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En mi familia todos estaban organizados...”

Me llamo María Paulina Romero de Amaya, pero siempre me he llamado Lina, también en la guerra, nunca me cambié el nombre. La guerra vino cuando yo tenía 11 años, entonces vivíamos en el Cantón de la Guacamaya. Éramos 14 hermanos, 9 varones y cinco hembras. Todos estaban organizados, ellos eran comandantes cantonales de las comunidades eclesiales de base, con el padre Miguel Ventura. Mi papá tenía ganado, tenía tierra, teníamos 250 manzanas de tierra. Nosotros teníamos de todo, queso, maicillo...

Pero mis papás tenían familia muy pobre y siempre los apoyaron. Muchos de ellos crecieron con nosotros, siempre estuvieron a la par, como por ejemplo Andrés Barrera, Felipe Torogoz, que así le llamábamos, también sus hermanos se criaron con nosotros. Yo recuerdo mi infancia muy feliz, éramos una gran familia y vivíamos muy bien. Nosotros, los pequeños, no éramos conscientes, pero mi padre y mis hermanos mayores ya estaban organizados desde principios de los 70. Ellos ya participaban en todas las manifestaciones en San Salvador. A finales de los 70 ya comenzaron las masacres, las desapariciones. En el 80, un mes después del asesinato de Monseñor Romero mataron a un hermano mío. Fueron los comandos paramilitares que iban casa por casa... Lo emboscaron en Joateca. El andaba comprando y lo mataron a balazos, yo tenía diez años. Fue al primero de los hermanos que asesinaron, pero durante la guerra murieron otros dos. Varios de mis hermanos son lisiados de guerra, también mi esposo, a él le falta un ojo.

Los de 10 años para arriba nos tuvimos que quedar...”

Yo ya me daba cuenta, estaba haciendo primer grado, y cuando se vino la guerra comenzaron a mover a la gente para Honduras. Mis papás se tuvieron que ir. Tuvieron que dejar todo, la casa con todo, ganado, tierras... Cuando íbamos hacia El Refugio, en Honduras, nos dijeron que los tenían 10 o 11 años para arriba se tenían que quedar, porque no podían garantizar su seguridad, por el ejército Hondureño. Nos quedamos 9 hermanos y todos nos incorporamos al ERP. Los que nos quedábamos, tan pequeños, íbamos a la escuela de menores o a la escuela militar. Yo me sentía bien, no estaba sola, estaba con mis hermanos, y eso ayudaba, ya tenía doce años. Si mi familia no hubiese salido para Honduras se muere en el Mozote, porque en el 81 hicieron la masacre. Las víctimas no se quisieron ir, por no dejar sus cosas abandonadas. Mataron a niños, mujeres, ancianos… Asesinaron a toda la familia de Andrés Torogoz, a tanta gente... El ERP nunca hizo un campamento en el Mozote, allí no había guerrilleros, todas las víctimas eran civiles. El responsable de la masacre, Domingo Monterrosa dejó un puesto en el lugar. Yo empecé primero en la cocina, aprendimos a hacer la comida, como estábamos pequeñas no habíamos aprendido ni eso en la casa. Aprendimos a palmear tortillas, pero también a disparar, y primeros auxilios. La Escuela Militar estaba en Arambala, y allí sobre todo nos daban entrenamiento militar. Yo aprendí a leer y escribir años después, ya en el 87. Los que ya sabían enseñaban a los que todavía no sabíamos. Al principio nos entrenábamos con las armas que incautábamos al ejército salvadoreños, pero también al hondureño, que le conseguimos recuperar, en ese tiempo, sesenta fales. Cuando empezamos la guerra el que tenía armas en la casa, como pistolas, se las llevaba y si no tenía nada se fabricaban granadas de mano y se las tirábamos al enemigo. Y así fuimos armándonos, pero yo creo que si hubiésemos tenido desde el principio las armas que tuvimos al final no nos hubiesen ganado.

Las mujeres combatimos, pero luchamos también por nuestros derechos.”

Milicia

La convivencia era lindísima, había respeto entre hombres y mujeres, nadie humillaba a nadie, había disciplina en el combate, en los campamentos... Nosotros estuvimos en Arambala, después nos fuimos para Joateca y regresamos a Jocoaitique. No podíamos estar donde había población, porque venían los aviones a bombardear y la que pagaba el pato era la población civil que no tenía posibilidades de moverse, así que nosotros no estuvimos cerca de la población.

Nosotras las mujeres combatimos, pero también luchamos por nuestros derechos, así nos tocó. En la Escuela Militar nos preparaban los batallones parejo, hombres y mujeres. El ejército del ERP fue el que más luchó de los cinco, primero como la BRAZ y después en guerra de guerrillas. A nosotros nos prepararon como brigadistas, pero además como no nos podíamos dejar matar teníamos que empuñar el fusil. Nos teníamos que mover hasta Guazapa, La Unión, El Cerro del Tigre. Y allí parejo, si agarrábamos a un soldado vivo y había necesidad de curarlo se le curaba también, porque los soldados eran igual a nosotros. Los corruptos eran los que mandaban no los soldados. A veces teníamos que llevar comida bajo la balacera o los bombardeos de los aviones... Cuando había, porque a mediados de la guerra ya no encontrábamos qué comer, pero lo que conseguíamos se repartía entre todos, la solidaridad siempre se mantenía.

Lo mejor era la amistad...”

Toda la juventud nos tocó pasar en la guerra. Pero teníamos apoyo espiritual, el padre Rogelio nos hacía misa, nos daba ánimo y además había bailes y música con los Torogoces, eran celebraciones lindísimas. Así que nos distraíamos bastante y lo mejor era la amistad. Se hacían hoyadas de res, nos conocíamos unos compas con otros. Era bien galán. Yo me acompañé a los 17 años. Mis papás estaban en el refugio, en Honduras, pero sabíamos de ellos gracias a los correos. Era gente que colaboraba, iban de un lado a otro y gracias a ellos sabíamos de los nuestros. Se jugaban la vida, porque además iban andando.

Mis hermanos todos se hicieron mandos y tuvieron que trasladarse, pero yo no me quedé sola porque ya estaba acompañada y con él sigo todavía. En el año 87 yo salí embarazada...Los mandos se ponían “delicados” cuando te quedabas embarazada, pero yo lo hice consciente y me fui a tener a mi niña donde mi mamá, al refugio. Después la dejé allí con mi mamá. Y cuando regresé fui a ver a mi compañero que había tenido un accidente con un explosivo y había perdido un ojo. Yo ya sabía, me enteré por una nota que me envió él cuando la niña tenía tres meses. Cuando le volví a ver me dijo que tal vez ya no quería estar con él por cómo había quedado, y me confesó que había sentido ganas de morirse. Yo lo tenía bien clarito, si Dios había decidido eso nada iba cambiar que siguiésemos siendo compañeros, después tuvimos dos hijos más. A pesar del accidente él fue mando de batallón y siguió combatiendo hasta el final de la guerra.

Mi mamá regresó enferma por el dolor de la guerra, había perdido tres hijos...”

A finales del 87 ocurrió algo importante para nosotros, llegaron las AKAS y todo el mundo quería pelear con esas armas. Venían nuevitas desde Nicaragua y eran lindísimas. Después seguimos peleando y nos movíamos bastante, a veces íbamos hasta San Vicente, Chalatenango, Guazapa, y teníamos que pasar el río Lempa en barca.

Ya para la Ofensiva del 89 yo estaba embarazada, pero yo nunca conté y solo lo sabíamos mi esposo y yo, pero cuando íbamos hacia San Miguel dieron la orden de revisar a las compas por si tenían problemas de embarazo, o cualquier otra cosa. Así que nos regresaron, y ya mi esposo y mis hermanos se fueron a San Miguel a combatir y estuvimos días sin saber nada de ellos. A los pocos días regresaron los refugiados de Honduras. Como yo me había quedado y mi mamá regresó de Honduras me fui con ella a tener a mi hijo. Los refugiados llegaron al territorio donde después se construyó la Comunidad Segundo Montes. A finales de Noviembre se dio la segunda Ofensiva y ya en esta zona del norte de Morazán no quedaron militares. Se fueron todos a defender a los ricos hacia San Miguel, San Salvador.

Yo ya no me pude meter a la línea de fuego porque ya había tenido el niño. Mi mamá venía enferma, tenía un problema de hipertensión, y una depresión por el dolor de la guerra. Había perdido tres hijos y a su hermana, que fue asesinada en la masacre de El Mozote, con sus nueve hijos. Y durante la Ofensiva mi papá murió en Honduras, allá se quedó. Después lo fuimos a traer y lo enterramos en Meanguera. Por lo menos lo tenemos cerca y también recogimos a mis otros hermanos, que murieron en combate. Todos están juntos en Meanguera, en un solo lugar.

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Cuando nos desmovilizamos no teníamos ni un plato para comer”

Después llegaron los Acuerdos de Paz, y en ese tiempo nosotros estábamos en Joateca, pero todavía no se habían callado los fusiles, y no se sabía lo que podía pasar. El ejército no volvió a Morazán, pero los aviones seguían ametrallando. Llegó la ONUSAL, y para la desmovilización nos dieron un carnet y comenzó el proceso. Nosotros sólo pensábamos en qué íbamos a hacer: sin casa, sin dinero, sin ropa que no fuese militar... No teníamos ni un plato en el que comer. No conseguimos un lote para construir una casa, pero nos dieron una indemnización y la mamá de mi esposo le cedió esta propiedad y aquí hicimos la casa, en Arambala. Hubo una ONG, PADECOM, que le dieron fondos para que distribuyese entre los veteranos y pudiesen construir sus viviendas, pero esos fondos no llegaron nunca a la gente.

Nosotros para sobrevivir empezamos a trabajar los dos en la corta de café o en lo que fuese, por lo menos mis dos hijos iban a la guardería. Más tarde nos dieron capacitaciones sobre agricultura y además nos pagaban. Aprendimos a sembrar hortalizas y de todo, aprendimos mucho y conseguimos administrar lo que nos dieron. Nosotros, como siempre, trabajábamos de forma comunitaria, con los demás compas. Sembrábamos hortalizas, vendíamos, comíamos, compramos ganado con lo que nos dieron de ayuda, y alquilábamos tierras. Después muchos se fueron a Estados Unidos.

En el 95 se fue mi esposo, de mojado, y pasó allí cinco años. En ese tiempo yo estuve muy grave, me operaron de un tumor. Allí él trabajó en un restaurante, después en la construcción. Los que trabajaban con nosotros en la cooperativa se fueron todos a Estados Unidos. Algunos murieron y nos quedamos solos, pero seguimos trabajando.

Mi esposo volvió y conoció a su hija pequeña, que nació cuando él estaba en Estados Unidos. Hoy mi hija pequeña también está en Estados Unidos, ella se fue hace cuatro años, ahora tiene 23 años y la mayor tiene 29 años. Mis hijas se fueron las dos de mojadas, fue muy duro porque el trayecto es difícil, más que todo para las mujeres. La pequeña trabaja en la limpieza y la mayor en una tienda. Ellas se sienten bien, pero tienen miedo porque no tienen papeles, ni nada. Mi hijo, que ya tiene 26 es el único que está con nosotros, trabaja de mozo, pero también nos ayuda a nosotros en la tierra. La verdad es que muchos compas se quejan porque no les dieron nada, pero es que lo malgastaron. Mi hija mayor, nos dejó a su hijo cuando se fue a Estados Unidos, que entonces era tiernito. Mi hijo estuvo también en Estados Unidos, pero lo deportaron. Estuvo un tiempo detenido y fue terrible, ya no quiere volver más y ahora es el único que tenemos con nosotros.

Referencias