Diferencia entre revisiones de «Se nos planteó un nuevo desafío»
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Revisión del 02:30 10 ago 2021
Este tiempo se caracterizó por un período de incertidumbre a nivel social, político y religioso. En lo que a nosotros nos corresponde, es recoger el sentir, pensar y actuar de la experiencia de Comunidades Eclesiales de Base, en el norte de Morazán.
Veníamos de un tiempo de inestabilidad, de tener presencia sin ataduras territoriales, de celebrar en templos cuando la situación de la zona lo permitía; como debajo de un árbol, en una casa deshabitada, en una quebrada y tantos otros lugares que se volvieron nuestro templo.
El fin de la guerra nos planteó cambiar nuestra dinámica de contar con un equipo de hombres y mujeres catequistas, que su servicio de acompañamiento a la población civil y combatientes era a tiempo completo y que la legalidad institucional no importaba.
Con la llegada del cese de fuego y la inserci´on social de los comba- tientes a la vida civil, el panorama cambió radicalmente.
Mucha de la población que estaba en las zonas urbanas de diferentes municipios del país, comenzó su éxodo a los lugares de origen; por ejemplo, pobladores que regresaron de San Francisco Gotera, de San Miguel y otros municipios aledaños. Fue un tiempo de mucha movilización social, el desafío legítimo de recomponer los núcleos familiares, cada uno con las heridas de la guerra, tomó tiempo en volver a retomar el rumbo del trabajo pastoral, que ya demandaba una planificación en tiempos de estabilidad social, familiar y comunitaria.
Con la población que regresaba a sus lugares de origen, llegaban ideologías en contra y a favor del modelo de iglesia que traíamos, fruto de la vivencia de las Cebes. Esto provocó enfrentamientos verbales que requerían tiempo para contribuir a favor de la armonía social y religiosa.
Cristino, miembro de las CEBES en la comunidad de Arenales, Perquín, nos acompañó en todos los momentos de esta etapa transitoria, recuerda el esfuerzo de las comunidades para superar esas barreras y construir un proceso armonioso, que logró recuperar la convivencia comunitaria a la base del quehacer religioso.
Algunas y algunos catequistas de tiempo completo, regresaron a sus lugares de origen para recomponer sus núcleos familiares y buscar una manera de trabajar asalariadamente para el sostenimiento de su familia.
A los sacerdotes que hab´ıan acompañado a las comunidades, se les presentó una nueva exigencia: buscar su legalidad en el país. Una experiencia que compartieron los Padres Rogelio Ponseele y Esteban Velásquez.
El segundo intento fue con Monseñor Rivera, al que tanto Rogelio como yo conocimos de nuestros trabajos pastorales en San Salvador. La respuesta escrita de Monseñor Rivera fue sorprendente para nosotros: nos pedía abandonar 2 años el país y hacer ejercicios espirituales de un mes para reparar los daños hechos a la Iglesia (era frase textual de su carta. Le comunicamos nuestra perplejidad y cuando hubo cese al fuego lo fuimos a visitar.
En una carta posterior de Monseñor Rivera al Comité de Solidaridad Oscar Romero de España, afirmaba que admiraba a Rogelio, pero añadía: no lo recibiré en mi Diócesis. Sin dar un solo motivo para ello.
También lo intentamos con otra carta al obispo de Santiago María, Monseñor Cabrera. No hubo tampoco respuesta.
Pedro Casaldáliga fue el único obispo católico que en toda la guerra nos visitó expresamente para saludarnos y animarnos a nosotros y a los catequistas en nuestra tarea eclesial (...) no se conformó con la visita, sino que le escribió después a Monseñor Rivera una carta pidiéndole que diera los pasos para legalizarnos eclesialmente, tampoco tuvo éxito.
También hay que agradecer el gesto del obispo de Comayagua y La Paz, Honduras, Monseñor Escarpone, del que dependía Marcala, el pueblo de Honduras más cercano a nuestra zona de trabajo y los llamados bolsones de Nahuaterique, que pasaron a depender jurídicamente a Honduras tras el litigio entre ambos países. En un gesto que lo engrandece, nos dio autorización escrita (también la conservo aunque en su firma no logro descifrar su nombre) para poder transitar y trabajar en los bolsones de Nahuaterique. Fue el único que nos dio autorización eclesial con valor canónico para nuestro trabajo pastoral. ¡Gracias Monseñor!.
El Nuncio Monseñor Manuel Monteiro fue, además de Casaldáliga, el otro e inesperado apoyo que recibimos en El Salvador para nuestra legalización eclesiástica. Nos fue a visitar a Perquín en el cese del fuego. Toñita una religiosa salvadoreña le acompaño en coche.
Con mucha amabilidad nos expuso su propuesta: pedir a Roma que aquella región fuera declarada administración apostólica con responsable eclesiástico propio. Le pedimos que llevara una carta al Papa.
Pasado un tiempo prudencial le volvimos a preguntar qu´e hab´ıa pasado con su gestión, nos dijo que era inviable por falta de apoyo de los obispos de la conferencia episcopal y que nuestra carta al papa que hab´ıamos redactado con sumo cuidado y con mucho afecto filial y eclesial se la entregó al secretario de estado. Jamás tuvimos respuesta de esa carta, como tampoco hubo respuesta de otra carta al papa que escribimos muchos cristianos desde Espan˜a pidiendo la legalización eclesial de Rogelio.
Si no recuerdo mal, Rogelio tuvo que esperar cinco años a que la Iglesia le concediera la Legalidad Eclesial en la postguerra. Antes de irme de El Salvador, le pregunté al Nuncio con el que siempre tuve una magnífica relación: ¿cómo es posible Monseñor que no se nos de legalidad eclesiástica en la postguerra a los sacerdotes que estuvimos en la zona de guerra para suplir un abandono eclesial?.
A mí juicio injustificable desde todos los puntos de vista, incluido el canónico”.El equipo pastoral que había venido de San Salvador, conformado por Ascensión Ruiz, Padre Rogelio y Padre Esteban, fue reforzado por dos hermanas de la pequeña comunidad: Silvia y Carmen Elena. El primer desafío del colectivo fue discernir su nuevo rol y el rumbo que exigía el distinto momento que vivía el país y la Iglesia, como Comunidades Eclesiales de Base, concretamente; en el departamento de Morazán.