Abrir menú principal

Amando López (1936-1989)

Amando López nació en Cubo de Bureba (Burgos, España), el 6 de febrero de 1936. Sus primeros estudios los hizo ahí mismo, pero la secundaria la hizo en Javier. El 7 de septiembre de 1952, entró en el noviciado de la Compañía de Jesús de Orduña, donde estuvo un año. Después, a él también lo enviaron a hacer el segundo año al noviciado de Santa Tecla. En 1954, siguiendo el plan de formación establecido para los jesuitas de Centroamérica, sus superiores lo enviaron a Quito, donde estudió humanidades clásicas y filosofía, en la Universidad Católica. Obtuvo la licencia en filosofía en 1956, la de humanidades en 1957 y la de filosofía en 1959.

Interrumpió sus estudios para volver a Centroamérica. Sus superiores lo enviaron al Colegio Centro América de Granada (Nicaragua), donde fue profesor de matemática e inspector de los internos durante tres años, entre 1959 y 1962. Entonces, volvió a los estudios. Esta vez lo enviaron a la facultad de teología de Miltown, en Dublín, donde sacó la licencia en teología cuatro años más tarde. Ahí mismo fue ordenado sacerdote, el 29 de julio de 1965. A continuación concluyó su formación jesuítica. Hizo estudios de doctorado en la Universidad Gregoriana, en Roma, entre 1967 y 1968. Sin embargo, el doctorado lo sacó en la Universidad de Estrasburgo (Francia), en 1970.

foto003 (2)Volvió a Centroamérica, esta vez, destinado al Seminario San José de la Montaña, en San Salvador. Sería profesor de teología. En sus clases de teología fundamental y dogma introdujo las nuevas ideas teológicas del Vaticano II. Su trato fácil, su sonrisa pronta y su gran humanismo le ganaron la aceptación rápida de los seminaristas. Jugaba fútbol con ellos después del almuerzo. A finales de 1970, cuando los obispos no aceptaron a los dos candidatos para Rector del seminario, propuestos por los superiores de la Compañía de Jesús, éstos sugirieron, como última posibilidad, a Amando López, un doctor en teología recién llegado y sin antecedentes. Impresionados por sus credenciales académicas, los obispos lo aceptaron de inmediato. Su sorpresa fue grande cuando se vio Rector del seminario con tan sólo unos meses en San Salvador.

Dirigió el seminario en los años más turbulentos de su historia, que culminaron con la salida de la Compañía de Jesús, en 1972. Muy poco después de haber sido nombrado Rector, los obispos se sorprendieron por las novedades que éste introdujo en el seminario. Amando López se preocupó por elevar el nivel académico de los estudios, por el bienestar material de los seminaristas y por tratarlos como personas adultas, no como niños o menores de edad. Se rodeó de un equipo joven, bien preparado y abierto a las necesidades humanas, religiosas y pastorales de los seminaristas. Sin embargo, debió ddiscutir con la conferencia episcopal acerca de la teología que debía enseñarse y sobre los profesores más idóneos para hacerlo. Después de largas y amargas discusiones, consiguió que los obispos aumentaran el presupuesto para la alimentación de los seminaristas y, por lo tanto, pudo introducir algunas mejoras. Además, defendió a los seminaristas de algunas decisiones arbitrarias e injustas de sus respectivos obispos. Estos querían que los seminaristas fueran formados de la misma manera que ellos, sin caer en la cuenta de la diferencia en años y mentalidad.

Amando López, además, abrió las puertas del seminario a todos los sacerdotes. Fue consejero y amigo de muchos de ellos. Los visitaba en sus parroquias con frecuencia y les ayudaba a resolver sus problemas, como cuando arriesgó su vida para sacar de la parroquia de Suchitoto a Ignacio Alas, cuya casa cural había sido ametrallada por el ejército. Sacerdotes y políticos perseguidos por las fuerzas de seguridad encontraron refugio temporal en el seminario. Aquellos fueron dos años muy intensos para el Rector. Los sobrellevó con tino y buen humor, apoyado siempre por la amistad y la confianza del obispo auxiliar de la arquidiócesis de San Salvador, Mons. Arturo Rivera Damas.

Los seminaristas eran conscientes de las estructuras injustas de la sociedad salvadoreña así como de la connivencia de algunos miembros de la jerarquía. Sus protestas no tardaron en aflorar y en llegar a oídos de los obispos. Estos, por supuesto, reprobaron la toma de conciencia de los seminaristas y se aprestaron a tomar represalias, pero el Rector salió en su defensa. Entonces, la conferencia episcopal comenzó a buscar la manera para sacar a los jesuitas del seminario. La forma como se llevó a cabo la entrega de la institución y su cierre temporal en 1972 minaron la salud de Amando López. Pasó unos meses bastante difíciles, en una de las residencias universitarias de San Salvador. Pese a ello, fue profesor de filosofía en la UCA durante dos años (1973-1974) y superior de la comunidad donde residía.

Tal vez porque no se encontraba muy a gusto en San Salvador después de lo que había tenido que pasar y también porque se necesitaba un Rector, los superiores lo destinaron a dirigir el Colegio Centro América -trasladado a Managua desde hacía varios años-, en 1975. A Amando López el destino debió hacerle ilusión, porque había dejado muchas amistades en Nicaragua y porque el país y su gente le atraían sobremanera. Aunque Nicaragua había cambiado mucho desde la última vez que estuvo en ella, reencontró a algunas buenas amistades y aglutinó a los profesores y a los padres del familia del colegio. Su trato suave y amable y su sonrisa permanente le ayudaron mucho en esta labor. Entre broma y broma, consolaba y animaba. Quienes lo trataron encontraron en él a un amigo libre en sus opiniones y al mismo tiempo discreto.

En los momentos más duros de la represión de la dictadura somocista, Amando López abrió las puertas del colegio para acoger a las familias necesitadas; en la residencia de la comunidad escondió a familiares de los profesores del colegio y de los jesuitas. Asimismo, protegió y ayudó a varios sandinistas conocidos suyos o amigos de éstos. Después de la caída de la dictadura, hizo otro tanto con los perseguidos por el nuevo régimen revolucionario. Volvió a arriesgar su vida para sacar a un jesuita aislado en Estelí, a quien rescató prácticamente bajo las balas. Colaboró con la Cruz Roja sacando heridos de las zonas conflictivas. En los primeros días de la ofensiva de noviembre de 1989, recordó estas aventuras con una gran sonrisa, mientras fumaba un enorme puro.

En 1979, después del triunfo de la revolución sandinista, fue nombrado Rector de la UCA de Managua, a cuya Junta de Directores pertenecía desde hacia varios años. Intentó echar a andar la universidad y de adaptarla a la nueva situación política. En varias ocasiones, intervino públicamente para explicar la misión universitaria, en una situación de cambio revolucionario. Sin ser parte del nuevo gobierno, fue el jesuita que mejores relaciones tuvo con el Frente Sandinista de Liberación Nacional. El gobierno lo nombró miembro de la Comisión de Derechos Humanos y como tal investigó varias de las denuncias presentadas, lo cual le obligó a recorrer el país. Aquellas que pudo comprobar, las denunció de forma firme y clara. Cuando constató que sus denuncias y sobre todo sus recomendaciones no eran escuchadas por el gobierno, renunció a la comisión.

En estos años, asesoró a un grupo de dirigentes políticos y funcionarios gubernamentales, conocido como “Cristianos en la revolución”. En su mayoría eran cristianos de clase media alta, que querían vivir su compromiso de fe trabajando dentro del proceso revolucionario. Cuando predominaba el desánimo, Amando les recordaba sonriente que la revolución era para los pobres y no para ellos. En consecuencia, el avance y los logros revolucionarios había que considerarlos desde la perspectiva de sus destinatarios principales.

El mismo fue una de las víctimas del conflicto entre la Iglesia nicaragüense y el gobierno sandinista. Sin avisar, el Vaticano envió un visitador a la UCA. No obstante que la universidad no estaba, en sentido estricto, bajo la jurisdicción vaticana, recibió al visitador con serenidad y buen humor. El informe de éste no le fue favorable y se vio obligado a dejar la dirección de la UCA, en 1983. Asimismo, el Padre General pidió que también dejara la dirección de la formación de los jóvenes jesuitas. Apenas duró dos años en este cargo, pues había sido nombrado en 1982. Amando López enfrentó estas adversidades con humor y calma característicos, sabía que éstas obedecían a dinámicas que estaban fuera de su control.

Entonces, se tomó un año sabático, en la Facultad de Teología San Francisco de Borja, en Sant Cugat (Barcelona). Volvió a San Salvador ya para siempre a finales de 1984. Fue profesor de filosofía y teología y coordinador de la licenciatura en filosofía. Primero vivió en una de las comunidades de estudiantes jesuitas; pero, a finales de 1988, se trasladó a la residencia universitaria, donde lo encontraron sus asesinos. Repartía su tiempo entre la docencia, la lectura, la consejería y la pastoral directa, en la comunidad marginada de Tierra Virgen, un suburbio de San Salvador. Ávido lector, siempre estaba a la caza de nuevos libros. Se mantenía al día en teología moral fundamental, en ética y en teología sistemática. En su predicación dominical desarrolló un plan sistemático, ejecutado con gran fidelidad. Sus amigos nicaragüenses se quejaron porque, según ellos, Amando no estaba haciendo nada útil en San Salvador. El, por su lado, echaba en falta sus amistades nicaragüenses, pero no estaba molesto.

Desde finales de 1988, los fines de semana, Amando López atendió sacerdotalmente a la comunidad de Tierra Virgen, ubicada en las afueras de Soyapango. En la eucaristía daba mucha participación a la gente, permitiéndole que se expresara con libertad. Como buen conversador que era, disfrutaba dialogando con la comunidad. En muy poco tiempo se la con su alegría y su cariño.

Amando López no tenía el carisma académico, ni el de la docencia, ni tampoco el de la escritura. No obstante que sabía mucho, su hablar era lento en el aula; sus clases se volvían pesadas y aburridas. En cambio, cuando predicaba era otra cosa, tal vez porque se sentía más seguro. En el púlpito era ágil, entretenido e interesante. El lo sabía, pero no le preocupaba demasiado. Le costaba muchísimo escribir; sin embargo, colaboró con algunas recensiones para ECA y la Revista Latinoamericana de Teología, era una manera de estar al tanto de las novedades para mantenerse al día. Los dos comentarios suyos a varios documentos pontificios, publicados en ECA, uno de ellos póstumamente, son una excepción.

El carisma de Amando era el don del consejo. Poseía una capacidad natural para escuchar, un corazón grande para acoger y una risa contagiosa para animar. Su misma figura era bonachona, con la pipa o el puro, colgados de una sonrisa amplia y acogedora. Fue buen amigo y un gran compañero. Le gustaba gastar bromas a sus compañeros y colegas, se metía con todos, en particular con los más serios y graves. Su presencia hacía olvidar tensiones y disgustos con facilidad. Le gustaba que los demás se metieran con él y le hicieran bromas. Las dificultades y las adversidades con dificultad lo despojaban de su buen humor. En las primeras noches de la ofensiva de noviembre de 1989, durmió profundamente, sin que el ruido de la guerra que se desarrollaba en los alrededores perturbara su sueño. Tampoco perdió el apetito. De esta manera, pudo mantener su dieta hasta el final, la cual consistía en comer de todo un poco, pero sin exagerar en nada, lo que significaba licencia para comer sólo aquello que le gustaba, exasperando a los miembros más graves de la comunidad.