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“Nunca aprendí a jugar... ”

Yo nací en 1966, en El Caserío de Aguafría del Cantón Tierra Colorada, en el municipio de Meanguera. Éramos 11 hermanos, tres de ellos murieron en la guerra combatiendo, hemos sobrevivido 6 hermanos. Mi papá trabajaba con el mezcal, y a nosotras nos ponían a trabajar bien pequeñitas, hacíamos el oficio. No teníamos oportunidad de jugar, nunca aprendí a jugar como ves ahora a las niñas. Ni siquiera con los hermanos porque todos teníamos que trabajar. No es como ahora que nos preocupamos para que nuestros hijos estudien, ya que nosotros no tuvimos oportunidad.

Después se vino la guerra y tuvimos que huir, de un cantón a otro. Una vez los cuilios nos agarraron y nos dijeron que nos iban a matar a todos. Después conseguimos llegar a Colomoncagua, ya tenía 14 años. Mi mejor recuerdo del refugio es que me enseñaron a leer, a mi me gustaba mucho, había dos turnos y yo me apuntaba a los dos, también aprendí a escribir. Yo siempre les digo a mis hijos y a mis nietos que si yo hubiese tenido la oportunidad de estudiar sería otra persona, porque me gustó mucho y le puse mucho interés.

Ya en 1983 tuve que volver a participar en la guerra. Vinimos de noche y llegamos a San Fernando, después nos trasladamos a El Zapotal de Joateca. Ese año se formó la BRAZ, La Brigada Rafael Arce Zablah, y yo comencé a trabajar con ellos, primero de cocinera, después pasé un curso militar, estuve de brigadista un tiempo, pero me enfermé de paludismo y me quedé en Joateca hasta que me recuperé.

“En la guerra nos queríamos como hermanos”

Volví de nuevo como cocinera, pero al poco tiempo anduve de combatiente, con unas unidades guerrilleras, nos movíamos por diferentes lugares, con unidades de cinco personas. A partir del 85 tuve que pasar otro curso militar y salí bien de ese curso, y ya anduve de radista, y eso me gustó bastante. En el 86 estuve en la Escuela de Mandos, allí conocí al padre de mis hijos, también conocí allí a Andrés.

Al poco tiempo salí embarazada de mi primera hija y me fui a Colomoncagua, y me quedé allá dos años y medio, y cuando volví seguí de radista. Durante la Ofensiva del 89 me destinaron a El Cacahuatique, lejos de mi compañero que estuvo en San Miguel.

Eso fue terrible porque murieron muchos compas. Nosotros en la guerra tuvimos una convivencia bien linda, nos queríamos como hermanos con los compañeros. Yo les cuento a mis hijos, que dormíamos todos juntos y había mucho respeto, ni por molestar le tocaban a uno, algo bien precioso, que ahora no hay eso, era una vida bien bonita y nos queríamos. Estábamos dispuestos hasta a dar la vida por los compañeros. Y en la ofensiva murieron tantos que fue tremendo, muy duro para todos.

Tiempo para aprender

Después de la Ofensiva, además hubo un gran cambio, porque como fueron pocos los compas viejos que quedaron, vinieron jóvenes de Honduras y ya no fue lo mismo, ya no se tenía esa convivencia de amor y solidaridad como con los compas viejos. Eso sí, había sido un gran triunfo porque se demostró la capacidad que tenía la guerrilla, y por eso se consiguió que se sentasen a negociar. Pero cuando terminó la Ofensiva todavía no sabíamos si era posible llegar a eso, y la guerra seguía. Yo continuaba como radista, estuve un tiempo de radista con Marianita, pero salí de nuevo embarazada, y le dije a mi compañero de vida que ya no quería estar más en la guerra. Ya había vuelto la gente de El Refugio, también mi mamá con mi hija y me fui con ellas a tener a mi segunda hija. A mi esposo le explotó cerca una bomba en El Cacahuatique y le sacó fuera de combate, y como secuela le quedó un fuerte dolor de cabeza. Entonces cuando yo estaba todavía embarazada a él le mandaron a San Salvador para tratarse. Poco después ya se firmaron los Acuerdos de Paz y nos desmovilizamos, y nos vinimos a vivir aquí, a Tierra Colorada y yo salí embarazada de mi tercer hijo. A nosotros no nos dieron nada, solo algunas cositas, pero ni tierras, aunque nos dieron 15.000 colones y con eso compramos esta casita, donde vivimos ahora.

Tuvimos siete hijos, pero mi esposo murió hace diez años de un infarto, siempre le molestaba ese dolor de cabeza. En esos tiempos estaban gobernando los de Arena y además en ese tiempo no había medios. Después de su muerte me quedé yo sola con mis hijos, todos pequeños. Cuando nos desmovilizamos mi esposo trabajaba haciendo leña y con la milpa. Como yo seguí estudiando cuando volví a Colomoncagua a tener a mi hija, pues acabé trabajando con niños. Así que cuando terminó la guerra comencé a trabajar con PADECOM dando clases a niños y después trabajé con el gobierno en Alfabetización de Adultos, pagaban poco, pero era un buen trabajo y me gustaba. Ahora ya no es posible, porque lo hacen los alumnos de la Universidad como trabajo social y ya no necesitan profesores. Ahora son mis hijos los que trabajan, uno de mis hijos es motorista de la ambulancia, y el otro trabaja en La Tejera en una ferretería, y el más pequeño también trabaja en otra ferretería.

“La guerra nos ayudó a las mujeres a avanzar en derechos”

Yo creo que la guerra permitió avances, sobre todo para las mujeres. Antes de la guerra las mujeres éramos sumergidas, no teníamos voz, ni voto, el que mandaba y el que golpeaba era el hombre, y la ley a la mujer no la tomaba en cuenta, no teníamos derecho ninguno. Y luego estaba la represión, mi papá me cuenta como los policías nacionales y la guardia iban a los cantones y golpeaban a la gente con las culatas de los fusiles, los detenían, eran represivos y eso se acabó cuando terminó la guerra. Comenzó otra violencia, pero eso también es que los areneros dejaron que eso creciese. Ya nosotras las mujeres tenemos derechos como los hombres, y ahora las mujeres pueden denunciar a un hombre si la maltrata.

Emilia con su nieto

Trabajo en la Iglesia, soy líder en varias áreas, estoy en la directiva de mujeres, salimos a visitar a las personas que están enfermas o que necesitan. Yo creo que dios tiene un propósito para cada vida, yo creo que nos guardó y aquí estamos sirviendo. Nosotros vivimos aquí, cerca del monumento del Mozote, y lo que vemos es triste porque lo han convertido en un negocio, la historia se ha olvidado, cuentan historias que no son reales y además se lucran de ello, y muchos viven de eso. La mayoría de la comunidad, que participamos en la guerra, no estamos de acuerdo con esto, porque nosotros combatimos para cambiar las cosas. Recuerdo que hace años, cuando mi esposo vivía, venían buses de estudiantes desde San Salvador a conocer la historia y mi esposo les contaba, muchos volvían después y le agradecían porque habían sacado buenas puntuaciones en los exámenes.




Referencias