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Jesús enseña con autoridad

Revisión del 16:06 21 mar 2022 de David (discusión | contribuciones)
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Fecha: Domingo 31 de enero de 2021.

Ciclo Litúrgico: Ciclo B – 4° Domingo del Tiempo Ordinario

Evangelio Según San Marcos (1, 21-28)

En la ciudad de Cafarnaún, el sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas.

Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar:

«¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios».

Jesús lo increpó:

«¡Cállate y sal de él!».

El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos:

«¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen».

Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Homilía

De acuerdo con el evangelio de hoy, Jesús comienza a anunciar la buena nueva, aprovechando una reunión, en sábado, en la sinagoga de Cafarnaúm.

Quinientos años antes de Jesús, el templo de Jerusalén fue destruido y el pueblo deportado. Posteriormente los judíos comenzaron a construir, a lo largo y ancho del país, pequeñas casas (sinagogas) para reunirse, en día sábado, y compartir una lectura bíblica y rezar. Era, en comparación con el templo un espacio más familiar, más popular, más laico. Cualquiera podría intervenir y participar y no se ocupaba un ministro sagrado para dirigir la sesión, bastaba un rabino, algo así como un maestro o catequista. La sinagoga en tiempos de Jesús, aunque ya se había construido un nuevo templo, seguía funcionando. Jesús conocía este espacio pues, junto a José y María. seguramente había asistido varias veces a la reunión, en la sinagoga de su pueblo natal.

Poco o nada dice el evangelio en cuanto a lo que Jesús transmite. Más bien insiste en cómo la gente, impresionada, reacciona ante la presencia y la participación de Jesús. Tres cosas observa la gente.

1. Jesús enseña con autoridad.

No transmite las enseñanzas incluidas en las doctrinas elaboradas por la institución; ni transmite lo que ya son enseñanzas fijas, incluidas en las tradiciones.

A la hora de tomar la palabra se deja inspirar por el Espíritu de Dios que anima a contribuir al crecimiento y desarrollo de la vida de toda persona humana. Los evangelistas ponen en boca de Jesús frases que lo dicen todo: “Yo he venido para que tengan vida y que la tengan en abundancia.”(Juan 10,10)

Su autoridad, muy diferente a la de los maestros de la ley y la de los sacerdotes, no viene de la institución; no se basa en la tradición; tiene otra fuente. Está lleno del Espíritu vivificador de Dios.

2. El mensaje y toda la actuación de Jesús les parece novedosos.

Es necesario resaltar aún más lo que acabamos de señalar en el numeral 1, y lo haremos con las palabras textuales de José Antonio Pagola:

“Jesús con su palabra y actuación trata de encaminar a las personas  hacia una vida más sana: su rebeldía frente a tantos comportamientos patológicos de raíz religiosa(legalismo, hipocresía, rigorismo vacío de amor); su lucha por crear una convivencia más humana y solidaria; su ofrecimiento de perdón a gentes hundidas en la culpabilidad y la ruptura interior; su ternura hacia los maltratados por la vida y por la sociedad ; sus esfuerzos por liberar a todos del miedo y la inseguridad, para vivir desde la confianza absoluta en Dios”.

Todo va en la misma línea: cómo ayudarles al ser humano y a los seres humanos a desarrollar una vida sana y armoniosa, una vida a plenitud.

3. Enseñar curando.

La palabra no va sola, siempre está acompañada de una acción concreta en pro de la salud (en sentido amplio) del ser humano y de los seres humanos.

No es extraño que al confiar su misión a los discípulos, Jesús los imagina no como doctores, jerarcas, liturgistas o teólogos, sino como curadores: Proclamad que el reinado de Dios está cerca:   curad a los enfermos,  resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios…

En este episodio, nos cuenta el evangelio, como un endemoniado entra a la sinagoga y se enfrenta con Jesús.

En aquel tiempo de Jesús, por falta de conocimiento científico y por la ignorancia sobre el funcionamiento del cuerpo humano, se atribuye a los demonios algunas enfermedades. Sobre todo cuando se trataba de trastornos psíquicos o enfermedades mentales en los que la forma de actuar  del enfermo (gritos, falta de control de los movimientos, convulsiones) era más llamativa.

Jesús libera al poseído del demonio, con otras palabras lo rehabilita, a fin de que pueda ocupar, de nuevo, un lugar digno dentro de la familia y la comunidad. Lo espectacular del hecho no es lo que quiere transmitir el evangelio sino que lo que Jesús hace es un signo del reino de Dios,

El reino de Dios se hace presente cuando una persona disminuida por alguna enfermedad se rehabilita y puede de nuevo integrarse y ocupar un lugar digno dentro de la sociedad.

El evangelio deja ver que la acción de Jesús tuvo mayor impacto, en los asistentes, que su palabra. El alcance de una palabra, aunque bien dicha, es menor, cuando no está acompañada y respaldada por una acción concreta.

Debemos volver a enseñar como Jesús enseñó: con autoridad, con un mensaje novedoso que contribuye al crecimiento y el desarrollo pleno de las personas, y con una acción concreta que respalda la palabra.

Gracias a Dios, actualmente tenemos médicos,  psicólogos, psiquiatras, que de manera profesional pueden atender a nuestros enfermos psíquicos.  Pero siempre es necesaria como complemento la colaboración de la familia.

Hay familias y esto es muy admirable, que saben cuidar a su ser querido con amor y paciencia y que además colaboran positivamente con  los médicos. Pero también hay hogares en los que  el enfermo resulta una carga difícil de sobrellevar. Poco a poco la convivencia se deteriora y toda la familia va quedando afectada negativamente, favoreciendo a la vez el empeoramiento del enfermo.

Para devolverle al enfermo una vida de calidad humana tres cosas son indispensables:

a. que el enfermo se sienta acogido por su familia.

b. que el psiquiatra atienda con profesionalidad  al enfermo.

c.  y que también el psiquiatra sepa ayudar, con una actitud cercana, a los familiares y toda la gente que está junto al enfermo, a que sepan relacionarse con el enfermo de la mejor manera.

En el libro, un tal Jesús, tradujeron el fragmento bíblico de hoy, en una pequeña novela. Pusieron al enfermo psíquico el nombre de Bartolo. Les cito la última parte de la novelita, pues, es muy conmovedor.

“Jesús se acercó a Bartolo y lo zarandeó…

Jesús: ¡Vamos hermano, levántate…que ya nos ha pegado un buen susto y tenemos que seguir rezando…! Bartolo ¡

El loco se levantó del suelo. Le había vuelto el color a la cara. Parecía muy cansado, pero se reía, enseñando sus dientes partidos y sucios…

Jesús:   Vamos Bartolo, ven, que hay un sitio para ti, entre nosotros…

El loco Bartolo se sentó entre Pedro y yo, y cantó y rezó con todos.  Desde aquel día pudo ir a la sinagoga y al mercado y a la plaza. Estaba más tranquilo. Poco a poco fuimos comprendiendo que aquel hombre, del que todos nos habíamos reído y al que todos habíamos puesto a un lado, tenía también su sitio entre nosotros…

Que aquel pobre loco, alborotador y sucio, era hermano nuestro.”

La cercanía de Jesús a las personas más indefensas y desvalidas ante el mal, siempre será para nosotros una llamada interpeladora.

Padre Rogelio Ponseele

Referencia