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Emérita Vigil Ramos.

Revisión del 01:23 26 oct 2020 de David (discusión | contribuciones)
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El papá de mi hija era contrario al proceso revolucionario, no pudimos hacer un hogar”

Reparto de leche, Perquín.

Vivíamos bien, y digo que vivimos bien porque no nos faltó la comida. Trabajábamos todos, desde mis padres hasta el último cipote, que tenía doce años. Yo tenía 20 años y me fui con mi hija que tenía tres meses. El papá de la niña era contrario al proceso revolucionario, así que teníamos ideas diferentes y no pudimos formar un hogar. Yo me fui a Honduras con mis papás y dos hermanos, y en el Salvador se quedaron otros tres hermanos. Tenía otro hermano que también se fue a Honduras, pero ya estaba casado y se fue con su esposa. Tuvimos que pasar como tres meses en la frontera, había un operativo porque era el año 80, así que ya no podíamos volver. Cuando pasamos a Honduras llegamos a un lugar que se llama Siguatepeque, en Comayagua. Mis padres tenían gente conocida allí, que se habían quedado después de la “guerra del futbol” del año 69, a pesar de la persecución que hubo contra los salvadoreños. Fue muy bonito porque nos apoyaron mucho y mi mamá hacía loza y conseguía vender a la comunidad de allí y todos podíamos trabajar en las cortas. Mi mamá cuidaba a los niños porque además de mi niña tenía tres nietos más, que eran hijo de mis hermanos los que quedaron en El Salvador. Los hombres además trabajaban en la milpa, y había frutas y verduras, que acá, en Morazán, como era zona cafetalera, todos esos productos no se veían. Era una vida distinta, pero estábamos informados de lo que pasaba en la guerra por La Radio Venceremos, mi mamá sabía los horarios y todos los días la escuchábamos.

Dos de mis hermanos murieron en la guerra, nos dimos cuenta tiempo después de que hubiesen muerto, uno de ellos en Perquín y el otro en un desembarco que hubo en San Gerardo. Otro de mis hermanos murió antes de la guerra.

Cuando volví me uní a las Comunidades Eclesiales de Base”

Mis papás se volvieron en el 89, pero antes de que llegasen los refugiados de Colomoncagua. Ellos vinieron para arreglar la finca que tenían, el sembrado de café, y yo me quedé en Honduras porque allí me acompañé con un salvadoreño. Yo me volví en el 91 para poner a mis hijos a la escuela, pero todavía había bastantes tiroteos. Recuerdo que entonces no había agua en la casa y teníamos que ir a traerla a un nacimiento. Yo fui una vez con un cántaro a por el agua y vi que venía un avión y cuando volví a la casa encontré a mi hija muy asustada, se había escondido debajo de la cama con sus hermanos más pequeños.

Yo tengo seis hijos, además de mi primera hija, con mi compañero tuve otros cinco hijos, la última nació ya en El Salvador. Mi compañero también andaba huyendo de la guerra, por eso se fue a Honduras, como yo. Pero cuando regresamos fue bien bonito, porque yo estaba consciente del proceso y me uní a los grupos de personas que colaboraban. Entonces había un proyecto local de reparto de pan y leche para los niños que iban a la escuela, así que participaba en ese proyecto, en la elaboración de pan y la leche. Después he seguido y hasta ahora, que continuamos con el grupo de madres de las comunidades eclesiales de base.

Mis hijos ya son mayores, el más pequeño tiene 26 años, dos de mis hijas se fueron a Estados Unidos con mi esposo. Él lleva más tiempo y ya tiene residencia, pero ellas no. Mi esposo puede venir a El Salvador, y viene de vez en cuando. Los otros cuatro hijos viven cerca de mi casa, y por ratos yo trabajo en el taller de costura. Tres de mis hijos son universitarios, pero no por eso lo tienen fácil para encontrar trabajo.

Conseguí sacar el bachillerato a los 35 años”

Emérita, en el taller

Yo toda mi vida aspiré a ser independiente y poder trabajar y mantenerme por mi cuenta. Lo he intentado con varios negocios: primero trabajé en una tienda de las comunidades, después monté un pequeño negocio y más tarde una panadería, pero no lo aguanté. Mi esposo es generoso, pero yo creo que también yo aporto bastante a la familia.

En estos últimos años ocurrieron cosas que me afectaron, como la muerte de mi madre, y no me sentí capaz de seguir trabajando durante un tiempo. Conseguí sacar el bachillerato, pero mi vida no fue muy ordenada con los estudios. Cuando era niña me pusieron a estudiar, pero yo era muy apegada a mi mamá, después me pusieron a trabajar a hacer la comida para los trabajadores de la finca de café, que teníamos, así que sólo pude hacer los primeros grados… Después se vino la guerra. Cuando regresé tuve la oportunidad y pude hacer el bachillerato, ya tenía como 35 años. Lo hice a puras arrastras, porque atendía el negocio y a mis hijos, pero siento que me ayudó bastante. El papá de mis hijos me decía que me iba a resultar difícil hacer eso y salir con todo, pero como él estaba en Estados Unidos no me obstaculizó. Nosotros éramos una familia muy pobre, pero desde que yo era niña siempre tuvimos dos vacas de carne, así que nunca nos faltó nada. A mí me gustaba mucho el trabajo del campo y mis padres me dieron la oportunidad de trabajar con el ganado. Y como en esta zona se sembraba la caña para hacer el dulce conocí todo el proceso de la caña. Entonces los trapiches eran de madera y hacían un ruido terrible, desde las tres de la mañana ya comenzaban a trabajar y despertaban a toda la comunidad. Yo de pequeña tuve una madre muy estricta, no nos dejaba relacionarnos con otros niños, porque decía que lo primero era el trabajo y no le gustaba que nos encontrásemos con otros niños, decía que nos podíamos hacer daño, o romper algo, y cosas así.

Pero recuerdo que jugaba en el colegio con otras niñas, y también con mis hermanos. En la temporada de viento se caían algunos árboles y nosotros aprovechábamos la rama más alta para darnos unas mecidas hasta donde topábamos. Tengo además un recuerdo bien bonito de cuando mi mamá tuvo su último embarazo y nosotros estábamos saltando cuerda, mi hermano y yo. A ella le llamó la atención y nos dijo que nos iba a menear la cuerda para que saltáramos, pero era difícil para mi hermano y para mi coordinarnos para que uno agarrase la cuerda y el otro saltase así que le dijimos que mejor saltase ella… Los tres nos reímos, porque ella estaba embarazada. Es el único recuerdo que tengo de ver a mi mamá alegre por vernos jugar, estábamos pequeños.