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Se dice que, desde antes del siglo pasado, en algunos poblados del Salvador, cuando el reloj marca las 12:00 de la noche, se puede oír con toda claridad el rechinar de las ruedas de una carreta, que pasa a toda velocidad por las veredas desoladas.

El relato que hoy les voy a compartir, me lo contó un amigo muy querido. Según él, un hombre había ido a visitar a unos parientes. De tan a gusto que estaba en la reunión, aquel sujeto perdió la noción del tiempo, abandonando el domicilio casi a las doce de la madrugada.

Sin embargo, no le dio miedo avanzar por aquel camino oscuro, puesto que desde chico había estado acostumbrado a caminar únicamente alumbrado por la luz lunar.

Avanzó tranquilamente con dirección a su hogar hasta que de momento escuchó los chirridos de las ruedas de un carruaje.

– ¿Quién podrá ser a estas horas de la noche? Le pregunto el hombre a su perro.

Continuó su camino, aún y cuando el sonido de la carreta se hacía más y más fuerte. En el instante exacto en el que pasó por afuera del camposanto municipal, sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo y enseguida se persignó.

Ya casi llegaba a su morada, cuando literalmente se le pusieron los cabellos de punta, pues alcanzó a escuchar como los animales de la granja estaban aterrorizados.

De repente y como una ráfaga, vio pasar a la Carreta Embrujada frente a sus ojos. El cochero tenía la cabeza de zacate y del interior del carruaje sólo se podía observar un extraño resplandor de color rojizo.

Lo más confuso de esta leyenda es que el hombre no supo cómo ingresó a su casa y más aún, cuál fue el motivo por el que estuvo metido en la cama por más de tres días, con fiebres que superaban los 40°.