Cecilia Vásquez Argueta.

De CEBES Perquín

Cecilia Vásquez Argueta

Nosotros somos seis hermanos, cuatro mujeres y dos hombres. Yo fui la primera, nací en 1.961 el 31 de Noviembre, en el Caserío la Ceiba, Cantón de Agua Zarca, del municipio de Torola. Mi papá trabajaba en la agricultura, y cultivaba en las tierras de mi abuelo. Mi mamá se dedicaba al oficio. De eso vivíamos nosotros y cuando no había época de cultivo trabajaba de jornalero, y ganaba suficiente. Los domingos me gustaba ir con mi papá al mercado de Jocoaitique porque siempre me compraba algo. Nosotros íbamos a la escuela, pero teníamos que caminar por lo menos una hora y media para llegar a la escuela. Yo iba con una prima mía, éramos las únicas dos que estudiábamos de la familia, y pasábamos todo el día en la escuela. Incluso comíamos allá, mi mamá me ponía unas pususas de cuajada y un fresquito. Mi papá me compraba un cuaderno para todo el año, y cuando se me terminaba el cuaderno tenía que borrar las clases anteriores para tener lugar y poder seguir escribiendo. Y cuando se me rompía, mi papá compraba un pliego de papel curtido, que había, y mi mamá me cosía ese papel al cuaderno. Así podía seguir usándolo, y así saqué primer grado antes de la guerra.

Cecilia durante el conflicto armado

Ya cuando estábamos en el segundo grado empezaron a llegar los aviones, y la gente comenzó a huir. Nosotros seguíamos en nuestra casita, pero la mayoría de la gente ya se había salido del cantón. La guardia salía por las noches a capturar a los hombres para matarlos. Mi papá ya estaba organizado, pero nosotros no sabíamos. Antes del 80 ya veíamos a grupos de hombres que salían del monte y pensábamos que estaban matando animales.

Nos tenían formados, a los cipotillos y a las mujeres, para matarnos”

Y yo un día le pregunté a mi papá qué si sabía qué hacían esos hombres, y dijo que no dijera nada sobre ellos cuando me preguntaran. La mayoría eran conocidos nuestros del Cantón, y ya tuve que dejar la escuela porque se puso más peligroso. Después vino un gran operativo y comenzaron a quemar todas las casas, también la nuestra, aunque como era de tierra y de bajareque no prendió, solo un poco, pero ya no podíamos vivir allí. Nos fuimos al monte, pero bajábamos por las noches a la casa y mi mamá cocinaba, y así estuvimos un tiempo hasta que nos dimos cuenta que nos estaban vigiando. Tuvimos que marcharnos a Honduras, íbamos con más gente, pero el ejército hondureño no nos dejó pasar y nos tuvimos que regresar. Nos quedamos como dos semanas en la montaña, pero mi papá nos mandó llamar y nos vinimos de nuevo hasta cerca de nuestra casa. Pero como estaban en el operativo de “Tierra arrasada” llegaron donde estábamos y le preguntaron a mi mamá qué donde estaba su marido y mi mamá les dijo que lo habían matado, y que no sabía quién lo había matado. Había otras dos familias con nosotros, y llegó un hombre, que era el esposo de una de las mujeres que estaba con nosotros, y le dispararon, pero el hombre

no se murió. Nosotros estábamos pequeños y pensamos que era mi papá que iba llegando, pero no era él. Y como el pobre señor no se moría agarraron un corvo que tenía mi papá y comenzaron a pegarle en la cabeza, era terrible sonaba como si estuviesen golpeando un ayote. Nosotros llorábamos sin parar, porque además nos tenían formados a los cipotillos y a las mujeres para matarnos. Pero llegó un señor gordo, que era el mando, y le dijo al soldado, que nos estaba apuntado con una ametralladora, que qué estaba haciendo, y el soldado le dijo que matarnos porque éramos hijos de los guerrilleros, y el señor le dijo que cómo lo sabía, y él respondió que porque los maridos no estaban allí y seguro que estaban en el momento vigiando. El señor le dijo que ellos no andaban matando mujeres y niños, que ellos andaban matando guerrilleros. Oscurito llegaron a la casa, nos dijeron que nos quedásemos tranquilos, pero que si escuchábamos disparos cerca que nos tirásemos al suelo, pero ya habían hecho pedacitos al hombre y todos nosotros, que éramos bien pequeños, lo vimos. Ellos sabían que el hombre era guerrillero, pero el pobre hombre debió creer que todavía le iba a dar tiempo a sacar a su esposa de allí.

Teníamos que dormir a la intemperie”

Después se marcharon, aunque nos advirtieron que teníamos que irnos de allí porque si llegaban otros soldados nos iban a matar. Mi papá llegó y ya nos fuimos a un Cantón que se llamaba Ojos de Agua, también de Torola, pero nos iban siguiendo y nosotros huyendo hasta que llegamos a la Villa del Rosario, allí estuvimos como quince días. Nos quedamos en una Iglesia de la Asamblea de Dios, allí había mucha gente. Ya mi papá vio que era muy peligroso seguir allí, que nos podían matar, y salimos de nuevo hacia Honduras, con otras dos familias. Yo tendría como nueve años, pero mis hermanos, tenían cuatro años, dos años y un año. A mí me tocaba cuidar al más pequeño. Salimos de noche y llegamos a una aldea que se llama Santo Domingo, y nos quedamos allí unos seis meses. Estábamos a la intemperie, y pedimos posada a un señor que era bien pobrecito y nos tocaba dormir en el suelo. Pero otro señor que también era de otra aldea cercana le ofreció trabajo a mi papá y nos consiguió una casa. Allí pasamos varios meses, y mi papá trabajando para el señor. Al principio no teníamos nada, pero el señor nos consiguió una camita, una hamaca, una piedra de moler, un comal. Así para empezar, y hasta nos dio maíz para comer.

Después llegaron los refugiados y las fuerzas armadas de Honduras nos dijeron que nos teníamos que ir para el refugio. Ya llegamos al refugio y nos pusieron en unas champas, y allí me terminé de crecer yo. También estudié mi segundo grado, porque había gente que se ofrecía para enseñarnos, estudiábamos en una champa de lona, sentados en unas piedras. Nos daban unos cuadernitos todos ralos, era como la mitad de un cuaderno y un lápiz, pero me saqué hasta sexto grado y aprendí también a costurar.

En la guerra había una convivencia muy bonita.”

Cuando cumplí los quince años me dijeron que ya tenía que venirme a luchar. Yo venía contenta, porque me habían motivado, pero lo tremendo es que cuando veníamos se vino un operativo.

Ese operativo duró como nueve meses, y nosotros nos tuvimos que quedar en el monte sin comer, sin nada, ni siquiera teníamos armas, andábamos desarmados. Después aprendimos a usar el arma y ya nos incorporamos a distintas tareas. Yo me desempeñé en el área de la política, sobre todo hacía trabajo de concientización con la población. Anduve en Perquín, en San Fernando, en la Villa El Rosario, en la montaña... Nos movíamos andando claro. Íbamos varios, era una convivencia muy bonita, teníamos que dormir hombres y mujeres y siempre nos respetaron, habían valores y eso se reflejaba en la convivencia. Se practicaba la armonía, la hermandad, la cooperación, la confianza, el respeto entre todos. Y si algún compañero se atrevía a abusar de una compa se le ponía una sanción. Yo recuerdo que Andrés, que fue como un papá para muchas de nosotras, andaba con una gran cobijota, que parecía del ejército, y cuando llegaba la noche nos decía que podíamos dormir con él para protegernos del frío, y cabal, dormíamos tranquilamente y sabíamos que además él nos cuidaba. Él nos aconsejaba y era muy respetuoso y muy cariñoso, y así eran varios señores, nosotras éramos niñas y eso lo necesitábamos. También nos cuidábamos unos a otros, y como nadie andaba dinero pues no teníamos problema de que unos tuviesen más o menos, lo que había, que era la comida, se repartía. Y luego estaba la solidaridad de la población, sabías que cuando llegabas a un lugar no te iban a faltar los frijoles, las tortillas, y el huacalito de café. Cuando se conseguía comida era para todos, era una gran igualdad, una gran equidad. A pesar de lo duro que vivíamos, conseguíamos olvidarlo gracias a esa solidaridad entre todos, que hacía la vida bonita. Cuando llegó la Ofensiva del 89 llegamos hasta la zona de El Cacahuatique, estuvimos en Guatajiagua, y allí me quedé yo. Eso fue terrible, porque murió mucha gente, pero había que llevar la guerra las ciudades para que el Gobierno se apresurase al diálogo y a la negociación, porque ambos tenían la misma potencia y era difícil ganar por las armas.

Realmente nosotros combatíamos con sus armas, aunque claro que ellos tenían una mayor potencia, tenían además aviones y una gran ayuda de Estados Unidos, pero nosotros teníamos además el apoyo de la gente. Hasta los acuerdos de paz me tocó duro, porque estuve un tiempo en Sesembra, donde se registraban combates todos los días.

Después de la guerra tuvimos que volver a empezar”

Cecilia con Carlos y Karla

Yo ya estaba acompañada desde la ofensiva, y hasta ahora seguimos juntos. Los dos nos desmovilizamos oficialmente, nos dieron herramientas para trabajar, y algunos utensilios de cocina. De nuevo tuvimos que volver a empezar porque no teníamos nada. Al principio nos quedamos en Guatajiagua y yo me quedé trabajando para el partido, para el FMLN. Por lo menos nos llegaba la alimentación por medio de la ONUSAL. Vivíamos en una champa, pero como no teníamos hijos todavía pues no era tan difícil. Cuando tuvimos el primer hijo ya teníamos esta casa donde vivimos ahora, porque nos dieron una cantidad y así nos quedamos en esta Colonia de Los Pinos. Mi hijo nació en 2.004, y ya es universitario, ahorita está en obras sociales. Y mi hija tiene diez años. Cuando tuve a mi hijo me salí del trabajo y me quedé en la casa. Mi esposo estaba trabajando en una ONG. El tiempo que estuvimos acampamentados en el proceso de desmovilización yo me nivelé a noveno grado. Y cuando tuve a mi hijo pensé que yo no podía trabajar en nada y que lo único que podía hacer era estudiar, y me puse a estudiar el bachillerato. Lo saqué en dos años y después entramos a la Universidad Nacional, éramos un grupo de alfabetizadores de adultos. Y por medio de una ONG nos dieron un pequeño estímulo por nuestro trabajo de educadores populares, y seguimos trabajando como educadores. Y así pudimos estudiar profesorado en Educación básica. Estudiaba en San Miguel y al niño me lo cuidaba una tía. Mi esposo después comenzó a trabajar como motorista y él me ayudó. Ya en 2002 terminé de estudiar en la Universidad, ya tenía 29 años. Desde entonces vengo trabajando con niños, y desde hace quince años me reconoció el Ministerio de Educación, aunque ya trabajaba antes con el Ministerio en un programa que llamaban Educo. Y en total llevo 19 años trabajando en una escuela de Jocoaitique. Mi esposo estuvo mucho tiempo trabajando con los pick-ups, pero él tiene un problema en la espalda y ahorita no trabaja. Nosotros no hemos dejado de luchar, tenemos que seguir para sacar la familia adelante, es la única herencia que les podemos dejar a los dos, y por eso le digo a mi hija que tiene que estudiar una carrera.

Referencias