Diferencia entre revisiones de «El que no toma su cruz no es digno de mí. El que los recibe a ustedes me recibe a mí»
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Revisión del 03:21 2 jul 2023
Fecha: Domingo 2 de julio de 2023
Ciclo Litúrgico: 13° Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo A.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 10, 37-42
Dijo Jesús a sus apóstoles:
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a Aquél que me envió.
El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa.
Homilía
El evangelio de hoy nos invita a llevar una vida cristiana auténtica y generosa. Cuestiona a los y las que hayamos caído en un cristianismo cómodo o en una religión burguesa (según Johann Baptist Metz).
Jesús plantea dos cosas que nos podrían confundir e incluso desconcertarnos.
Primero nos dice: ¨quien ame a su padre y a su madre más que a mí no es digno de mí; quien ame a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí¨.
Nos parece extraño oír estas palabras de la boca de Jesús, porque siempre nos han insistido, y con razón, en la importancia del amor familiar. Sin ese amor familiar firme y generoso la familia comienza a desmoronarse o desintegrarse. Esto es verdad. Pero también es verdad que, en caso que surja un conflicto entre lo que dice Jesús (el evangelio) y lo que dice la familia, como verdaderos cristianos estamos obligados a mantenernos de lado de Jesús. De lo contrario dejamos de ser dignos de Jesús.
Gracias a Dios en la mayoría de nuestras familias no surge tal conflicto.
En segundo lugar dice Jesús algo más sorprendente y más desconcertante todavía: ¨Quien no tome su cruz para seguirme no es digno de mí. Quien se aferre a la vida la perderá, quien la pierda por mí la conservará ¨.
Es sorprendente y hasta desconcertante pues Jesús a lo largo del evangelio se presenta como un amigo de la vida y un luchador contra toda forma de sufrimiento. Aspira para él mismo y para sus semejantes vida plena y digna, ajena a toda injusticia y maldad. Ahora habla de cruz y de perder la vida como condición imprescindible para ganarla.
Sin embargo, el momento de sorpresa y desconcierto pasa luego. Pues, lo vemos alrededor de nosotros y a lo mejor también en nuestra propia vida: es imposible estar con los crucificados, sin verse un día crucificado.
El mismo Jesús lo tuvo que experimentar en carne propia.
Reflexionando respecto a la persona de Jesús, dice José María Castillo: ¨Lo que más impresionó en la vida de Jesús es que fue un hombre bueno y honrado. Con todas las consecuencias, que llevan consigo la bondad y la honradez, cuando tocan el fondo de la vida de una persona. Porque cuando eso es así, tenemos un hombre completamente libre. Con una libertad que no se utiliza para hacer lo que a uno le da la gana, sino que es la libertad al servicio de la misericordia, para remediar el sufrimiento humano.
Ahora cuando una persona vive así, es una persona que resulta irresistiblemente atrayente para unos, pero también sumamente sospechosa, desconcertante, y escandalosa para otros. Porque enfrentarse en serio al sufrimiento de este mundo es algo que no se puede hacer impunemente. Por eso el conflicto que soportó Jesús por defender a las víctimas es lo más grande que hay en su vida. Y también lo más doloroso¨.
Jesús fue crucificado, y tuvo que cargar la cruz. Se conocía la imagen terrible del condenado que desnudo e indefenso, era obligado a cargar sobre sus espaldas el madero horizontal de la cruz hasta el lugar de la ejecución, donde esperaba el madero vertical fijado en tierra. El objetivo era que el condenado apareciera ante la sociedad como culpable, un hombre indigno de seguir viviendo entre los suyos. Todos descansarían viéndolo muerto.
Teniendo como trasfondo el terrible desenlace de la vida de Jesús, se entiende perfectamente bien hasta donde nos puedan llevar las implicaciones de las palabras que el evangelista Mateo pone en boca de Jesús: ¨el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí¨.
En la parte final, desde el versículo 40 hasta 42, el evangelio habla ya no de renuncia, cruz, perder la vida para ganarla, sino de recibir, de paga o recompensa.
¨El que los recibe a ustedes a mí me recibe; el que me recibe a mí, recibe al que me envió.
Quien recibe a un profeta por su condición de profeta tendrá paga de profeta; quien recibe a un justo por su condición de justo tendrá paga de justo.
Quien dé a beber un vaso de agua fresca a uno de los pobrecillos, les aseguro que no quedará sin recompensa¨.
Al leer estas palabras del evangelio me viene a la mente un canto muy sencillo que entonamos desde hace medio siglo.
Dice:¨Amar es entregarse, olvidándose de sí, buscando lo que al otro pueda ser feliz.
Qué lindo es vivir para amar;
Qué grande es tener para dar,
Dar alegría y felicidad
Darse uno mismo eso es amar.
A partir de este canto podemos entender mejor el evangelio.
Recibir, como dice el evangelio, se entiende como hacerse cargo del otro, compartir con él, darle nuestra alegría y felicidad y además nuestra comprensión, aliento, esperanza, acogida y cercanía.
Y dice José Antonio Pagola: no se trata de cosas grandes ni espectaculares. Sencillamente un vaso de agua fresca, una sonrisa acogedora, una escucha sin prisas, una ayuda a levantar el ánimo decaído, un gesto de solidaridad, una visita, un signo de apoyo y amistad.. No lo olvidemos. En el fondo de la vida hay alguien que bendice, acoge y recompensa todo gesto de amor, por pequeño que nos pueda parecer. Se llama Dios, nuestro Padre.
Debe estimularnos el ejemplo de aquella gente y hay también entre nosotros, que sin ganar ni cinco, dedican gran parte de su tiempo libre a personas que sufren por una u otra razón.
No son personas excepcionales. Son sencillamente humanos.
Tienen ojos para descubrir las necesidades de la gente, oídos para escuchar su sufrimiento, pies para acercarse a quien está solo, manos para tendérselas a quien necesita ayuda y sobre todo un corazón grande donde cabe todo ser desvalido.
Una poeta dice que él o ella que es capaz de hacer esto, se convierte en un artista.
Dice:¨No ha pintado un cuadro, no ha hecho una escultura, no ha inventado una música, no ha escrito un poema, pero ha hecho una obra de arte con sus horas libres.
Sigamos a Jesús.
Sigamos el ejemplo de aquella gente consecuente con sus convicciones.
Padre Rogelio Ponseele