mi mamá se fue para el refugio con mis hermanos. Ella quería que yo me fuese también, pero la guerrilla dijo que yo me tenía que quedar a luchar por la revolución, tenía 13 años. Recuerdo que fui con mi papá a despedirnos de mi mamá y mis hermanos. Esa noche dormimos en un cañal mientras amanecía y así, con la luz, poder regresar al campamento, que estaba en Torola, en La Ceiba. Yo empecé trabajando con los milicianos en una molienda, hacíamos dulce de atado. Después ya estuve con un pelotón, al responsable le decían “Che Guevara” o Walter, ya murió. Nos enseñaban a manejar las armas, a tirar al blanco con un C-3, pero como yo era una niña no podía ni con el arma. De ahí ya estuve con la BRAZ (Brigada Rafael Arce Zablah), pero yo no me sentía bien disparando. Me enviaron a una clínica para trabajar como brigadista, aunque tampoco me gustó, no paraba de llorar viendo a los compas heridos y sufriendo. Ya me quedé en la cocina, en una clínica que había en Cañaverales, en San Fernando, era para heridos en recuperación.

En el 82 salí embarazada y me fui a Colomoncagua a tener a mi hija, me quedé unos meses, pero tuve que dejarla con mi mamá y volverme de nuevo al frente. En 1.985 salí de nuevo embarazada y me volví al refugio, tuve un niño, que se quedó también con mi mamá. Comencé a hacer trabajo de “misionera”, que consistía en trasladar material durante la noche, desde Honduras a los campamentos de Morazán. Era un trabajo muy peligroso y como a los seis meses de estar en eso deserté, me marché sin avisar y me fui al refugio. Me dijeron que tenía que volver, pero yo me negué, además ya comencé a encariñarme con mis hijos. Allá, en el refugio, una señora, que tenía a su hija en el frente, que se llamaba Mari Luz, me adoptó para que yo no tuviese problemas. Eso me ayudó porque cada vez que ACNUR aparecía yo figuraba como Mari Luz, la hija de esa señora. Incluso, hoy, Rudy, el alemán que vive en los Quebrachos, que estuvo en Colomoncagua apoyando a la gente, me sigue llamando Mari Luz. Yo le agradecí mucho a la señora porque eso me permitió quedarme, ya no quería volver.


Todo cambió cuando comenzaron las matanzas “

Antes de la guerra había estudiado hasta cuarto grado creo, ya sabía leer y escribir, porque mi papá quería que estudiase, y pensaba mandarme a la escuela en Torola. Nosotros vivíamos en Tortolico, en Agua Zarca. Todo cambió cuando comenzaron las matanzas y empezaron a aparecer cadáveres. Recuerdo a un señor, que era tío mío, que decía que él no se metía ni con los guerrilleros ni con las fuerzas armadas, pero las fuerzas armadas lo mataron. A ese señor lo enterraron en El Tortolico, como a muchos, y ese lugar es ahora muy solo, nadie ha querido volver a vivir ahí porque mataron a mucha gente. Mi mamá volvió, pero más arriba, allá la gente sólo va a hacer milpa, pero no quiere vivir.


Demasiados muertos...

En el refugio, como yo sabía leer y escribir, me encargué de un grupo de niños, que comenzaron en primero y seguí con ellos hasta sexto. Mi mamá trabajaba en un taller de costura y me animaba para que aprendiese a costurar, pero entonces a mí eso no me gustaba. Sin embargo, ahora estoy trabajando en este taller haciendo los uniformes de los estudiantes, y mucho más, porque hacemos de todo.

A mí, de todo los que hice en El Refugio, lo que más me gustó fue trabajar en un Laboratorio Clínico. Me gustaba ver con el microscopio “los animalitos” que tenemos por dentro y que no sabemos que están ahí, pero cuando volvimos no tuve la oportunidad de estudiar para eso, aunque conseguí hacer el bachillerato a distancia. Cuando la gente se vino desde El Refugio con el primer grupo, que era muy grande y vinieron caminando, se vino mi mamá con tres de mis hermanos. Yo me quedé con mis hijos y con las cosas de mi mamá, y vine un tiempo después en carro. Eso fue también difícil porque El ACNUR no se hizo responsable y la guerra no había terminado. Corrimos muchos riesgos, pero la gente estaba decidida a volver y llegó hasta lo que hoy es la Comunidad Segundo Montes. Cuando llegamos no era nada, no había nada, solo el río Torola para bañarse y tener agua. Teníamos que volver a empezar. Yo quería regresar cuanto antes para ponerme a trabajar porque tenía dos hijos. No tenía recursos y necesitaba afrontar la 15 vida con mis hijos. Como yo no me desmovilicé no tuve ninguna ayuda ni beneficio, pero yo creo que he tenido otros muchos, porque conseguí estudiar el bachillerato.


En la guerra, sin saberlo, desarrollamos un tema de género”

Creo que, con todo, esa guerra nos ayudó, sobre todo a las mujeres a hacernos más independientes, a empoderarnos. Sin saberlo, durante la guerra desarrollamos un tema de género. También siento que además de hacerme independiente he perdido apego por lo material, puedo vivir casi en cualquier sitio y con poco. La casa donde vivo es de mi compañero actual, que también fue guerrillero, y con nosotros vive uno de nuestros hijos y mi nieta. Tenemos un hijo en común y yo tengo otros tres, los papás de los otros murieron en la guerra. Si un día tuviese que separarme no tendría problema en marcharme y vivir en cualquier otro lugar.

Aunque estamos muy bien y él es un hombre que se ha hecho muy igualitario, respeta mi trabajo, mis reuniones y todo lo que hago. Nosotras seguimos organizadas, en CEBES. Él estuvo trabajando como conductor, también tuvimos una venta de tortillas en el pueblo, y nos iba bien hasta que nos dijeron que ya no había espacio. En la guerra él quedó amputado de una mano y una pierna, porque le estalló una mina. Él pudo desmovilizarse y le dieron algunos muebles, algo de dinero y formación como conductor, y eso le permitió trabajar como conductor durante un tiempo, ahora tiene una pensión.

Una de mis hijas está en Estados Unidos, mi hijo vive en Torola, se dedica a la agricultura, mi otra hija es maestra y trabaja en una escuela de Torola y el más pequeño quiere estudiar arquitectura.

Así seguimos luchando, yo además de la costura en el taller hago lo que puedo... Estuve un tiempo haciendo pupusas, que vendía por la tarde en la casa, al llegar del taller. Y ahí vamos, siempre estoy haciendo algo para buscarme ingresos. Tenemos claro que la lucha no termina nunca.