Gregoria Pérez

De CEBES Perquín
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Mi nombre es Gregoria Pérez Hernández. Nací el 12 de marzo de 1967 en el caserío Flor Muerto, Cantón Agua Blanca, jurisdicción de Cacaopera,

departamento de Morazán. Mi papá es Pedro Pérez Pérez y mi mamá Marcelina Hernández. La forma de vida era la jarcia. Sacaba el mezcal en el banco y esta­ca de madera. Después se producía la pita para hacer las hamacas y matates. Mi papá no podía trabajar porque quedó inválido, era una enfermedad que le resultó en 1965, pasó dos años que no podía hacer nada y quedó muerta una mano y una pierna, así hasta que murió el 30 de noviembre de 1994. También mi mamá murió el 18 de febrero de 1993.

En 1974 fui a la escuela. Pasé tres años para hacer primer grado. Después no seguí estudiando por la pobreza, a mi mamá se le dificultaba mandarme a la escuela porque no podía comprarme los cuadernos y el lápiz. Así fue que aprendí a hacer tortillas, darle al torno y lavar ropa. Éramos diez hermanos. Siete se murieron pequeños y tres crecimos vivos: un niño y dos niñas. Cuando yo tenía doce años, salía a vender a los campos, vendía fresco, leche en arroz y po­liada con leche.

En 1980, comenzaron los movimientos de lucha para hacer los cambios. Me incorporé a la guerrilla, me organicé y me acampé en campamentos guerrilleros. Ahí hacíamos cien raciones de tortillas y lavábamos la ropa de guerrilleros. Después dieron otros criterios: que cada guerrillero lavara su ropa porque se iba a pasar a otra fase de la guerra. Luego se dio la ofensiva de tierra arrasada que metieron una cantidad de soldados que no supe; pero hablando con Cecilio, me cuenta que eran como diez mil soldados. Los compas se fueron para otras zonas donde no pasaron las tropas del gobierno. En ese operativo mi hermana mayor se fue para San Miguel, quedándome yo, mi mamá, mi papá, mis dos sobrinos y dos sobrinas. En ese mismo año fueron capturados y remitidos por el ejército y llevados a Cacaopera. Yo, en ese momento, me encontraba en los campamentos guerrilleros, moliendo. Después de ese operativo nos encontramos con mi mamá y fui al pueblo con ellos a comprar víveres. Yo me enganchaba una sobrina mía para cruzarme en el poblado. Ahí me dijo un guardia civil que no fuera al pueblo, que ya estaba en la lista, porque ya tenía el informe los paramilitares. Esto fue el día miércoles santo y el jueves santo fue capturado el señor José Santos Pérez y matado el viernes santo.

En 1981 se dio otro fuerte operativo. Mi mamá y sus dos nietos y dos nietas salieron para Colomoncagua, Honduras. Yo siempre me quedé aportándole a la lucha guerrillera. En el año 82 me acompañé de un compañero de lucha. En 1983 me fui para Colomoncagua porque me encontraba en estado de embaraza­da de cinco meses. Llegué por la noche al campamento de El Copinol, ahí per­manecí quince días, sin que pudiera verme la gente porque era peligroso. Después llegó más gente, mujeres y ancianos, con los correos que conocían las veredas hacia los campamentos donde se encontraban las gentes refugiadas en Honduras. Días después nos renoció ACNUR, el Alto Comisionado para las Naciones Unidas para Refugiados.

Después que éramos legalizados, cada uno buscaba dónde quería ir a vivir y decidí irme para el campamento Quebrachito, porque ahí estaba mi papá, mi mamá y mis cuatro sobrinos. Ellos me recibieron bien. Yo crié el 7 de septiem­bre del 83. Di a luz a una niña, pero por la mala suerte nació muerta. El 29 de agosto del mismo año nació el niño Juan Avilio. La mamá de Juan Avilio se transtornó de su mentalidad. Los doctores viendo esa dificultad, le quitaron el niño, entregándome el niño de seis meses. Le di pecho por veintidós meses. Después le quité la leche.

En esos días me mandaban para acá, a El Salvador, a luchar, pero yo les tuve mucho amor a mis padres. No me quise venir. Así me fui quedando con ellos, porque hasta ese año no les habían dado ropa, zapatos, ni camas ni hamacas. Ellos dormían en tapescos de varas. Así comencé a remendarles los vestidos a mi fami­lia y comencé a hacerles algunas costuras a mano. Después me fui incorporando a los Comités de madres y después fui a aprender al taller de sastrería por siete meses. Después fui a coordinar un taller de manualidades de la estructura de educación. Ahí permanecí hasta que regresamos a nuestro país y seguí trabajando aquí en Segundo Montes.

En 1987 me acompañé con Cecilio sin conocer su actitud de vida. Nos acompañamos y hasta el momento tenemos cuatro hijos y un hijo adoptivo. Gracias a Dios todos estamos viviendo catorce años cumplidos, ya que vamos aprendien­do a vivir a pesar de muchas dificul­tades. Como pareja participamos en la reunión de parejas para hacer mejor el hogar. Como familia asisti­mos a actividades religiosas no por vicios, sino por tradición y con­vencimiento de pertenecer a una Iglesia progresista.

En 1994 llegué a Perquín y me ubiqué en el lugar llamado La Carlota, Cantón Pueblo Viejo, jurisdicción de Arambala. Aquí, en este lugar, era solamente el trabajo de la casa, cuidar los niños que andábamos, etc. En 1996 fui, escuché, miré, pregunté; aquí existía una Congregación de madres. Hasta ahí no pensaba nada de participar en la reunión de madres. Una amiga llamada Marina me platicó que ella participaba en las reuniones de la congregación. Así es como participo en las reuniones. Luego de tantas reuniones empezamos a hablar el papel de la mujer. En la reunión tam­bién se habla de cómo orientar que la mujer tiene los mismos derechos y deberes, valores que fueron tomados como un elemento básico. Debía ser respetada como una ser humana, que no fuera desvalorizada como sexo femeni­no. Orientar que a veces nosotras mismas nos colocamos como una pieza infe­rior al hombre.

En 1997 mi participación fue el estudio de capacitación en la escuela de agentes de pastoral y otros conocimientos: cómo llegar a ser líder, los compor­tamientos y compromisos comunitarios. En 1998, después de esta escuela, mi participación son las actividades de reuniones en la Congregación de madres para conocer y planificar las tareas de manualidades en las comunidades de Arambala y Perquín. Ahora trabajo con otras tres compañeras en una pequeña panadería y pastelería. También trabajo en la sastrería, aquí en la casa. Lo que me da ánimo en la vida son las oportunidades para convivir con otra gente, aprender más cosas y sentirme más valorada como mujer. Gracias a la fe en Dios estoy trabajando y tengo la voluntad de seguir compartiendo lo poquito que pueda.