Arrendará la viña a otros
Fecha: Domingo 08 de octubre de 2023
Ciclo litúrgico: 27° domingo del tiempo ordinario - Ciclo A
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 21, 33-46
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “Escuchen esta parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.
Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.
Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: “Respetarán a mi hijo”. Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: “Éste es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia”. Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.
Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?”
Le respondieron: “Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo”.
Jesús agregó: “¿No han leído nunca en las Escrituras:
“La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: ésta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?”
Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos”.
Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.
Homilía
En un lenguaje muy comprensible para nosotros, el evangelio hace referencia a una frustración que Dios debe haber sentido, una y otra vez, a lo largo de la historia.
Según la narración bíblica, Dios eligió y privilegió al pueblo de Israel para que fuera signo del Reino y supiera empujar la humanidad por caminos de justicia y de vida. Sin embargo, el pueblo elegido no siempre supo cumplir con lo encomendado, lo que produjo en Dios un sentimiento de frustración.
El profeta Isaías, de manera muy evidente, señala esa frustración, en el cántico de la viña, en el capítulo cinco. Veamos, como tres de los versículos del cántico manifiestan aquella frustración de Dios.
v.2: ¨El (Dios) esperaba que produjera uvas, pero solo le dio racimos amargos¨.
v.4: ¨Qué otra cosa pude hacer a mi viña y no se lo hice? ¿Por qué esperando que diera uvas, solo ha dado racimos amargos?
v.7: ¨La viña de Yahvé es el pueblo de Israel, y los hombres de Judá, su cepa escogida. El esperaba rectitud y va creciendo el mal; esperaba justicia y solo se oye el grito de los oprimidos
Jesús, dirigiéndose ahora a los sacerdotes y ancianos, con la parábola de los viñadores asesinos, retoma el mismo tema.
Un propietario plantó una viña. Hizo todo lo que le hacía falta: la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa de guarda, la arrendó a unos labradores y hasta entonces se marchó.
Cuando llega el tiempo de la vendimia, envía a sus servidores y hasta a su propio hijo, para recoger la parte de los frutos que, como dueño, le correspondían. Los labradores maltratan a unos y matan a otros con el fin de adueñarse de la viña y de la totalidad de los frutos.
En la conversación al final, de Jesús con quienes le estaban escuchando, queda claro que el dueño no tenía otra alternativa que sustituir a los labradores malos por otros, que sí le darán los frutos que le corresponden.
La parábola es una breve síntesis de lo que ha sido la historia del pueblo de Israel. Ha fallado, en especial, han fallado los dirigentes. No han dado los frutos que de ellos esperaba Dios. Por consiguiente, a Dios no le queda otra alternativa que sustituirlos por quiénes si darán los frutos esperados.
Desde los primeros años de la era cristiana, surgió la idea de que Dios ahora había elegido a ¨la iglesia¨ que estaba formando y consolidándose, para ser signo del reino y empujar a la humanidad, por caminos de justicia y de vida.
Sentirse elegido produce, muchas veces, un orgullo poco sano. Podríamos pensar que somos los únicos con quienes Dios cuenta, que somos los únicos a quienes ha sido revelado la verdad y toda la verdad, que somos superiores a todas las demás instancias que no tienen otra alternativa que someterse a lo que nosotros decimos y hacemos.
No es así. La iglesia, más bien, debe ser considerada como una voz entre tantas otras veces con las que debe entablar un diálogo para ir acercándose entre todos, todas, a la verdad.
Esto quiere decir que, aunque a la iglesia le corresponde anunciar y hacer presente el reino, siempre debe proceder con humildad abriéndose al diálogo y sobre todo, a la voz de los profetas que surgen dentro y fuera de la iglesia.
De lo contrario, igual como el pueblo de Israel, la iglesia, una vez más, podría defraudar las expectativas de Dios.
¿Cuál es la iglesia que debemos soñar y que podría estar en sintonía con las expectativas de Dios?
Debe ser:
- Una iglesia cuyo lenguaje no sea desde el poder o la ley, o la norma, o la doctrina sino un lenguaje que comparta el inmenso amor que Dios tiene a sus hijos e hijas.
- Una iglesia que dé vida y siempre sea cercana y de manera especial a los pobres, los últimos y los excluidos.
- Una iglesia cuyos pastores sintonicen con los problemas reales de la feligresía y sepan orientar con sabiduría y afecto.
- Una iglesia ajena a toda jactancia o prepotencia, abierta al diálogo con otras confesiones cristianas, otras religiones, y con el mundo entero, dispuesta a buscar conjuntamente las mejores soluciones a los grandes problemas que padece nuestro planeta
- Una iglesia profética que generosamente contribuya al anuncio y la realización en el mundo, de un reino de solidaridad, mutuo servicio, perdón y justicia para los más desfavorecidos.
Hoy también el grito de alerta de Jesús sigue vigente: el Reino de Dios se dará a un pueblo que produzca sus frutos.
El evangelio es una invitación a que hagamos una evaluación y nos preguntamos qué frutos estamos dando, bien sea en la vida individual, o como miembros de una familia o comunidad, o también como integrantes de cualquier trabajo u organización social, religiosa, cultural o política.
Dios nos ha dado todo, la vida, la creación, unos dones. Y todo esto debe producir frutos. Esto es lo que Dios espera.
Al concluir es bueno tenerlo muy claro. Para dar frutos, reales,
verdaderos y buenos, hay que superar la nostalgia, la avidez (codicia) y la ansiedad.
La nostalgia detiene la marcha de la vida al dejarnos anclados en el pasado, la avidez reduce el presente a meros intereses individualistas, mezquinos y egoístas y la ansiedad proyecta un futuro según mis pequeñas aspiraciones personales, que me cierran el camino hacia una vida diferente y plena.
Referencias
Liturgia del evangelio tomado de: https://www.eucaristiadiaria.cl/dia_cal.php?fecha=2023-10-08