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Revisión del 04:30 12 may 2020
“No teníamos miedo, teníamos cerca a nuestra mamá”
Yo soy de una familia pobre. No recuerdo mucho de mi infancia, nosotros éramos tres hermanos mi mamá y mi abuela. Ellas nos criaron. No teníamos papá. Entonces sentía que mi abuela era como ese papá ausente. Yo era la mayor. Vivíamos en el caserío Ocotillo, en San Fernando. Trabajábamos como jornaleras... Recuerdo que siendo muy pequeña, de siete años o tal vez ocho, iba con mi abuela a destuzar maíz, como paga nos daban un poco de maíz y el almuerzo. Mi abuela me ponía la arrobita de maíz en el lomo y yo la cargaba.
Cuando llegó la guerra yo tenía 10 años, nací en 1.970. Ya en los últimos años de la década de los setenta comenzaron los operativos del ejército, aunque yo era muy pequeña y no me daba cuenta, pero ya un día vimos el humo de las casas quemadas y escuchamos el sonido de las balas en los cerros, frente a la casa.
Mi mamá decidió que teníamos que marcharnos. Nuestra casa era humilde, era una chocita la mitad de teja y la mitad de zacate, pero allí vivíamos bien galán. Recuerdo que una mañana, como a las siete de la mañana, llegaron los soldados e hicieron una gran disparazón en el cerro; era ya el año 80 y andaban buscando a los guerrilleros. Mi mamá alistó las maletas y salimos todos huyendo. Nos concentramos toda la gente en un lugar que llamaban El Tortuguero, en los montes...
Éramos niños, mujeres y ancianos, ya no había hombres porque había comenzado la guerra. Después vivimos en Casablanca un tiempo, nos movíamos de un lugar a otro, y así vivimos hasta el 84. Recuerdo que en ese tiempo se registraron hasta tres tomas de Perquín. Cuando eso ocurría salíamos huyendo y nos refugiábamos en la montaña, y cuando se calmaba veníamos de vuelta. Como éramos pequeños no nos sentíamos preocupados, teníamos cerca a nuestra mamá y eso era lo importante, nos sentíamos tranquilos. Una de las veces que tuvimos que huir a la montaña a mi hermano casi lo arrastra el río, el agua se lo llevaba con la maleta y todo, estaba bien chiquito. Nuestra casa la quemaron, así
que ya no teníamos donde regresar. Seguimos de un lado a otro, pero siempre buscando posada y ya nos habíamos desperdigado de mi tía, la hermana de mi mamá. Con ella habíamos andado todos juntos, también con su esposo, que se llamaba Vidal, y con sus hijos, que eran dos muchachos de mi edad.
“En el refugio nos lavaban el coco...”
Mi tía ya estaba en Colomoncagua, en el refugio de Honduras y decidió volver a buscarnos. Nos convenció para que nos fuésemos para Honduras, eso ya era el año 1984. Así que mi mamá, mi abuela y los tres hermanos habíamos estado tres años rodando. En el refugio nos metieron en la escuelita que había antes de mandarnos a los jóvenes para la guerra. Nos lavaban el coco y nos decían que allí no hacíamos nada, que teníamos que estar en el Frente, que debíamos participar en la guerra...
Yo llegué al refugio con 14 años y me quedé hasta el año 1987, que ya tenía 17 años. Fue posible porque mi madre se negó a dejarme marchar antes, a pesar de que la guerrilla me reclamaba, porque se consideraba que todos los jóvenes debían estar en el frente. Allí además de participar en la escuela de concientización, aprendíamos también en los distintos talleres que había. La vida
en Honduras no era dura, aunque no podías salir del campamento porque estaba el asedio del ejército hondureño y te podían capturar. Yo quería volver, porque mis compañeros se habían ido un año antes, en el 86, pero si mi mamá no quería, ni modos. Yo estuve en distintos talleres, en el de sastrería, palmeaba tortillas desde las 4 de la mañana hasta la una de la tarde, se molían grandes perolazos de maíz para toda la colonia. Pero llegó el momento de regresar, ya tenía 17 años y mi mamá no pudo retenerme más. Tuve que incorporarme.
“Estuve dos días perdida en el monte”
Salimos del refugio de noche, éramos un grupo de jóvenes, todos veníamos a la guerra. Cuando iniciamos el camino el ejército hondureño nos detectó y comenzó a dispararnos y tuvimos que dispersarnos. Nos hicieron una gran balacera, que no sé cómo sobrevivimos. Yo me escondí y cuando miré no había nadie alrededor, estaba sola y perdida. No tenía miedo, porque a esa edad piensas que no te va a pasar nada. Anduve dos días perdida. Preguntaba a la gente para que me ayudasen a encontrar el camino hacia San Fernando, porque no conseguía orientarme. En eso se me hizo de noche y tuve que dormir en el monte, en el puro suelo. Como dicen que dios lo cuida a uno, yo sentía que mi hermana pequeña estaba a mi lado, como dormíamos juntas en El Refugio. Pasé la noche bien tranquila, aunque seguía desorientada. Estuve dos días perdida y no tenía nada porque había dejado la mochila escondida, para evitar que los soldados me identificasen como miembro de la guerrilla, en caso de que me los encontrase. En la mochila llevaba dos mudas, pero nunca pude encontrarla. Me había puesto una falda, en vez de los pantalones para que no me identificasen, aunque se me había olvidado cambiarme los zapatos. Después de esos dos días comencé a recordar los talleres que nos daban en el refugio, y los conocimientos que me habían enseñado sobre los astros.
Busqué por donde sale el sol, así me orienté y ¡cabal! ¡conseguí llegar a San Fernando! Allí pregunte por el esposo de mi tía, pero me dijeron que estaba bien lejos. No me atreví a ir hasta Perquín porque me daba pena que me viesen los compas, que conocía, con la ropa que andaba, después de dos días por el monte. Decidí seguir camino hasta Torola, fueron tres horas andando. En el ca- mino ya me encontré a Santiago, que era uno de los jóvenes que había salido conmigo del refugio, me dio para comprar comida, porque no había comido en esos dos días. Creían que yo había muerto en la balacera del ejército hondureño, y hasta mi familia lo creía.
“No me gustaba ser explosivista”
En Torola me estaban esperando los compas y me llevaron a un campamento que estaba a las afueras, era un taller de explosivos. Allí comencé a trabajar como explosivista, aprendiendo a hacer explosivos, bombas de contacto... A mí no me gustaba mucho lo de ser explosivista, sobre todo lo de sembrar campo de minas, porque era bien arriesgado. Una vez me quedé dormida preparando una mina, por suerte debajo tenía palos de bambú, que amortiguaron la caída y no explotó. Pasé allí todo el 87.
Recuerdo que en navidad fuimos a Perquin a celebrar una fiesta, y allí me encontré a unos compañeros del refugio de Honduras. Me dijeron que mi familia creía que yo estaba muerta. Les escribí una nota y al poco tiempo logré comunicarme con ellos, y así supieron que estaba viva. La fiesta fue bien bonita, estuvimos hasta muy tarde, pero los compas nos dijeron que ya teníamos que irnos, porque los soldados aprovechaban nuestras fiestas para tirar bombas.
La convivencia era buena, los compas nos respetaban y había mucha solidaridad entre todos. Era bien bonita esa parte, aunque luego tuviésemos que estar en lo otro. Organizábamos fiestas, y nos reuníamos todos en Perquín, allí llegaban los compas de distintas zonas y se bailaba con las canciones de los Torogoces de Morazan, que eran bien alegres.
Yo bailaba y todo eso, pero no quería acompañarme, porque pensaba que como estábamos en una guerra, aunque nos daban anticonceptivos, temía que podía quedarme embarazada y si luego a él lo mataban en un operativo podía quedarme sola, y eso me tenía bien cerrada a una relación. Como no me gustaba lo de andar con explosivos me mandaron al Norte de San Miguel, también como explosivista, pero con una recomendación en la que explicaban que no me gustaba trabajar en el taller de explosivos.
Ya cuando llegué allí me dijeron que me iban a dejar en el taller de explosivos. Estaban molestos, porque yo había expresado que no me gustaba eso, pero me propusieron enseñarme las telecomunicaciones, por si eso me gustaba más y si era capaz de aprenderlo, pero con la advertencia de que si no podía tendría que volver al taller. Así que me esmeré y trabajé para aprender porque era más bonito que lo de los explosivos, porque además había tenido malas experiencias. Recuerdo una vez que me mandaron a minar y hasta lloré porque me daba miedo.
Me esmeré y aprendí el trabajo de radista, que era complicado, porque teníamos que trabajar con mensajes cifrados con números, que yo ahora no sé ni cómo hacíamos, teníamos que ir restando números, ahora ya ni recuerdo. Había diferentes tipos de radios, que alcanzaban distintas distancias, yo trabajaba con la pequeña. Muy a menudo el ejército se infiltraba en nuestras frecuencias y teníamos que buscar otra ligerito, para evitar que nos controlasen.
En ese tiempo conocí a mi compañero, que también era radista, pero él andaba con todas las radios, las pequeñas y las naranjas...
Aunque yo era tímida y no le dije que sí hasta finales del 88.
“Salimos con el helicóptero detrás de nosotras”
Recuerdo experiencias bien difíciles, porque hubo un tiempo que tuve que hacer trabajo político de concientización. Un día, iba con otra compañera y dos hombres, y nos fuimos a bañar, andábamos en un lugar que se llamaba Calendaria. Se bañaron ellos y después nosotras y fuimos a tender la ropa. De repente cuando nos íbamos a sentar, para platicar con la gente, vimos un helicóptero que venía y al poco había aterrizado y estaban desembarcando detrás de la casa donde estábamos. La compa que iba conmigo, que tenía más experiencia que yo, porque era al principio de mi llegada, me dijo que agarrásemos las mochilas y saliésemos. Nos pusimos las camisas, que eran azules y salimos, y la avispita detrás de nosotras, que así llamábamos a esos helicópteros. Nos dirigimos hacia el cerro para arriba, pero con ellos detrás, que sabíamos que te podían agarrar hasta del pelo, por eso siempre llevábamos el pelo liado. Eran lugares que estaban cercados y yo no sé cómo nos pasamos tanto cerco. Las dos llevábamos las camisas azules, que se nos veía más, y el helicóptero seguía detrás de nosotras. Y así seguimos avanzando al cerro para arriba y la avispita siguiéndonos. Yo no andaba radio entonces, pero la compañera llevaba y escuchamos que ya habían avisado a los demás compas que a nosotras nos habían capturado y que evitaran todas las claves. Y de repente se vino una tormenta sobre las dos de la tarde, y eso nos dio chance y pudimos salir a un cerro, ya era bien de noche, pero conseguimos encontrarnos con los otros compas. Fue una experiencia bien tremenda.
Ya a finales del 88, cuando ya había dicho que sí a mi compañero nos tuvimos que separar de nuevo. Después me mandaron a traer al puesto de mando donde él estaba, porque allí eran solo dos y con él y yo sumábamos cuatro. A ese puesto llegaban un montón de mensajes, ya se estaba preparando la ofensiva del 89.
Estuvimos juntos allí unos nueve meses hasta que comenzó la movilización para la Ofensiva. Como éramos cuatro, dos hombres y dos mujeres, se decidió que los hombres se fuesen a la ofensiva y que nosotras nos quedásemos. Él se marchó con el otro compañero y yo me quedé con otra compañera.
“En la Ofensiva cayeron muchos compas, combatían en condiciones terribles”
Yo me quedé muy afligida porque pensaba que quizás no volviese. Yo creo que estuvieron como un mes y yo estaba muy preocupada porque cayeron tantos compañeros...Era bien tremendo recibir noticias constantes de los que caían... de tanta gente. Y las condiciones en las que tenían que combatir... cuando volvieron estaban todos “bien pechitos,” porque ni comían, no tenían ni tiempo. Después de la Ofensiva se vinieron para Morazán y para verlos teníamos que hacer grandes caminadas. Yo venía con dos compas, las tres veníamos a ver a nuestros compañeros. Salíamos a las cuatro de la mañana de Perquín y caminábamos todo el día para llegar a nuestro campamento.
A pesar de todo esto no nos sentíamos mal, nos sentíamos bien galán, nos acostumbrábamos a lo que teníamos que hacer. Lo peor eran los operativos y salir a medianoche, aunque yo no tuve que vivir combates, y además teníamos un grupo que nos cuidaba. Pero creo que lo más terrible fue cuando comenzó la Ofensiva, que como se tenía claro que se iba al tope, y yo sentí que nunca más los íbamos a volver a ver a los compas, yo me sentí muy mal cuando él se fue. Nosotros tuvimos a nuestra primera hija en el 92, ya con los acuerdos de paz. Nosotros tuvimos cuidado en eso.
Fuimos de los últimos en desmovilizarnos. Recuerdo una experiencia bien bonita ya saliendo de la guerra, los soldados estaban en Perquin y nosotros en Jocoatique. Y en-tonces vino Jonás, uno de los comandantes, y me dijo que me iba a ir con él y con su compañera Sandra, que también era radista, al hotel Sheraton a San Salvador. Allí estuve un mes ayudando a Sandra con los mensajes. Una familiar me consiguió ropa de civil,porque yo no tenía. Fue bien bonito. Teníamos mucho trabajo. Allí andábamos también con radio naranja para comunicarnos con otros departamentos y hasta con Nicaragua porque allí estaba el mando superior. Cuando terminamos me vine a Morazan en helicóptero, era la primera vez que tenía esa experiencia, y fue bien bonita. Mi compañero seguía en Morazán, durante ese mes que estuve en San Salvador nos comunicábamos casi todos los días por radio.
Ahora no logro comprender como éramos capaces de trabajar con las radios, el sistema era bien complicado. Y siempre teníamos filtraciones de los soldados. A veces estaba comunicándote con un compañero y te tenía que pasar rápido a otra frecuencia porque podía ser urgente y era necesario que copiasen bien el mensaje.
“Creo que la guerra tuvo sentido...”
Empezamos la desmovilización, que fue bien duro porque entramos a la vida civil sin nada, pero nos dieron de todo y nosotros hicimos una champita cerca de Perquin, en una zona de cafetales, con nylon alrededor. Con los acuerdos de paz nos dieron trabajo en el Museo de la guerra, los dos trabajábamos de guías y le contábamos a la gente la historia de la guerra, venían muchos extranjeros. Nos pagaban un sueldo y como nosotros hemos sido ahorrativos conseguimos ahorrar y después nos salió el crédito que daban a los desmovilizados y compramos una casa. Mi hija nació en la casa de nylon, tuve un embarazo complicado porque tenía placenta previa, y me provocaba muchas hemorragias. Me tuvieron que llevar a Gotera y de allí a San Miguel, me llevaron muy grave y a mi compañero le acababan de operar de la columna. Nos dijeron que era un parto de alto riesgo y que no debíamos movernos de allí. Encontramos a una señora que nos dejó un espacio y allí estuvimos tres o cuatro días, pero decidimos venirnos y a los dos días tuvimos que volver porque empezaron de nuevo las hemorragias. De un solo me pasaron a la sala de partos y me hicieron cesárea. Nos volvimos bien contentos con la cipotilla y me fui con mi mamá a vivir al Ocotillo unos seis meses. Yo creo que entonces mi compañero volvió al museo y yo empecé a trabajar en la tienda de Las comunidades de Base del Norte de Morazán. Con el tiempo él se fue a trabajar a San Salvador, en las cooperativas. Después nos salió la construcción de esta casa donde vivimos ahora, era un proyecto para excombatientes, y compramos este pedazo y nos pusimos a construir, eso fue en el 96. Después a mí me salieron unas tierras, compramos más terreno y empezamos a sembrar café y macadamia.
En el año 2.000 fui concejala de la alcaldía de Perquín con Miriam. Y cuando terminó el período, porque era hasta 2003, decidí que tenía que seguir trabajando, porque te acostumbras a recibir tus ingresos, y salió otro proyecto de las cooperativas para trabajar en colmenas. Recuerdo que la primera cosechada fue terrible, no tenía experiencia, me dieron una picada que me pusieron la cara que ni me reconocía, me agarró una picazón en todo el cuerpo que yo me sentía mal, pero seguí trabajando con ese malestar, a pesar de la calentura. Cosechamos hasta las doce de la noche.
Hoy ya no me pasa, te proteges bien, así hemos luchado... Ahora nos va bien, mi hija tuvo ayuda de becas y pudo estudiar en la universidad y ella también trabaja en las colmenas, ya tenemos cien. Yo pienso que esta guerra tuvo sentido, a pesar de lo terrible que es una guerra...Creo que tenemos que agradecer a todos esos compas que murieron luchando, porque gracias a ellos y ellas hemos conseguido hoy tener tierras, casas, nuestros hijos están estudiando... Eso ha permitido también el progreso de las mujeres... Como mi hija por ejemplo, son muchas las mujeres jóvenes que quieren ir a la par con los hombres, no quieren ser mantenidas, porque así tienen los mismos derechos. Y nosotros, mi compañero y yo, tenemos dos casas, una es mía y está a mi nombre y él tiene otra a su nombre. Trabajamos duro, pero es bien bonito