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Mi segundo padre.

Revisión del 14:29 6 nov 2020 de David (discusión | contribuciones)
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Vivía en las tumbas del Cementerio del pueblo debido a su severa enfermedad que lo llevó a un terrible estado de demencia.

Años antes, su familia le cerró las puertas y decidió buscar la casa de su abuelo Moisés, y éste, al principio lo dejó dormir en le patio donde había un viejo sillón de sala. Pero como empezó a orinarse en el lugar donde dormía, le botaron el mueble en un basurero cerca del cementerio y jamás volvió por la casa del abuelo. Entonces trasladó su sillón bajo unos árboles de bambú en el cementerio municipal, su nueva casa.

Cuando llegaron los días de lluvia uno de sus amigos y compañero de tragedia le enseñó donde habían nichos vacíos para dormir con tranquilidad. Ya no dormía al aire libre y un nicho se convirtió en su cama, hasta que un trabajador lo descubrió. Entonces llegaba a escondidas de los vigilantes a su dormitorio, hasta que una madrugada tempestiva llegó Sergio a despertarlo, deseando conversar un poco. Luís le dijo que se durmiera y que guardara la botella para el amanecer. Sergio, empezó a hablarle de su familia, de sus hijos, queriendo convencerlo que regrese a su casa. Luís le pidió hacer silencio y siguió durmiendo. Cuando amaneció Sergio era un cadáver que amanecía junto a su media vida. Desde aquel día Luís ya no fue el mismo.

Luis llegó a la puerta de mi hospital; y lo recibí porque que le quedaban horas de vida, por su apariencia. Doctor, me dijo. Si usted no me ayuda nadie podrá ayudarme. Yo le dije: Sólo usted puede ayudarse. Fue un loco suicida, maniático depresivo, pero fue de los primeros casos imposibles que se atendieron en nuestra clínica, donde obtuvo tranquilidad. Después le conseguí trabajo de jardinero, agricultor, albañil y ordenanza en este mismo lugar.

Se entregó al cien por ciento a ayudar a los que como él llegaban pidiendo ayuda. Su servicio se volvió una misión muy personal. Su deceso no me pesa pues a muchos nos enseño a seguir su ejemplo. Su verdadero nombre de Luis era Orlando Merino, fue como un segundo padre, me dio mucha fortaleza cuando el mío falleció. Fue muy útil a mi familia y se convirtió en mi padre espiritual.

Aconsejándome, en su último día me dijo: “cuando comienzo a resolver el problema de los demás, se empiezan a resolver mis propios problemas; y hay cosas de las que no me puedo cansar, por eso no me canso de sentirme bien ayudando a otros.

Edgar Ivan Hernandez, cuentista salvadoreño, cojutepeque, 1965.

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