María Doris Ventura.
“Éramos una familia bien bonita, con valores”
Soy la menor de cinco hermanos, somos tres mujeres y dos hombres. Antes de la guerra ya vivíamos en Jocoaitique, como hoy. Mi papá era campesino, sacaba y vendía mezcal, pero también hacía la milpa, y mi mamá cuidaba a la familia. Mi papá me contaba que entonces se levantaba a las dos de la mañana y ya a las cuatro terminaba, y después se iba a hacer milpa y el frijol. Éramos una familia bien bonita, teníamos valores. Cuando se vino la guerra yo era muy pequeña, tenía 4 años. A finales de los setenta mucha gente ya estaba organizada, y mi papá también se organizó. Mis hermanos mayores ya iban a la escuela, pero yo era muy pequeña y todavía no iba. Recuerdo que mi papá hacía lazos de mezcal. Trabajaban con un torno de madera y entonces mis papás me ponían a dar vueltas mientras ellos hilaban. Como yo era pequeña me colocaba en una piedra para poder alcanzar el torno, pero yo me cansaba y mi papá me castigaba. Esos lazos se los vendían a los comerciantes de ganado en el mercado de Jocoaitique. Entonces Jocoaitique era la cabecera y había un gran mercado, incluso venían de Honduras a comprar y vender.
Todo eso cambió cuando vino la represión de la guerra y tuvimos que marcharnos al refugio, a Honduras. Mi papá ya se quedó como combatiente, y nosotros nos fuimos con mi mamá y mucha gente más. Yo tenía ya cinco años y recuerdo que nos pasaron por San Fernando, y teníamos que hacer largas caminatas por la noche, éramos muchos. Recuerdo que entonces había unas jarritillas de lata para hacer café y mi papá me encargó que cargase una hasta donde llegase. El camino era difícil, por en medio del monte, y sobre todo de noche. Yo me caía bastante y la jarritilla se golpeaba, pero la conservé hasta llegar al refugio y a mi mamá le sirvió para muchas cosas, porque allí no teníamos nada. Mi hermano cortaba ramas de los palos y nos hacía tapescos para que durmiésemos mi mamá y yo.
“Yo siento que no tuve infancia”
Ya poco a poco se fueron formando los campamentos, pero tuvimos que comenzar de cero. Las noches eran muy frías y no teníamos ni ropa para protegernos. Yo realmente siento que no tuve infancia. Después ya la gente se fue organizando y ya nos mandaban a la escuela. Los que sabían un poco enseñaban a los que no sabía nada, aprendí a leer y a escribir, y así fuimos creciendo, estuve también en un taller de costura. Echábamos mucho de menos a mi papá y un día llegó a vernos y fue una de las alegrías más grandes. Yo ya tenía diez años, habían pasado cinco años desde la última vez que lo habíamos visto. Yo no me despegaba de él, porque además de los años que habíamos pasado sin verlo, durante el tiempo que estuvimos juntos, antes de la guerra, él siempre estaba trabajando y no tenía tiempo para nosotros.
Cuando cumplí los doce años me enviaron a una escuelita, donde nos daban clase de política, para prepararnos para la guerra, mi hermano también iba a la escuelita.
La verdad es que entendíamos poco porque nos hablaban de las elecciones, y de la oligarquía, pero sí entendíamos que había mucha pobreza y que después de la guerra eso iba a cambiar. Hacíamos también entrenamiento físico, íbamos a correr y así nos iban preparando para venirnos a la guerra. Nos preparaban psicológicamente y todos estábamos emocionados con la idea de ir a la guerra, pero nuestros papás
lo pasaban mal, porque mi mamá, que estaba embarazada, del disgusto que tuvo cuando nos vinimos, mi hermano y yo, abortó. “Si yo no venía a la guerra nos retiraban la ayuda familiar” Mi papá ya se quedó en el refugio de alfabetizador. Mis dos hermanos mayores, un hombre y una mujer, ya se habían venido para la guerra, pero mi hermana salió embarazada pronto. Mi mamá no quería que yo me viniese, pero nos decían que si no venía nos iban a retirar la ayuda a la familia, así que me tuve que venir. Yo me vine en el año 88, casi llegando la navidad. Veníamos 13 muchachas y muchachos, salimos de noche y llegamos a San Fernando, donde nos recibieron Alta Gracia y Marisol Galindo, ellas nos mandaron a la escuelita de menores. A nosotras nos decían las samuelitas, porque éramos muy pequeñas. Entonces la escuelita estaba en Perquín, en un lugar que lo llamaban Chauitón, y comenzábamos el entrenamiento a las tres de la mañana.
Nos atravesábamos todo el pueblo trotando, después nos preparaban para las diferentes áreas, había radistas, explosivistas, brigadistas y combatientes.
A mí me eligieron como radista, y empecé a aprender las claves y todo eso, y ya me quedé como radista en la escuelita. Claro que la emoción con la que venía me bajó cuando llegamos a San Fernando, porque yo andaba con una pistolita pequeña y los soldados nos cayeron, y yo comencé a correr, como todos los que venían conmigo. Al rato apareció un compa, ya veterano, que me preguntó por la pistola y en ese momento me di cuenta de que no la llevaba y muy asustada le dije: “¡La dejé, me van a sancionar!” Pero me dijo que no me apurase que él la había encontrado. Ya me tranquilicé, porque te podían sancionar por perder el arma o dejarla olvidada. Eso era al principio, ya cuando llegamos a la escuelita de menores me enseñaron a manejar armas más grandes. Era necesario que aprendiésemos. Yo estuve un tiempo en la escuelita y después me mandaron con un mando, que se llamaba Amaya. Con él anduve de radista con una unidad, y nos mandaban a distintos lugares del norte de Morazán. Yo siempre me quedaba con el mando, pero íbamos con los combatientes.
“Éramos 22 y quedamos solo tres”
Mi peor recuerdo de la guerra fue en la Ofensiva del 89, fue la peor pesadilla, estuvimos caminando durante un mes sólo en la noche. Estuvimos en un lugar que llamaban Comacarán, y en otro lugar que llamaban Rio Seco. No teníamos suficiente armamento, ni estábamos preparados, era una lucha muy desigual, ellos tenían armamento y estaban entrenados. Cuando íbamos hacia allá nos dijeron que íbamos a ganar, pero nosotros también sabíamos que íbamos a morir. Nosotros éramos 22 y quedamos sólo 3.
Uno de mis amigos me decía siempre que si moría tenía que ir a abrazar a su mamá y decirle que él la quería mucho, murió casi a mis pies. La mayoría de esos compas habían venido conmigo de Honduras. Vi morir a muchos compas, porque estábamos en una casa y uno de los compas disparó y llegó una tanqueta y nos lanzó un papayazo. Los soldados nos tenían rodeados y no sabíamos por dónde ir, pensábamos que íbamos a morir todos, pero por suerte, después de cinco horas de espera, se marcharon. Después de todo eso ya ni tenías miedo a la muerte. Murieron también muchos radistas, y teníamos que ir cambiando las claves. Logramos salir después de once días, pero salimos muy pocos, la mayoría murió en la Ofensiva, muchos compas se decepcionaron y se desertaron. Fue horrible, y para mí también, yo no quería hablar con nadie. Pasaba horas recostada en mi mochila y como que mi mente se había quedado en eso, lo recordaba todo. Llegamos al Cacahuatique y allí nos fuimos encontrando, todos estábamos decepcionados. A nosotros nos enviaron después con una escuadra a Agua Zarca, en San Miguel, y allí había soldados, pero ni ellos tenían ánimo de pelear.
Encontramos a un grupo, que era como una sección, nosotros llegamos como a las 12 de la noche, pero ellos estaban todos dormidos y los compas empezaron a disparar. Así murieron todos, el que coordinaba eso era Nasser. Y eso nos animó mucho, porque nos equipamos de nuevo con todo lo que habíamos conseguido. Pero a los pocos días volvieron los soldados y nos quitaron todo, aunque no hubo bajas. Después nos volvimos a Morazán, y llegamos a Villa El Rosario. Al poco tiempo comenzó el plan para atacar Ciudad Barrios, y reclutaron a milicianos. Nos mandaron al meríto centro. A mí me querían cambiar de radista, quizá por consideración, pero yo con mi primo, que estaba al mando de esa operación y nos queríamos mucho, habíamos planeado desertar después de ese ataque. Incluso ya habíamos hablado con una señora, que nos estaba esperando. Nos íbamos a ir a un lugar que se llama San Isidro. A la operación de Ciudad Barrios fuimos con 16 milicianos, Nasser se quedó coordinando. Entramos a las 12 de la noche a atacar y a las 5 de la mañana habían matado a todos los milicianos, solo quedamos vivos el mando y yo. Todos los milicianos eran de Torola y Agua Zarca. Ya veníamos saliendo y yo me subí a una piedra, y cuando me bajé se subió mi primo y cayó de un rafagázo, a mí me paso rozando. Mi primo comenzó a echar sangre por la boca, yo intenté auxiliarle, pero ya estaba muy mal. Me puse en contacto con Nasser, y me dijo que me saliera de allí. Agarré la mochila de mi primo y me fui con un compañero que estaba herido de un brazo, le hice una cura con una camisa y nos fuimos hasta que llegamos donde estaba Nasser. Yo no podía ni hablar con nadie, estaba triste, desesperada, ya me sentía muy mal, como que para mí eso ya había terminado, esa guerra ya no era para mí.
Entonces ya había venido la gente de Honduras, mi mamá ya había regresado, y también la mamá de mi primo. Y cuando yo regresé a Jocoaitique estaba mi mamá, con mi hermana y mi papá.
Mi mamá me rogó que me saliera de allí. La mamá de mi primo todavía no sabía que él había muerto. Yo me quedé dos meses más y decidí dejar el fusil y el radio y me vine para donde mi mamá sin informar a nadie. Ella me llevó a San Salvador, donde vivía mi hermana. Después mi otro hermano, que estaba como combatiente en Jucuarán, también se desertó. Los compas nos estaban buscando, y habían puesto una escuadra de compas a vigilar la champita de mi mamá. Los amigos compas nos decían que no regresáramos, porque si volvíamos nos iban a traer de nuevo al frente y a sancionarnos.
“Me fui a San Salvador a trabajar a una maquila”
Mi hermano se fue para Estados Unidos y yo me fui a trabajar a una maquila, a San Salvador, y allí nunca pude contar que yo había sido guerrillera, porque ellos eran gentes de las fuerzas armadas. Yo era bien ignorante y me costó el cambio del campo a la ciudad.
Volví a Morazán cuando ya estaban Los Acuerdo de Paz, los compas andaban todavía uniformados, pero ya no había guerra.
Sólo vine a pasear y a ver a mi mamá, pero me encontré con los compas. Fue bonito, yo había cambiado mucho, vivía en San Salvador, ganaba un buen salario, aunque trabajaba mucho, pero me gustaba el trabajo. Mi vida ya era muy distinta, yo vivía con mi hermana y su esposo, y era como si tuviese otra vida. Mis nuevos amigos no sabían que yo había estado en la guerra, y yo no quería hablar de ello.
Antes de desertar me había acompañado con un compa, que también era radista. Yo le dije que iba a desertar y trató de disuadirme, pero yo me fui. Volví a verle cuando regresé y seguimos viéndonos. Yo no pude desmovilizarme, porque había desertado, así que no tuve ninguna ayuda, pero él sí se desmovilizó. Como tenía que trabajar no tuve oportunidad de seguir estudiando, y no pude hacer el bachillerato. Comencé a venir a Morazán cada quince días para ver a mi compañero y en uno de esos viajes salí embarazada de mi primer hijo, yo tenía ya 18 años. Él había encontrado trabajo en un supermercado, que estaban construyendo en la Segundo Montes. Se había comprado un terrenito con su mamá y cuando salí embarazada me dijo que ya me quedase. Decidimos vivir juntos y comenzamos a construir una casita entre los dos. Después mi esposo se metió en la policía, y mi papá nos dio otro terreno y construimos esta casa, donde vivimos ahora. Tengo cuatro hijos, y uno de ellos vive en Estados Unidos, ya es residente y trabaja allí. El más pequeño de mis hijos tiene 7 años.
Mi esposo vive en Estados Unidos y ya tenemos ocho años deno vernos. Tuve visa durante diez años y podía ir a verlo, pero la última vez me vine embarazada de mi hijo pequeño y ya no pude regresar porque tenía que renovar la visa y me la negaron, lo he intentado tres veces más y siempre me la niegan. Mi esposo allá no tiene papeles, pero tiene trabajo y le va bien, trabaja como jardinero con una pareja de multimillonarios, que le tienen mucha
confianza. Él lo que quiere es que podamos pagar los estudios a nuestros a hijos y acá, con su salario de policía, no podía pagarle una carrera a ninguno de sus hijos.
“Todavía hacemos convivencia con los compas”
Yo creo que la guerra fue error, que no sirvió para mejorar la vida de la gente, ahí están los veteranos, que los han dejado abandonados y a las madres de tantos compas caídos.
Tal vez sirvió para que las mujeres tengan más derechos, antes no eran libres, tenían que estar en la cocina, ahora tienen más libertad. También hubo otros cambios como la libertad de expresión, pero yo estoy tan decepcionada que nunca he votado al FMLN. Nos contaron muchas mentiras y no cumplieron sus promesas.
Creo que la convivencia fue muy buena, aunque me decían algunos compas que yo era muy creída porque me gustaba bromear, pero no con todo el mundo claro. Y yo era tan inocente que había cosas que no entendía, por ejemplo yo tenía una gran amiga que era brigadista y estábamos siempre juntas. Había algunos compas que decían que éramos marimachas, pero yo no sabía lo que significaba eso y me lo tuvo que explicar mi amiga.
Tengo muy buen recuerdo de todos los mandos con los que anduve, todos eran ya más mayores y me trataron siempre muy bien y no me puedo quejar de ninguno. Por ejemplo Andrés, que era como un padre. Al mando de mi esposo, que es Nasser, le guardo mucho respeto y fue tan amigo de mi esposo, que continúan siendo amigos. Todavía nosotros hacemos convivencia con otros compas, y nos apoyamos para recaudar fondos para los compas que lo necesitan. Así que después de ese tiempo que estuve alejada ahora comparto con los compas. Con mi esposo tenemos una buena amistad y vamos a luchar juntos por nuestros hijos y porque tengan sus estudios y un futuro.
De nosotros ya casi no hablamos, ya somos personas maduras, pero puedo decir que es un buen compañero, y un gran padre. Él cuenta que sus padres tomaban antes de la guerra y que él creció viendo eso, y él no se toma ni una cerveza. El único vicio que tiene mi esposo son las mujeres, pero ahí estamos, ya me acostumbré.
Mi esposo dice que me valora por el esfuerzo que he hecho con mis hijos, y puedo decir que son muy buenos hijos. El que estudia ingeniero en San Miguel está siempre pendiente de mí. Mi otro hijo, que estudia medicina también en San Miguel, lo tiene más difícil porque tiene turnos. Muchas personas me dicen que tengo unos hijos muy buenos, y yo me siento muy orgullosa de ellos. Durante años no les había hablado de la guerra, aunque
sabían que su papá y yo combatimos, pero ahora les cuento, y uno de mis hijos siempre me acompaña a las actividades con los compas. Cuesta hablar de todo esto... a mí me mataron tres mandos, mi mamá creyó que yo estaba muerta cuando mataron a mi primo. Mi mamá lloró mucho y nadie podía consolarla hasta que ya me pude comunicar con ella y ya, cuando nos vimos, pude consolarla. Para mí la guerra fue sin sentido, porque venían a morir muchachitos inocentes, ni se les preparaba bien y se les enviaba a combatir, a morir.